EL 1 Y 2 DE ENERO DE 1922 Y LA VERDADERA HISTORIA

Danilo Araneda -  Colaborador de UTE-NOTICIAS – 31-12-2020

Revisando literatura sobre la historia del movimiento popular chileno, tras la búsqueda de las raíces que provocaron la actual profunda dispersión del movimiento social chileno, encontré el artículo de un viejo comunista chileno, Mario Benavente Paulsen, integrante de su Comité Central entre los años 1962 y 1984, y ex prisionero político de la dictadura, que por su actualidad estimo necesario compartir. El artículo comenzaba señalando que, desde su regreso al suelo patrio, después de casi dos años en campos de concentración y quince años de impuesto exilio, el autor procuraba “preservar esa hermosa tradición de los comunistas chilenos de celebrar, el 01 y el 02 de enero de cada año, un nuevo aniversario del Congreso de Rancagua que declaró oficialmente la fundación del Partido Comunista de Chile”.

Sobre el verdadero origen del PC chileno

Este comienzo no pudo dejar de llamar mi atención, especialmente porque oficialmente se conoce que el Partido Comunista de Chile tiene ya 108 años, registrando su origen en junio de 1912, y que en enero de 1922 solo modificó su nombre. Debo precisar que reproduzco casi completamente lo expresado por Mario Benavente en su artículo publicado el año 2015, salvo algunas precisiones que permiten apreciar mejor la riqueza de su contenido.

El autor explica que, en 1920 el Congreso del Partido Obrero Socialista efectuado en Valparaíso, aprobó una declaración de principios en que expresaba su solidaridad con la revolución rusa y el naciente régimen soviético, al tiempo que manifestaba su adhesión a la Tercera Internacional y su decisión de incorporarse a ella. En esa oportunidad, además, se resolvió reemplazar el nombre de Partido Obrero Socialista por Partido Comunista. Pero, se acordó que estas importantes decisiones se habrían de implementar una vez que las estructuras partidarias se hubiesen pronunciado. Luego del amplio respaldo que dichas resoluciones encontraron en la base militante, el Congreso de Rancagua las ratificó.

En ese Congreso, consigna el historiador Hernán Ramírez Necochea, la clase obrera dirigida por Luis Emilio Recabarren cerró un período de su larga, combativa y esforzada evolución; la madurez experimentada por los núcleos más conscientes permitió la fundación del Partido de vanguardia del proletariado y la iniciación de una nueva etapa en la historia de la lucha de clases en Chile. A partir de él, tuvo existencia la colectividad política revolucionaria del proletariado [1] .

Se concibió un partido proletario como una organización de obreros dotados de una misma ideología y poseedores de alta conciencia de clase. Con estos atributos, un partido constituía una forma de organización proletaria mucho más desarrollada que los sindicatos, y tenía, como una de sus fundamentales tareas, la de educar políticamente a la clase obrera y a los trabajadores en general [2] .

Varios son los aspectos que definieron el nacimiento de Partido Comunista de Chile, entre ellos: una clara definición de una sociedad capitalista, dividida en clases, que cimenta su estructura jurídica, política y económica sobre la explotación del hombre por el hombre; el reconocimiento del carácter irreconciliable de la lucha de clases en una sociedad dominada por el capitalismo; así como la necesidad de constituir un organismo revolucionario de vanguardia, capaz de dirigir a la clase trabajadora en la consecución de sus ideales y que propague la supresión de la explotación del hombre por el hombre.

El Partido Comunista de Chile marcó así su incorporación militante a un proceso revolucionario mundial en ascenso, cuyas ideas se esparcían por los más apartados rincones del planeta. Los nombres de Marx, Engels, Lenin, así como de otros grandes activistas de la revolución, se convirtieron en íconos universales a medida que el poder soviético se consolidaba y construía, a pesar de la vesania capitalista mundial y del nazi-fascismo. El triunfo del pueblo soviético sobre el nazismo estimuló la lucha liberadora en Asia, África y América Latina. Se desmoronó el sistema colonialista mundial.

En esta parte del continente americano, el triunfo de la revolución cubana ejerció enorme influencia en amplios sectores, en especial de las juventudes, intelectuales, sectores femeninos, pequeños y medianos productores. La organización política y la lucha social adquirieron notables repercusiones. Los éxitos en la construcción de la sociedad socialista en la URSS y otros países de Europa Oriental se constituyeron en poderosos incentivos para que decenas de millones se incorporaran a combatir por la revolución y el socialismo.

El fragor de la lucha desarrollada por preservar las conquistas de la naciente sociedad socialista, y la aguda contradicción entre dos sistemas socioeconómicos antagónicos, se vieron acompañados por un conjunto de ideologías contrapuestas a los intereses del proletariado. La lucha ideológica al interior de las fuerzas populares y democráticas se intensificó y, en no pocas ocasiones, estimuló la división.

El imperialismo, y sus diversas expresiones, contribuyeron con ingentes campañas propagandísticas y de corrupción. El anticomunismo y el antisovietismo fueron su arma ideológica fundamental. La propia comunidad internacional comunista empezó a erosionarse. El eurocomunismo asentó sus reales en poderosos partidos comunistas en Italia, Francia, España, que, paulatinamente, fueron seducidos por corrientes reformistas democristianas y socializantes. Muchos de ellos terminaron por perder su identidad revolucionaria y hasta el nombre de partidos comunistas.

La extinción de la URSS y del campo socialista, máximas expresiones de la acción revolucionaria mundial, fue la más inesperada y dolorosa derrota del proletariado y las fuerzas libertarias. El imperialismo estadounidense, especialmente, obtuvo la más grande victoria sin disparar un solo misil. El desconcierto y el desaliento se generalizaron en los diversos sectores sociales, tanto en los obreros como en las capas medias, jóvenes e intelectuales. En un afán por buscar explicación a lo acontecido y justificar su propia supervivencia, algunos partidos comunistas latinoamericanos abrieron sus puertas al antisovietismo y la renuncia a los principios del marxismo-leninismo.

El Partido Comunista de Chile no ha sido ajeno a esta verdadera tragedia. Tendencias antisoviéticas hicieron sentir su voz liquidacionista. No fue casual que, una vez semi recuperada la convivencia democrática, algunos dirigentes del PC buscaran desligarse del ideario de Carlos Marx, Engels, Lenin. No faltaron quienes se ufanaron en la prensa del abandono del marxismo-leninismo [3] ; y, vía abandono de los principios leninistas de organización partidaria y de la concepción de clase, facilitaron la desvinculación del Partido con los centros de masas, los sindicatos, organizaciones sociales, etc.

El movimiento social de los últimos años ha hecho de ésta una realidad más patente: allí donde los comunistas se vinculan al trabajo de base, en estrecha relación con las masas, son reconocidos en su papel dirigente. Cuando se pierde esta relación, el movimiento social les da la espalda. Ejemplo de ello fue la pérdida de influencia de las Juventudes Comunistas en el movimiento estudiantil, el que se sintió engañado y abusado tras la incorporación del PC a la Nueva Mayoría.

Las luchas sociales, así como el bagaje histórico del movimiento obrero y social, han pesado lo suficiente para que nuevamente algunos dirigentes comiencen a reconocer las enseñanzas de Carlos Marx y, en menor grado, las de Federico Engels. Por ahora el nombre de Lenin sigue siendo omitido o denigrado.

No se puede dejar de mencionar, por otra parte, las debilidades que se aprecian en el lenguaje partidario, de los deberes internacionalistas. La crisis del sistema capitalista mundial es muy profunda y pone en riesgo la Paz mundial. Las luchas sociales deben ampliar su visión al campo internacional. Los estudiantes en sus movilizaciones por la gratuidad de la educación, dieron un ejemplo al proyectar su lucha a otros países de América y Europa. Pero no se trata sólo de pedir solidaridad, sino también de darla con generosidad.

El PC tiene la obligación de formar a la militancia y a la juventud en sus deberes internacionalistas. El Congreso de Rancagua dio a luz un Partido consciente del destino común que une a todos los trabajadores y, por ello, solidario con las luchas de la clase obrera, del proletariado, de los asalariados, en todos los países. Los documentos y discursos de los comunistas chilenos deberían estar impregnados de este espíritu internacionalista. Deberían… pero, ello no ocurre.

El cambio del acta de nacimiento

Los últimos Congresos del Partido Comunista de Chile registran resultados o tendencias que, de una u otra forma, han debilitado la existencia del Partido de Recabarren, de la clase obrera y la revolución.

Una de ellas trata de justificar un apresurado abandono de las raíces que dan fundamento político e ideológico a los orígenes del Partido Comunista de Chile. De esta manera se ha echado por la borda la rica experiencia histórica del proletariado mundial; se oculta la trascendencia de la Revolución de Octubre, con todas sus virtudes y falencias, desconociendo su gravitación e importancia; se abandona la experiencia del proletariado mundial en la organización de la lucha social, económica y política. Peor aún, por esta vía se abrieron las puertas al liquidacionismo ideológico del Partido de Recabarren, Laferte, Víctor Díaz, Uldarico Donaire, Américo Zorrilla y tantos otros. El abandono de la ideología del proletariado, así como de sus principales instrumentos, transformó al cuerpo partidario en un sujeto amorfo, sin norte ni convicciones.

Decidora son estas reflexiones para comprender las enormes falencias que presenta la actual composición social de la estructura partidaria de los comunistas chilenos, transformada en un partido de funcionarios, mayoritariamente alejados de los principales centros sociales, laborales, productivos y estudiantiles, con tan poca incidencia incluso dentro de sus propias filas que, para las recientes elecciones de su último Comité Central, votó solo un 7,3% del total de militantes registrados en el Servel. Peor aún, del total de funcionarios del Partido, es decir de aquellos que perciben un salario por ejecutar sus actividades partidarias, menos del 72% concurrió a elegir a sus propios representantes.

1989 marcó la última (o una de las últimas) celebración del aniversario de la fundación del Partido en enero de 1922. La mayor parte de las generaciones comunistas anteriores a 1990 asumen la historia que el mismo Luis Emilio Recabarren había señalado entre 1920 y 1922. El investigador, Hernán Ramírez Necochea, en su obra «Origen y Formación Del Partido Comunista de Chile», así lo ratifica.

«Los dirigentes del Partido Obrero Socialista con Luis Emilio Recabarren a la cabeza, comprendieron que había llegado el momento de fijar más claramente los objetivos del movimiento obrero chileno y de reforzar y definir su conducta revolucionaria no sólo en conformidad a los principios del marxismo, sino también teniendo en cuenta las enseñanzas que impartía Lenin, y las ricas y novedosas experiencias que entregaban la Revolución Rusa, el bullente movimiento obrero internacional y las nuevas características que empezaba a presentar el movimiento obrero chileno.

Comprendieron también que era indispensable revisar críticamente las organizaciones de lucha de que disponía el proletariado, a fin de capacitarlas para actuar revolucionariamente, con independencia y con la mayor eficacia posible.

Para encauzar la conciencia y la acción del proletariado en un sentido definitivamente revolucionario, se consideró de urgencia construir un partido político poderoso, recio y combativo; sólo así se podía agrupar a las grandes masas trabajadoras, dirigidas y educadas en el bolchevismo, esto es, del socialismo depurado de las desviaciones en que había caído con la Segunda Internacional y de las debilidades que hasta entonces había mostrado en Chile» [4] .

Sin embargo, a partir del XV Congreso, la historia del PC fue cambiada. Se determinó que la fundación del Partido se habría producido el 4 de junio de 1912, junto a la del POS, es decir, seis años antes de que Lenin crease el Partido Comunista Soviético y, antes de la existencia de los partidos comunistas de Argentina y de Uruguay, que el propio Recabarren contribuyó a formar.

Son muchos los militantes que no alcanzan a comprender esta preocupación por el cambio de fecha en el nacimiento del Partido Comunista de Chile. Se trata, señalan, de la misma organización que evolucionó bajo la guía del mismo Recabarren y, además, desde el punto de vista de hoy, la fecha histórica pasa a ser solo un dato más en el calendario.

Esta argumentación tiene en su trasfondo una labor de zapa que, subrepticiamente, ha venido inculcando a la militancia comunista el cambio de los valores definidos por el Congreso de Rancagua, el 1 y 2 de enero de 1922.

¿Qué es lo que con ello se persigue?

El transcurrir de los años permite visualizar con claridad creciente que el cambio de fecha de la fundación del PC de Chile, ha tenido como propósito limpiar la imagen partidaria de la influencia de la Revolución Proletaria en Rusia y facilitar la omisión, ocultamiento y tergiversación consciente de principios fundamentales: la concepción de la lucha de clases antagónicas; el internacionalismo proletario y la solidaridad de clases; las normas leninistas de organización y el centralismo democrático, el derecho a la violencia revolucionaria. Adicionalmente, el concepto de clase obrera fue reemplazado por el de clase trabajadora, vieja y ambigua terminología de la socialdemocracia y del socialcristianismo, llamado a desvirtuar el lugar histórico de la clase obrera y del proletariado, así como las especificidades del mundo asalariado.

Con frecuencia se señala que es majadero hablar de clase obrera en el mundo moderno, cuando la actual estructura del proceso productivo tiende a hacer desaparecer el trabajo manual, privilegiando el trabajo basado en el conocimiento. En realidad, lo majadero es ocultar tras esta afirmación la evolución de las fuerzas productivas y la evolución de carácter social del trabajo para, por esta vía, hacer «desaparecer» el papel de la organización de los asalariados y establecer el predominio de una «nueva clase media». A este respecto, no se puede sino subrayar que la verdadera estructura social sigue estando marcada por aquella definición que indica que «Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que en su mayor parte las leyes refrendan y formalizan), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo de percibir y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro, por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social.» [5]

Sin embargo, esto aún no es suficiente para determinar el lugar histórico de la clase proletaria. Es precisamente la dominación del capital la que devela ante esta masa de trabajadores una situación e intereses comunes. «Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún o es una clase para sí. En la lucha, esta masa se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase.» [6]

Aquí, justamente, radica parte de la grandeza del Congreso que dio origen al partido de los comunistas chilenos, toda vez que marcó el momento histórico en que la clase proletaria de nuestro país se convierte en clase para sí. Allí radica la genialidad de Recabarren y los revolucionarios que lo acompañaban.

Aunque es doloroso reconocerlo, junto con su historia, el Partido Comunista de Chile ha perdido su carácter revolucionario: tras el abandono de la ideología del proletariado, paulatinamente se han ido imponiendo en su conducción concepciones revisionistas y socialdemócratas que desconocen la lucha de clases y propician la conciliación. Al igual que los otrora poderosos partidos comunistas de Italia, Francia y España, hoy carentes de toda gravitación social y política en sus correspondientes países y a nivel internacional, tras hacer abandono de la concepción revolucionaria del marxismo-leninismo, el PC de Chile, se ha visto arrastrado por tendencias oportunistas, que poco a poco le van haciendo perder su carácter de clases, traicionando el carácter revolucionario con que Luis Emilio Recabarren le dio forma.

Aunque los documentos de su último Congreso siguen sin registrar una reflexión al respecto, la realidad del movimiento social muestra que la participación del PC de Chile en el gobierno de la Nueva Mayoría no hizo más que reflejar el predominio de ese oportunismo, que lo transformó de fuerza por el cambio en representante de los intereses del Gobierno, en abierta contradicción con los intereses de la clase que debiera representar. Las consecuencias no se hicieron esperar, el pueblo ha cobrado lo suyo, el otrora partido de los desposeídos estuvo ausente del Estallido Social, no así miles de sus militantes que de manera espontánea se sumaron a las luchas sociales.

Las bases comunistas conservan, sin embargo, la confianza en la historia del Partido de Recabarren, por su trayectoria revolucionaria antiimperialista, anticapitalista en aras de la sociedad socialista, cuyas raíces se nutren de la lucha de los explotados.

El artículo original puede descargarse desde el siguiente link: https://rebelion.org/el-pc-debe-asumir-la-responsabilidad-que-le-corresponde-como-partido-de-la-clase-obrera/

[1] Hernán Ramírez Necochea. Origen y Formación del Partido Comunista de Chile. En Obras Escogidas, volumen II, página 280. Lom Ediciones, 207.

[2] Ibídem.

[3] «PC confirma: deja marxismo-leninismo». La Época, 6 de agosto de 1999

[4] Hernán Ramírez Necochea. Origen y Formación del Partido Comunista de Chile. En Obras Escogidas, volumen II, página 273. Lom Ediciones, 207.

[5] Lenin, V.I. Una gran iniciativa. Obras Escogidas. Editorial Progreso. Moscú, 1974, página 504.

[6] Marx, C. La miseria de la filosofía. Editorial Progreso. Moscú, 1979, página 141.