Por Danilo Araneda – 9 de mayo de 2021 – Para UTE-NOTICIAS El 9 de mayo de 2021 se cumplieron 76 años desde el día que la roja bandera de la Unión Soviética se instaló victoriosa sobre los cielos de una derrotada Alemania nazi. El fin de la guerra marcó la primera derrota mundial que sufriera la concepción más extrema del desarrollo imperialista del capitalismo: el fascismo. El fascismo que debió rendir sus banderas ante una gloriosa república de los obreros, campesinos y soldados no era simplemente un movimiento político representado por un tipo de Estado totalitario, autoritario, antiliberal, antimarxista y antidemocrático. El fascismo derrotado era la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero, ese mismo capital financiero que veía con desesperación los avances de la joven república soviética que, poco a poco, transformaba en realidad las demandas de los asalariados de todo el mundo. Y su ejemplo se proyectaba a todos los rincones del planeta.
La invasión fascista a territorio soviético estaba llamada a terminar con las pretensiones de cambio de una sociedad capitalista por una sociedad socialista.
Y, la verdad es que los sectores más reaccionarios del capital financiero tenían razones más que suficientes para preocuparse: en solo 24 años la revolución rusa había logrado transformar un país agrario-industrial (donde predominaba una economía eminentemente campesina) en una naciente potencia industrial (con amplio predominio de la producción industrial); al segundo año del proceso revolucionario ya habían sido consagrados como derechos universales de los ciudadanos la salud, la educación, el trabajo y la igualdad de género, llevando a rango constitucional la igualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres. En los años siguientes se transformarían en derecho inalienable de la población la previsión social, el derecho a la vivienda. Todo esto en condiciones que la naciente república soviética era invadida por siete potencias extranjeras, que propiciaron una guerra civil que finalizó recién hacia el año 1927.
A pesar de todo ello, gracias al mayoritario apoyo de los asalariados y la mayoría activa de la población, uno a uno se consolidaban los pasos de la revolución: la igualdad de derechos entre mujeres y hombres se establecía en los derechos laborales, derechos civiles, derechos de la familia, en la educación, en la protección del trabajo femenino y la maternidad, igualdad de salarios por trabajos iguales. En el plano constitucional, los derechos de la mujer quedaron expresados en la siguiente formulación: “Las mujeres en la URSS gozan de los mismos derechos que los hombres en todos los aspectos de la vida económica, estatal, cultural y político-social”.
La revolución estableció la jornada laboral de 8 horas; eliminó las altas pensiones a las autoridades del Estado, en detrimento de la mayoría de la población; nacionalizó las riquezas básicas del país; otorgó igualdad de derechos políticos y civiles a los trabajadores extranjeros.
En un período de solo 28 años, un país sometido a permanentes invasiones, que perdió en la segunda guerra mundial casi 28 millones de habitantes, y que solo contó con 4-5 años de paz para la construcción de las bases del socialismo, se transformó en el sepulturero de la ideología que pretendía aplastar al Estado Soviético.
Sin embargo, a pesar de esa derrota militar, la ideología del fascismo no desapareció, resurgiendo como “dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios del capital financiero” en la dictadura de Pinochet, y preservada como modelo de dominio económico a través de la concepción neoliberal.
En los años recientes, y no obstante haber desaparecido el Estado soviético por razones que abordaremos en otra columna, se registran en todo el mundo (y particularmente en América Latina) potentes movilizaciones sociales que ponen en su horizonte, las mismas demandas que llevaron a la revolución rusa del año 1917: Derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a la educación, derecho a la vivienda, nacionalización de riquezas básicas, etc.
Estas movilizaciones son enfrentadas con extrema violencia por parte de los diferentes estados, dejando cientos de asesinados, mutilados y desaparecidos. Los gobiernos de turno, representantes de los grupos económicos más relevantes del capital financiero local, desatan la represión con sus fuerzas policiales e, incluso, recurren a la presencia de fuerzas militares en las calles.
En Chile, la población ha conocido de esta violencia desatada por los sectores más extremos de los grupos económicos nacionales. El propio Presidente de la República declara que el país se encuentra “en guerra contra un enemigo poderoso”, producto de las movilizaciones sociales.
Este “enemigo poderoso”, el pueblo de Chile, ha levantado como sus principales banderas requerimientos que buscan socavar el poder de ese mismo capital financiero derrotado el año 1945, expresado en un gobierno terrorista representante de los elementos más reaccionarios de los grupos económicos nacionales.
La “Batalla de Chile” hoy pasa por la necesidad de urgente organización de la sociedad en la defensa de sus intereses y, más urgente aún, la definición de un programa reconocido por todas las organizaciones sindicales, poblacionales, estudiantiles, sociales, etc. Que permitan llevar a buen puerto estas demandas.