Por Oscar Contardo – 12 de diciembre 2021 – LA TERCERA
Los resultados de la primera vuelta presidencial fueron una respuesta bastante contundente y desafiante para ajustar la brújula a una realidad dura: la mitad del electorado no acudió a las urnas a pesar de la importancia de estas elecciones; la otra mitad orientó sus preferencias de un modo inusual hasta ese momento, confiando de manera sorprendente en un candidato a distancia, que aviva el sentimiento antiélite y antipartidos, cosechando seguidores fieles a pesar de que ni siquiera reside en Chile. Quienes quedaron en carrera debieron ajustarse a las nuevas señales.
El cambio más notorio en la imagen del diputado Gabriel Boric ha sido pasar de la informalidad juvenil y el énfasis en sus cualidades interpersonales, como un candidato sensible y con capacidad de diálogo, durante la primera vuelta, a un diseño que privilegie las señales de formalidad clásica, adulta y que enfatice su capacidad para ejercer autoridad. Los electores necesitaban ver un presidente, no un presidenciable. Durante demasiado tiempo Boric apareció representado como un amigo de confianza que puede contener crisis personales ajenas, apelando a un repertorio emocional estereotipado antiguamente por las tarjetas de saludo y los afiches adolescentes. La pieza más icónica de esa etapa fue su figura arriba de un árbol magallánico, con los brazos abiertos recibiendo el viento, una imagen teñida de una religiosidad laica que puede interpretarse como la respuesta chilena a la del viejo sabio consagrado a la política viviendo en una sencilla chacra, encarnado por el expresidente uruguayo Pepe Mujica. La relación no es casual: existe un imaginario común entre la juventud de izquierda latinoamericana que ha variado de la antigua masculinidad aguerrida insuflada de ideales y convicciones, a una más comprensiva, pausada, vinculada a la naturaleza y atenta a las señales del entorno. Ambas, en todo caso, tienen en común un halo redentor que pierde encanto más allá del ámbito de los convencidos.
En la segunda etapa, Gabriel Boric se bajó del árbol, fue a los almacenes de barrio, a las canchas de tierra de las poblaciones y orientó su mensaje al ámbito de lo concreto y directo: seguridad, orden, certezas, cifras definidas. Un programa socialdemócrata apuntalado por economistas con experiencia. El intento ha sido llevar las propuestas al terreno de lo material y palpable que tiende a ser pasado por alto en los discursos clásicos de una izquierda que perdió sintonía con las clases populares y no ha sabido traducir al lenguaje de lo cotidiano los grandes desafíos de largo plazo, como lo son la crisis climática y las transformaciones tecnológicas que afectan la producción y el trabajo. Boric debió enfrentarse, además, al hecho de que en Chile un político o política es considerado “joven” hasta los 50, una distorsión que hacen de sus 35 años un flanco. Tenemos un ejemplo demasiado cercano que nos indica que hay aspectos como el criterio y la capacidad de vincularse con el entorno que no tienen que ver tanto con la edad como con ciertos atributos desarrollados mucho antes de cumplir los 30.
El desafío de José Antonio Kast ha sido de otra naturaleza. Para el candidato republicano no ha sido necesaria una reforma en su imagen, su talante sigue siendo frío y controlado, aun cuando hace declaraciones que no puede argumentar, y su capacidad para tomar distancia de las emociones de quien tiene en frente lo hacen un candidato ideal para los debates de televisión. Kast parece no sufrir alteración alguna, incluso en pasajes críticos, como cuando tuvo que reconocer en televisión que no conocía bien su programa de gobierno. El ajuste de Kast ha sido intensificar los mensajes y guiños que lo representen como un político moderado que tiende al centro, enterrando la nutrida lista de antiguas y no tan antiguas declaraciones que lo retratan como un ultraconservador religioso y desentendiéndose de los gestos de admiración que ha expresado desde siempre por la dictadura de Pinochet. El primer paso para el nuevo envoltorio discursivo fue incluir en su equipo de campaña a personas consideradas liberales o de centroderecha que ayudaran a matizar la irrupción pública de los diputados electos del Partido Republicano, cuyo despliegue en YouTube refleja niveles de intolerancia cercano al de los supremacistas norteamericanos. El segundo paso fue anunciar un nuevo programa que atenuara el tono del original, en el que se discriminaba abiertamente a las mujeres que son madres por su estado civil y se anunciaba el cierre del Ministerio de la Mujer. Esto se logró a medias, pues, como el mismo candidato dijo en el debate radial, mantiene ideas como permitir lugares de detención clandestinos o instalar la duda sobre un hecho científicamente avalado, como lo es la crisis climática como resultado de la acción humana. Aun así, la candidatura de José Antonio Kast puede avanzar no tanto por la coherencia de sus mensajes como por el formidable despliegue comunicacional que ha demostrado. Kast encabeza una campaña en donde la distinción entre hechos reales y mentiras, lejos de ser una prioridad, parece ser un estorbo, porque el verdadero objetivo ha sido manchar al contendor y disimular con golpes de efecto una identidad de extrema derecha tan nítida, como las ideas que lo inspiran y los personajes que él ha dicho admirar.
GENTILEZA DE LA TERCERA