Por Oscar Contardo - La Tercera - 10/9/2022
Los factores para la derrota de la propuesta constitucional pueden ser varios, actuando en distintas proporciones y al mismo tiempo. Tantos como son los fragmentos de un país en crisis. Algunas explicaciones para el triunfo aplastante de la opción Rechazo pueden ser más simples y directas, otras más complejas y sofisticadas de elaborar, que combinadas den cuenta de algo que se acerque a la realidad de lo ocurrido. No estamos hablando de fórmulas físicas, sino de comportamientos y aspiraciones humanas, un campo en el que operan al mismo tiempo las emociones, la razón, los ideales y el propio interés. Sobre lo que no existen versiones es sobre la responsabilidad que tuvo la propia Convención en la derrota: en el proceso que llevaron a cabo, en la manera en que lo hicieron y las señales que dieron a la opinión pública yace la principal razón para que ocurriera lo que nadie tenía previsto. La Convención llevó a cabo un trabajo arduo, comprometido, superando las pésimas condiciones de trabajo iniciales, la hostilidad de los adversarios internos, soportando debates intensos y a contrapelo del plazo dispuesto. Lograron un texto valorado y defendido por expertos locales y extranjeros, era una señal hacia el futuro, un avance. Pero el texto cargaba con un proceso que jamás dejó de emitir un ruido de maquinaria mal aceitada, un coro de voces sin afinar, la fotografía desenfocada de celebraciones estentóreas cuando nada estaba aún concluido, las propuestas mal redactadas por activistas enamorados de su narcisismo, la decisión obtusa de balancearse entre el encapsulamiento y la descoordinación de vocerías múltiples, simultáneas, actuando a la defensiva. El ambiente era hostil, los adversarios poderosos, eso es cierto, pero todos sabían de antemano que esas serían las condiciones y deberían haberlas considerado como un obstáculo que debían tener en mente en cada uno de los movimientos. No lo hicieron. Algunos parecían disfrutar tropezándose en bucle con la misma piedra. En lugar de actuar con la responsabilidad de quien tiene un poder enorme en sus manos, nada menos que el poder de reemplazar la Constitución de la dictadura, un grupo importante llegó a la Convención a erigirse como símbolo de una causa que los habilitaba para hacer cualquier mamarrachada que consideraran pertinente. Les regalaron municiones a manos llenas a quienes jamás quisieron dar de baja la Constitución del 80, olvidándose de que aún existía una valla que saltar: el plebiscito de salida. La Convención Constitucional no supo relacionarse con el país más allá de los puntos de prensa en los jardines del edificio del Congreso. No atendió a lo que estaba ocurriendo afuera, no se concentró en la realidad y prefirió engolosinarse con el protagonismo que les daba la contingencia. Los representantes de los pueblos originarios deberían explicar por qué en la mayoría de las comunas con población indígena -con la excepción de Rapa Nui- la propuesta fue rechazada; los activistas de las comunidades afectadas por la crisis hídrica deberían tener una respuesta para la votación adversa en Petorca, y los ambientalistas, por lo ocurrido en Quintero. Si el Rechazo ganó entre los más débiles, la responsabilidad es de quienes los representaban. Algo hicieron mal.
Es cierto que existió desinformación, que los bulos circulaban sin atajo por las redes y que los paneles de conversación en los medios son ridículamente desbalanceados, pero eso también ocurrió en las anteriores elecciones. Ahora no se trataba de conquistar el voto con un proyecto futuro, sino de reafirmar el apoyo a un texto concreto. No lo lograron. No gestionaron con destreza el poder que les concedió el electorado. La derecha supo trabajar en su última oportunidad y exprimirla con todos los recursos disponibles, orientándose a la variable del voto obligatorio, un elemento más al que la Convención no le tomó el peso. Lo hizo con la inteligencia de quien sabe disimular su protagonismo si eso le permite lograr su objetivo: durante la campaña las figuras de la derecha se desvanecieron, tomaron vacaciones de matinales y noticieros, y fueron reemplazadas por el comando amarillo, que cumplió el rol vicario con eficiencia y energía, devolviéndole las llaves del proceso al sector que esperaba el encargo detrás de un biombo que retirarían sólo cuando no tuvieran nada que perder. Así sucedió. Ahora la promesa del vicariato amarillo -una nueva Convención que nos una- está en entredicho, porque el sector que recuperó el poder perdido no piensa volver a cederlo. Muy por el contrario, decidió secuestrar la votación obtenida por la opción Rechazo como propia y sacarle provecho no solo en el plano constitucional, sino también usarla en contra del gobierno. La promesa de unidad desapareció en un parpadeo y lo que abundan son los gestos para jactarse de una superioridad electoral que no les corresponde.
La izquierda no supo mantener el triunfo. Tampoco alcanza a entender como ese “pueblo” al que a veces ensalza como una fuente inagotable de virtudes y sabiduría, en otras parece darle la espalda o, peor que eso, volverse en su contra y fortalecer las posiciones de su adversario. Tal vez sea porque de tanto constatar las carencias y las injusticias que sufre ese pueblo, se le olvidó acercarse a él, auscultar sus lógicas internas y atender a un razonamiento presionado por las condiciones de vida, la escasez de tiempo y las urgencias. Navegar en el mar de información y desinformación que emanaba del proceso constituyente debió ser un desafío para quienes simplemente querían llegar a casa sin ser asaltados o veían cómo sus ingresos disminuían mes a mes por efecto de la inflación. La esperanza podía transformarse en incertidumbre fácilmente en una crisis como la que atravesamos, y el pueblo, como cualquiera, necesita certezas. Lo que mirado desde la distancia puede ser un simple cambio de grado en las jerarquías de necesidades, desde cerca puede marcar la diferencia entre cumplir un sueño largamente anhelado o asistir al funeral de la promesa de un futuro posible.