Por Diana Aurenque - La Tercera - 23/09/2022
A principios del siglo XX, en pleno ascenso de los totalitarismos europeos, se instauraba programática -en los medios de comunicación masivos, discursos políticos y en academias- la interpelación por el “nosotros”. Heidegger, el polémico genio, dedicó varias de sus lecciones a la pregunta? “¿quiénes somos nosotros”. Hoy, casi 100 años después, aquí en el sur de mundo, aparece esa misma pregunta renovada y urgente. Porque el resultado del plebiscito pasado nos sitúa a todos, “rechazistas” o “apruebistas” en la misma incógnita, sin nueva casa común. El triunfo abrumador del Rechazo profundiza entonces esa deuda. Pues, si bien se pronunció la mayoría, la voz democrática del pueblo de Chile, no por ello queda realmente claro qué es ese pueblo, ni quiénes somos.
Ante una elección, los individuos toman posturas y votan de acuerdo con sus propios intereses, razones o valores, pero de aquello que es circunstancial no se sigue necesariamente una identidad nacional y/o nación homogénea que la soporte. Y peor aún: queda un 38% del otro lado sintiéndose no solo derrotado, sino peor aún, huérfano. Así, la pregunta por el “nosotros” si bien es filosófica, también es política: ¿qué hace a un pueblo ser pueblo? ¿cuál es la “fuerte razón”, parafraseando a Peter Sloterdijk, para que millones de chilenos permanezcamos juntos?
La pregunta invita, por tanto, no a cuestionar resultados eleccionarios, sino que a partir de esa pregunta avancemos en lo procedimental, entremos en lo que nos podría permitir alcanzar la anhelada unidad nacional; la posibilidad de un “nosotros político con capacidad para una acción común” (Byung-Chul Han). Pero ni en Chile ni en el mundo la respuesta es simple.
Ambos filósofos, Han y Sloterdijk, advierten que en sociedades altamente individualistas y renditistas, con una creciente “colonización del mundo de la vida” (Habermas) vía tecnologías, plataformas digitales y medios de comunicación masivos, la posibilidad de accionar políticamente en función de la comunidad o el colectivo, se extingue. O mejor dicho, deja de ser una comunidad política o ideológica para ser más bien el resultado contingente, de estrategias y medios de comunicación masivos que prefiguran la “lucha titánica sociopsicológica entre las clases satisfechas y las insatisfechas de la sociedad burguesa” (Sloterdijk). Veamos con cuidado: el diagnóstico de Han y Sloterdijk no “rotea” a los electores y sus decisiones, sino que denuncia algo más grave: dado que el “nosotros”, el “pueblo” o la “nación” jamás son realidades factuales u objetivas, sino apelativos convocantes, narraciones que nos dan sentido y pertenencia, y dado el “fin de los grandes relatos” (Lyotard), son los medios de comunicación y las plataformas de amplificación comunicativa las que “actúan como productor de histeria unificadora y pánico integrador” inventan así un pseudo enemigo y nos tornan pseudo amigos. ¿No será tiempo de un verdadero “nosotros”?, ¿de una comunidad con mejores amigos y más nobles enemigos? Esa sí sería una gran casa.