por Germán Silva Cuadra 3 octubre, 2022 – EL MOSTRADOR
No hay nada que hacer con los líderes políticos de nuestro país. Son demasiado predecibles. Siempre que nace un movimiento “ciudadano”, que promete que no será un partido –por supuesto, porque consideran que los partidos no dan respuesta a la gente–, al poco tiempo se convierten… en partido. Es casi una ley. Además, hay que sumar que esos mismos dirigentes suelen pasearse de un movimiento o minipartido a otro, pero siempre, siempre, están haciendo alusión a su pasado. Son “ex-DC”, “exsocialistas”, “exradicales”, como si eso representara una especie de credencial, que les permite entrar a otro movimiento-grupo-partido por la ventana, directamente a ocupar un cargo directivo.
Solo basta revisar la trayectoria de personajes como los Alvear/Martínez o Mariana Aylwin para constatar los muchos movimientos o pequeños grupos en que han estado, como “Comunidad en Movimiento”, “Progresismo con Progreso”, “Movimiento en Marcha”. Otros –cercanos ideológicamente a ellos–, además de crear otros pequeños grupos, han transitado sin problemas en las candidaturas presidenciales de Sichel y Briones y llamado a votar, públicamente, por la derecha. Pero todos(as) tienen un punto en común: se autodefinen como de centroizquierda y “ex” algo. Todos(as), además, suelen resaltar su pasado en los 80, 90 y, claro, su voto No en el plebiscito de 1988.
Todos(as), también, tienen en común ser de la elite chilena, por lo que suelen encontrarse en los distintos movimientos y grupos. Se juntan en seminarios y eventos. Firman declaraciones –de todo tipo de temas, pero siempre desde una mirada conservadora y de preferencia contra el Gobierno de Boric–, en promedio, una vez al mes. Por supuesto que votaron Rechazo. Se sienten progresistas, liberales e, incluso, algunos afirman que los que cambiaron fueron los otros y no ellos. Óscar Guillermo Garretón justificó, la semana pasada, su travesía, desde la clandestinidad y su valoración de la vía armada del MAPU hasta llegar a Amarillos, con una frase digna de una consulta terapéutica: “Yo no he cambiado tanto, la dirección que tuvo la centroizquierda fue la que cambio”. Cambian los otros; ellos y ellas, no. Digno de la política y los políticos chilenos.
Dos nuevos partidos pasarán a integrar el tablero político chileno: Amarillos y Demócrata. Ambos, liderados por una pequeña elite que se autodenomina de centroizquierda –pese a no tener nada, pero nada, en común con esa sensibilidad– y cuyos integrantes han transitado entre varios pequeños movimientos y coqueteado con la derecha desde hace algunos años, aunque siguen mostrando la credencial de “ex Concertación”. Algunos han usado su carnet de militante DC hasta el final –Walker/Rincón–, pese a actuar con total autonomía de la directiva de su partido.
Dos partidos “nuevos”, sin bases, sin diversidad, sin jóvenes. De seguro con las mismas prácticas de siempre, integrados por los mismos de siempre, esos que viven en la política chilena hace décadas y firman declaraciones que nunca pasan de las cincuenta personas, pero que aparecen en la prensa tradicional habitualmente, pese a no tener cargos y representar a muy poca gente.
Pero hay una diferencia entre los dos nuevos partidos. Amarillos es la suma de los viudos y viudas de la ex Concertación, que siguen añorando la época de gloria de la centroizquierda de hace veinte años. Eso se ve reflejado en los nombres de sus fundadores. Gente sobre los sesenta años, que además de ser “ex” de los partidos del arcoíris, son también “ex” diputados, senadores, ministros y subsecretarios. Una nostalgia legítima de lo que fue y que hoy es pasado. Sin embargo, Demócratas –que competirá con el Partido Republicano, como si estuviéramos en EE.UU.– es la representación algo trágica de la crisis del otrora partido más grande e importante del país, la Democracia Cristiana. Fundado por 75 militantes y exmilitantes de la falange, y articulados por la dupla que abandonó la DC emocionalmente hace rato, Walker/Rincón, y que incluye a Ricardo Rincón, expulsado del partido por sus líos personales.
Más allá de cualquier consideración política de estos dos nuevos partidos, que de seguro pasarán a formar alianza con la colectividad de Parisi y una parte de la derecha, me parece positivo que, por fin, ese grupo de desencantados de sus partidos tomen vuelo propio y dejen de girar a nombre de colectividades con las que nada tienen en común hoy. Bien que los Harboe, Maldonado, Cortázar, Walker, Rincón, Parada, y otros y otras, estén sincerando que hoy están más cerca de la derecha que de la autodefinición de centroizquierda que hicieron para el plebiscito, lo que confunde a la ciudadanía e, incluso, la engaña.
Veremos si estos mismos dirigentes, en sus nuevos partidos, logran superar el síndrome de los movimientos pequeños, eso que ha caracterizado por años al team Soledad, Mariana & Gutenberg.