Daniel Matamala - La Tercera - 18/11/2023
Los 105 minutos de conversación entre el penalista Luis Hermosilla, la abogada Leonarda Villalobos y el ejecutivo Daniel Sauer son el mejor estudio etnográfico sobre la criminalidad de cuello y corbata.
Un ejercicio desnudo de cómo desde una oficina en Alonso de Córdova se puede transitar, sin remordimiento ni preocupación alguna, por la vereda del crimen organizado. El audio parte con Leonarda Villalobos contando a sus contertulios que fue víctima de un lanzazo en la calle. “¡Que chucha le pasa a este país!”, se indigna. “Yo encuentro que este país ya se volvió cualquier huevá”, se lamenta Villalobos antes de pasar al siguiente tema en tabla: una conspiración para coimear a funcionarios públicos, y así obstaculizar la investigación de delitos de cuello y corbata.
Hablan de reunir 100 millones de pesos (“que se pasan en un sobre”) de dinero sucio (“una caja negra”) para pedir favores (“cuatro ucranianas, tres polacas, dos argentinas y todas en pelota y todas haciendo no sé qué”) a burócratas corruptos (“me puede bloquear los computadores, me puede quemar una oficina de Impuestos Internos”). Los sobornos son habituales (“tenemos la mano”, “conozco los precios de mercado”). Gracias a ellos, podrían lograr impunidad para graves delitos (“así se arreglan estas huevás”), con efectos masivos (“aquí está metido medio Chile”).
“Estamos haciendo una huevá que es delito. Esta huevá es delito. Y es la única manera de hacerlo”, se jacta Hermosilla.
Sauer incluso relata, entre risas, ser un coimero contumaz. “En los últimos tres años han salido chorros para allá, están muy bien pagados”, dice sobre los sobornos gestionados por Villalobos. “Me cobró gamba 40. Me dijo, ‘le voy a tirar gamba al Servicio para arreglar tu huevá. Son 40 para mí’ (…) Me cobró súper barato. Mi huevá eran 3.500 palos, con mi casa embargada y giro del Servicio hecho. Y le pagué cero al Servicio. Y a la Leo le pagué 140 palos. Y por lo demás creo que ya prescribió (risas). Fue todo un éxito”.
En un solo soborno, los chilenos perdimos $3.500 millones. Multiplique eso por tres años de “chorros” y “cajas negras”. Pero claro, Chile se volvió “cualquier huevá” por un lanzazo.
El audio revela cómo opera el crimen organizado. Porque este no sólo se mueve en los bajos fondos del narco. También en conspicuas oficinas de Sanhattan, donde el poder político y el económico se entrelazan para lograr sus fines, sin importar que para ello destruyan los cimientos de la institucionalidad que dicen proteger. Luis Hermosilla es un símbolo de esa trenza.
En la conversación, se vanagloria de haber sido “jefe del aparato de inteligencia del Partido Comunista en la clandestinidad. Quince años”, una muestra de su verborrea hiperbólica cuando habla de sí mismo.
Pero tras el fin de la dictadura, Hermosilla no se quedaría, como su partido, lejos del poder. Él tenía otra prosapia: hijo del célebre abogado Nurieldín Hermosilla. Y otras redes: en la escuela de Derecho de la Universidad Católica, se había hecho íntimo amigo del ex Mapu Andrés Chadwick. Conoció a través de él a Jaime Guzmán, e imitó el giro de Chadwick: de la revolución a la conservación del poder, sin abandonar jamás su lugar en el corazón de la élite.
En los últimos 40 años, fue socio y abogado de Chadwick en el juicio político por violaciones a los derechos humanos en el estallido. Representó a las familias de José Manuel Parada, asesinado por la dictadura, y del senador Jaime Guzmán, asesinado por el FPMR. Defendió a abusadores sexuales como John O`Reilly y Claudio Spiniak. Fue decano de la facultad de Derecho de la UNAB, donde contrató a ministros de la Corte Suprema y de Apelaciones. Fue consejero del Instituto Nacional de Derechos Humanos y del Tribunal de Honor de la ANFP. Trabajó en el gobierno del presidente Piñera, y, hasta esta semana, representaba a la senadora UDI Luz Ebensperger y al jefe de asesores del presidente Boric, Miguel Crispi. Algunos tratan de endilgar a Hermosilla a un sector político, pero ese ejercicio yerra el blanco. Lo que tienen en común un ministro del Interior de derecha, un jefe de asesores de izquierda, un sacerdote de los Legionarios de Cristo y un empresario de Sanhattan no son las ideas, sino el poder.
No hay en juego más ideología que la de conservar, defender y aumentar ese poder. Hermosilla es un representante prototípico de lo que Jeffrey Winters llama “la industria de defensa de la riqueza”. Una que pone al servicio del poder todas sus herramientas intelectuales, comunicacionales y sociales, en centros de estudio, en los pasillos de tribunales, en entrevistas de prensa, y también en los turbios intersticios de las maniobras ilegales.
Pocas horas antes de que el audio se revelara, la última acción pública de Hermosilla había sido una carta en El Mercurio donde, desde la posición de experto legal, defendía una norma del proyecto constitucional que, según otros abogados, podría obstaculizar las facultades regulatorias del Estado hacia el poder económico. Si el comentario de Villalobos (“este país ya se volvió cualquier huevá”) es el prólogo ideal, el comunicado de Luis Hermosilla tras destaparse el escándalo es el epílogo perfecto. Lejos de disculparse o de intentar excusar sus dichos, Hermosilla se victimiza. Todo Chile lo escuchó jactarse de la comisión de un delito, pero él se declara “objeto de una maniobra siniestra” y de una “operación obscura, manejada en los subterráneos del poder”, en la cual “está en juego el estado de derecho”.
Sus argumentos son ridículos, pero tienen su lógica. No está intentando convencernos de que tiene razón, sino comunicándonos que su posición todavía le permite contraatacar y hacer daño a quienes se le opongan.
El comunicado de Hermosilla puede resumirse en una sola frase. “Cuidado, aún tengo poder”.
Y, recordando qué ha pasado con anteriores escándalos cuyos protagonistas están demasiado arriba como para caer solos, es probable que tenga toda la razón. Aunque esa huevá sea delito.