LA VÍA CHILENA AL SOCIALISMO DE SALVADOR ALLENDE (SEGUNDA PARTE)
Por: Marcelo Espinoza | Publicado: 19.08.2023 – El Desconcierto
En Chile, a diferencia de la mayoría de las demás naciones latinoamericanas, existió hasta entonces, a pesar de la pobreza y una recurrente represión, una lucha esencialmente política y no de guerra, lo que redundó en un Estado sólido y aceptado por los diferentes partidos políticos. Al integrar a todos los sectores, al dar cabida a todas las expresiones, el sistema político se valida ante la ciudadanía y ante los mismos actores, y el conflicto político se expresa entonces dentro del cauce democrático, y de acuerdo a sus reglas. Solo en ese ambiente de libertades civiles es posible que un sector contestatario, partidario de transformar la estructura social, pueda desarrollar su proyecto político.
Salvador Allende fue el candidato presidencial de la izquierda en 1952, 1958 y 1964, hasta triunfar en 1970. Luego del triunfo electoral, cuando es necesario llevar a la práctica las teorizaciones y elaboraciones de la izquierda, surge el talento creador de Allende.
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Es él quien le da al nuevo proceso el carácter de una segunda vía al socialismo, que denomina Vía chilena al Socialismo, siendo en su esencia, un camino democrático para un socialismo democrático. Este es el aporte histórico de Salvador Allende, que enlaza el cambio social estructural con las tradiciones democráticas nacionales. Es su legado aún vigente.
En Chile, a diferencia de la mayoría de las demás naciones latinoamericanas, existió hasta entonces, a pesar de la pobreza y una recurrente represión, una lucha esencialmente política y no de guerra, lo que redundó en un Estado sólido y aceptado por los diferentes partidos políticos.
Al integrar a todos los sectores, al dar cabida a todas las expresiones, el sistema político se valida ante la ciudadanía y ante los mismos actores, y el conflicto político se expresa entonces dentro del cauce democrático, y de acuerdo a sus reglas. Solo en ese ambiente de libertades civiles es posible que un sector contestatario, partidario de transformar la estructura social, pueda desarrollar su proyecto político.
Para este camino nunca transitado en la historia de los movimientos sociales, el aporte reflexivo de Allende es inestimable. Sus postulados están en innumerables intervenciones y discursos, de los cuales para esta columna destacamos dos. Primero, en el Estadio Nacional el 5 de noviembre de 1970, al día siguiente de asumir.
En esta intervención, Allende se refiere a tres aspectos esenciales del proyecto histórico izquierdista: la realidad social y política de Chile, el carácter de las transformaciones que emprenderá el gobierno, y el contenido de la Vía Chilena al Socialismo. En cuanto a la realidad social y política de Chile, Allende destaca que las particularidades de la institucionalidad del país han hecho viable que una coalición de izquierda conquiste el gobierno. Señala que la vía política utilizada es una noble tradición en el país, y una conquista imperecedera, producto de largos años de lucha por las libertades a través de la acción política.
Sobre el carácter de las transformaciones, Allende se refiere al contenido del Programa de Gobierno de la Unidad Popular, y al alcance de sus medidas allí contempladas. Señala que el objetivo del nuevo gobierno es terminar con los grandes monopolios que controlan la economía del país, nacionalizar el crédito por medio de la estatización de los bancos; terminar con los latifundios; recuperar las riquezas nacionales en manos del capital extranjero, nacionalizando el cobre, el carbón, el hierro y el salitre. Así recalca Allende el carácter antimperialista, antioligárquico y antilatifundio de su gobierno.
Sobre la Vía Chilena al Socialismo, que es la parte medular de su intervención, Allende destaca el carácter democrático de la revolución chilena, y que esta impronta dice relación con la propia experiencia del movimiento popular a través de los años, en un camino consagrado por el pueblo a través de las elecciones. De allí propone una transición al socialismo “en democracia, pluralismo y libertad”.
Abandona de plano toda ortodoxia en torno al partido único de las revoluciones socialistas existentes. Dice Allende, que para el marxismo nunca ha sido una necesidad la existencia de un partido único en la revolución. Acepta que hay circunstancias previas que pueden conducir a esa situación, “La guerra civil, cuando es impuesta al pueblo como única vía hacia la emancipación, condena a la rigidez política”. Pero no es el caso de Chile.
Termina señalando un aspecto relevante del proceso, tal como lo concibe Allende, que es la gradualidad. No es la revolución socialista inmediata, y no es un quiebre abrupto del Estado. Es la conquista del gobierno, para iniciar un camino de transformaciones revolucionarias: «El pueblo llega al control del Poder ejecutivo en un régimen presidencial para la construcción del socialismo en forma progresiva, a través de la lucha consciente y organizada en partidos y sindicatos libres” (Allende, Discurso del 5 de noviembre de 1970, al iniciarse el gobierno).
Destacamos como segunda intervención en que define su gobierno, el Mensaje Presidencial del 21 de mayo de 1971 al Congreso Pleno. En esta intervención establece las bases del proceso, que Allende reitera como un segundo modelo histórico de transición al socialismo. Sostiene que la realidad de Rusia en 1917 y la de Chile de ese momento son muy distintas, y que el camino a seguir también será distinto: “Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista” y que ésta será “la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario”.
Advierte sobre las enormes dificultades de esta empresa, respecto a la cual no hay antecedentes en la historia, y que supone la capacidad de elaborar nuevos cauces institucionales para llevarla a cabo: “La tarea es de complejidad extraordinaria porque no hay precedentes en que podamos inspirarnos. Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido…”.
Agrega que este desafío se podrá cumplir a condición de no alejarse del programa de gobierno ni tampoco desbordarlo, pretendiendo hacer más de lo programado. «Si olvidásemos las condiciones concretas de que partimos, pretendiendo crear aquí y ahora, algo que exceda nuestras posibilidades, también fracasaríamos”.
Consistente con lo anterior, resalta el carácter gradual del proceso chileno, y una característica esencial, que no consiste en un asalto al aparato estatal, sino en la conquista de la mayoría para así realizar democráticamente las transformaciones: «Nuestro objetivo no es otro que la edificación progresiva de una nueva estructura de poder fundada en las mayorías…”.
En relación con la violencia, sostiene que el pueblo no ha sido obligado a tomar las armas y que el combate de los trabajadores no ha sido contra un régimen despótico, diferenciando nuevamente al Chile de 1971 de la Rusia zarista de 1917. Como consecuencia, el camino futuro es ajeno a toda forma dictatorial, por lo que no habrá entonces dictadura del proletariado en la revolución chilena, derribando así otra catedral dentro de la izquierda.
Advierte que la violencia no es el camino que conviene al pueblo y que, por el contrario, de desatarse la violencia, correrían serio peligro la continuidad institucional, el Estado de Derecho, las libertades políticas y el pluralismo. El camino revolucionario, dice Allende, debe impedir que la minoría social dominante recurra a la violencia y termine con las libertades que han permitido la conquista del gobierno. Insiste en que, no dar paso a la violencia es consustancial al éxito del gobierno revolucionario. Sus palabras resultaron proféticas.