Diana Aurenque - La Tercera - 13/01/2023
“Solo un Dios, puede salvarnos”. Con esta inesperada afirmación finaliza una de las entrevistas más famosas de la filosofía del siglo XX. En la revista alemana Der Spiegel, Martin Heidegger la pronuncia luego de su juicio crítico respecto de lo que denominó el avance de la era de la “técnica moderna”. Aquella crítica se relaciona con lo que con Habermas podríamos llamar la “colonización del mundo de la vida” por parte de aparatos, tecnologías y otras máquinas. No obstante, la crítica heideggeriana va mucho más lejos y trasciende lo puramente técnico. Según Heidegger, la era de la técnica moderna -de las tecnologías digitales y biotecnologías diríamos hoy- representa una época donde el paradigma dominante para comprender el mundo natural y humano, e incluso, a nosotros mismos, ocurre como un pensar con características propias de lo técnico. Así, lo realmente preocupante para el filósofo no es que utilicemos herramientas o que las tecnologías sigan perfeccionándose, sino que su desarrollo y alcance tengan el impacto profundo y transformador que tienen, pero sin siquiera notarlo. Lo que Heidegger advierte es justamente el peligro de que la era técnica se trate de un “destino”, de una forma de estar en el mundo que nos preconfigura y predispone y que, por ello, somos nosotros los dispuestos en lo técnico. Pero, ¿qué significa esto? Aunque parezca extraño el diagnóstico heideggeriano, se reafirma cada vez con mayor consistencia al considerar la relación contemporánea entre política y tecnologías modernas de comunicación e información -especialmente en plataformas digitales. Parece razonable sostener que, tras el llamado “fin de los grandes relatos”, es decir, del fracaso de los proyectos ideológicos del siglo XIX -socialismo, liberalismo, el socialismo, el fascismo, etc.-, la política ha quedado esclava de lo técnico. En efecto, las comunidades políticas hoy parecen activarse en torno a urgencias, crisis o coyunturas más que a idearios o intereses de largo aliento. Por ello, los medios de información y comunicación masivos -especialmente- juegan un rol central como catalizadores de las cuestiones políticas. Precisamente el posicionamiento de ciertos temas mediante tecnologías digitales permite conformar y agrupar fuerzas, opiniones, sentimientos en torno a una serie de cuestiones que, posteriormente, la clase política y los gobiernos hacen suyos. ¿Son esos los temas de la política real?
Justamente ese efecto activador tiene una fuerza literalmente incendiaria que debe ser notada y combatida. Pues contribuye al avance sostenido y planetario que han tenido los distintos sectores más radicales (sean de derecha o izquierda) y sus acciones -como lo que observamos con horror en Brasil, el ataque al Capitolio por seguidores de Trump hace un tiempo o las funas a distintas personas e instituciones que ocurren en nuestro país. En política, un Dios no puede -ni debe- salvarnos. Pero sí quizás una “buena memoria”; una que recuerde lo importante, pero también sepa olvidar lo que no tiene, y nunca tuvo, futuro. Por Diana Aurenque, directora Departamento de Filosofía Usach