Crónica Digital - 29 marzo, 2021
Tengo la impresión de que llega un momento en la vida en que necesitamos explicar a qué debemos el milagro de nuestra supervivencia. Para quienes hemos escrito por profesión, afición u obsesión por muchos años, un libro suele ser el camino obvio. El mío tiene un nombre imperativo: “Dilo, antes que sea demasiado tarde” (Cuarto Propio, 2020). Pues cumplí con mi propia orden y ahí queda el racconto para quienes se interesen.
Una autobiografía me pareció pretenciosa y sentí que, en varios libros y numerosos artículos, la parte más seria de ella ya estaba escrita. Me tenté por inventar un título memorable, pero caí en la cuenta de que ya existía uno imbatible, el del documental autobiográfico del cineasta y humorista Mel Brooks: “I thought I was taller” (Pensaba que yo era más alto).
Me concentré entonces en un periodo específico de mi vida: desde el golpe de Estado de 1973 hasta mi retorno a Chile a comienzos de los 90, es decir, el que contiene mis experiencias como preso político y exiliado.
La primera parte (“Cayendo al abismo”) da cuenta de cómo viví el golpe del 73 y mi condición de preso político en el Estadio Chile, Estadio Nacional y campo de Chacabuco. La segunda parte (“Oxford Road con Alameda”), narra anécdotas de mi larga permanencia en Gran Bretaña.
El inicio es fuertemente autobiográfico, mientras que más adelante mezclo recuerdos con toques de ficción y reflexiones acerca de la condición de exiliado. Esto incluye el largo y doloroso proceso intelectual que consistió en revisar y corregir las duras convicciones adquiridas durante mi apasionante militancia juvenil a la luz del desastre del 73 y que he profundizado en publicaciones previas:
La Jota, Zygmunt Bauman y unos viejos porfiados
y Filo con la Sofía
https://www.cronicadigital.cl/2020/09/17/por-luis-cifuentes-seves-filo-con-la-sofia/
Un breve ejemplo del contenido de “Cayendo al abismo” retrata el horror de lo vivido: “(Estadio Chile) Durante la primera noche, dormir se te hizo muy difícil, debido a los gritos de torturados y descargas de fusil. A partir de los ruidos, imaginaste que obligaban a los presos a dar vuelta al estadio por un pasillo interior, amarrados de los testículos, de manera de provocarles un intenso dolor al caminar de pie o de cuclillas y que a otros les arrancaban las uñas con alicates. Al día siguiente tuviste que ser testigo de más actividades represivas (…). En un momento hicieron salir a un grupo de prisioneros entre los que te encontrabas. Fuiste conducido a un subterráneo. Allí viste torturar bestialmente a varios obreros, algunos colgados, otros amarrados de forma grotesca. Los oficiales desplegaban linchacos, unas curiosas armas orientales. Y notaste sin querer que estaban salpicadas de sangre, como el suelo, como los muros, como los uniformes verdes. Los gritos te parecieron espantosos. Volviste junto a tus compañeros con una considerable carga de colchonetas y otra aún mayor de imágenes lacerantes, vomitivas, inolvidables, que con el tiempo se irían convirtiendo en recuerdos patógenos y vitalicios.”
Otro pasaje, esta vez de “Oxford Road con Alameda”, donde los personajes nombrados son estudiantes chilenos en la Universidad de Manchester, aporta toques de humor y fantasía sobre los que fue reconstruyéndose la esperanza:
“Un día, al llegar a la Unión de Estudiantes con Pablo, Roberto y el Músico, vimos a Rectifilo rodeado de una atenta multitud de latinos. Al minuto caímos en la cuenta de que nuestro correligionario, seguro para impresionar a alguna damisela, estaba inventando, al vuelo, una complicada historia sobre un viaje que había hecho al Medio Oriente con objeto de crear una nueva Religión Universal y que ante el Muro de los Lamentos se había enfrentado a los Doctores de la Ley y a los miembros sobrevivientes de la Comisión Dewey, en defensa de sus tesis teológicas. Un venezolano, incrédulo, le preguntó: “¿Y en qué idioma te entendías con ellos?”. El interpelado lo miró con desprecio, diciéndole: “¡En arameo, por supuesto!”. Finalmente, aburridos con el carácter más bien abstracto de la discusión, los espectadores comenzaron a retirarse, menos dos venezolanos y un ecuatoriano, que pusieron en duda todo el relato. Rectifilo entonces, haciendo como que alzaba del suelo un pesado fardo invisible, dijo: “¡Aquí tengo documentos que prueban lo que digo!”, mientras fingía dispersar la polvareda que su evidencia había levantado al ser depositada sobre la mesa. Era nuestra oportunidad. Nos aproximamos y procedimos a coger y examinar por ambos lados los documentos incorpóreos. Los latinos no sabían si dar crédito a sus ojos y nos miraban con tamaña boca abierta. Pablo dijo: “Me parece que esta es prueba irrefutable”. Los demás asentimos. Rectifilo sonreía triunfal. Los dudosos no sabían que hacer. ¿Éramos nosotros o ellos los locos? En todo caso, viéndose en la proporción desmedrada de tres contra cinco, decidieron replegarse, ante lo cual Rectifilo remató gritándoles: “¡Hombres de poca fe!”.
La imagen de la portada representa las energías del universo transformándose en la palabra hablada, y está inspirada en un ideograma de los códices mayas. Acaso ella sugiere cómo la tradición oral, expresada en numerosas conversaciones de trasnoche, es parte del soplo que nos inspira y motiva a tornar los sinsabores de las historias personales y colectivas en la poderosa decisión de vivir y trascender.
Si este recuento de experiencias viejas sirve o no para meditar el presente y futuro de mi aporreado país, queda enteramente al juicio de mis lectores. Lo que sí anima mis reflexiones es la convicción de que el resultado final de los variados procesos que estamos viviendo, depende de la presencia de millones de almas movilizadas, sin ideología maestra ni orgánica todo poderosa, que tienen por combustible una esperanza antigua que pervive.
La autora de la imagen de la portada es la Dra. Gricelda Figueroa Irarrázabal.
Quienes se interesen en adquirir este libro pueden escribir a:
Por Dr. Luis Cifuentes Seves Profesor Titular - Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas - Universidad de Chile
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