Hernán González. Valparaíso. 12/12/2023. - Prensa el Siglo
La sociedad no resiste más experimentos y, por ahora, aun considerando toda su torpeza y su contenido abiertamente reaccionario, la propuesta de la ultraderecha es la única que se vislumbra en el horizonte.
Si algo hay que reconocerle a la derecha, es su consecuencia para atacar en forma sistemática y sin tregua al Gobierno. Probablemente desde la época de la UP que no se apreciaba una actitud tan beligerante, tan dogmática y agresiva de su parte.
La “democracia de los acuerdos”, identificada por el pueblo en las épicas jornadas de octubre de 2019 y posteriores como el origen de una sociedad excluyente y autoritaria, actuó durante la transición de manera que dicha beligerancia fue imperceptible o incluso innecesaria, excepto de parte del pinochetismo más recalcitrante manifestada en los obstáculos que ponía en contra de la búsqueda de la verdad y la justicia respecto de los crímenes de DDHH y su defensa de la impunidad.
En lo que siguió a las jornadas de octubre, se fue abriendo paso también la seducción de los encantos de este mismo modelo de sociedad contra el que se rebeló entonces. La libertad para elegir; la posibilidad de consumir y tener acceso a bienes necesarios y no tan necesarios aun sin tener dinero para hacerlo. Construirse una apariencia singular que diferencia a los individuos entre sí generando una impresión de diversidad que se manifiesta no sólo en individualismo sino también en comportamientos discriminatorios, competitividad y consumismo.
¿Cuál de las dos apariencias es real? ¿La del pueblo molesto protestando contra el abuso, la desigualdad y los cambullones o bien la del que vibra con los reality y sabe todo de la farándula y goza yendo al mall los fines de semana? Este contrasentido es sólo aparente. Ambas dan cuenta del tipo de sociedad que se ha construido en los últimos treinta años. Ambas son parte de sus manifestaciones posibles.
El sólo hecho de referirse a este presunto enigma, devela en sí mismo, que a la sociedad chilena la cruza una enorme contradicción difícil de determinar para algunos y más difícil de admitir para otros, especialmente los que se autodefinen de derecha y algunos vestigios de lo que se autoidentificaba con el “centro” político y que la abrazó con entusiasmo y autocomplacencia.
La agresividad de la derecha es la negación de esta oposición; es la proscripción de la historia y lo político y la reivindicación de lo idéntico como lo esencial; de lo uniforme como lo verdadero, lo que se denominó consenso por décadas.
Mientras el Gobierno trata de avanzar en la implementación del programa comprometido con el pueblo en las últimas elecciones, la derecha hace todo lo posible por impedirlo. Lo obliga a asumir una posición defensiva y de trinchera que mantiene las cosas más o menos como precisamente aspira dejen de ser. Hace de la acción de Gobierno la adaptación de su programa a una realidad de hecho que es la que se quiere transformar.
Es lo que la propuesta constitucional de los Republicanos, asumida a regañadientes por algunos y con entusiasmo por otros en la derecha tradicional, va a consagrar jurídicamente impidiendo cualquier intento que en el futuro pudiera hacerse e incluso obligando a que aquello que el empresariado y las instituciones conservadoras requieren para el desarrollo de sus proyectos de inversión y adoctrinamiento de la sociedad, deba ser instaurado con una legitimidad anterior incluso al debate del que debieran ser objeto.
Fascismo puro y duro. Es la situación de hecho sobre la que se sostiene la confianza de la derecha para enfrentar el plebiscito de la próxima semana. Obviamente no resuelve la enorme contradicción que agita a la sociedad desde el 2019 a lo menos. Pero es que tampoco pretende hacerlo porque en realidad, para la derecha no existe o mejor dicho, se resuelve del lado de la posible, es decir de la realidad.
Lamentablemente, una de las características de esta sociedad cada vez más preparada para el fascismo, producto de la naturalización de sus valores y la asimilación de la protesta social a mero “estallido” irracional - lo que invierte completamente el sentido moderno de la razón y de los movimientos de masas- es la despolitización y la apatía frente a los asuntos públicos.
La asimilación de la posibilidad como la categoría dominante que organiza la vida social y política. La que, con la misma indiferencia, entre estallido y estallido, admite todos los programas sociales y políticos como si fueran más o menos lo mismo, meras posibilidades, sin considerar por cierto sus costos sino hasta que los está pagando. Eso mientras se los siga asimilando a una especie de catálogo de buenas intenciones o de medidas y acciones que transcurren en medio, debajo y contra los ataques y los obstáculos que la derecha y las fuerzas de la reacción imponen a los demócratas para realizarlos.
Salir de esta condición de trinchera es imprescindible si de transformar efectivamente la sociedad se trata. Especialmente considerando lo que va a venir después del plebiscito que se va a realizar el 17de diciembre. La sociedad no resiste más experimentos y, por ahora, aun considerando toda su torpeza y su contenido abiertamente reaccionario, la propuesta de la ultraderecha es la única que se vislumbra en el horizonte.