Por : Pablo Pérez Ahumada - Departamento de Sociología Universidad de Chile / COES – 17 de mayo 2024 – El Mostrador
El movimiento sindical no debería echar pie atrás al rol dinamizador que incipientemente parece estar tomando luego de la convocatoria del 11 de abril. Para que dicho rol rinda sus frutos, es importante que la CUT siga haciendo esfuerzos concretos para convocar a otras organizaciones sociales.
El pasado 11 de abril, miles de personas se sumaron al paro nacional activo, convocado por la Central Unitaria de Trabajadores y Trabajadoras (CUT). Las estimaciones sobre el tamaño de este tipo de convocatorias están siempre sujetas a discusión (mientras que algunos noticiarios estimaron en 15 mil el total de asistentes a la marcha de Santiago, la CUT sostiene que se sumaron 30 mil personas en la capital y cerca de 100 mil en todo Chile). Más allá de esto, lo que sí está claro es que la cantidad de personas que se movilizó ese día superó, con creces, incluso las expectativas más optimistas.
La masiva convocatoria sugiere que aún existen demandas que movilizan, al menos, a los sectores más organizados de la sociedad chilena. Esto es algo no menor, considerando el declive de las movilizaciones sociales luego de la pandemia y, especialmente, luego del plebiscito del 4 de septiembre de 2022. Más aún, un aspecto que debería ser mirado con mayor atención es que este incipiente proceso de movilización haya sido impulsado por el movimiento sindical. No es novedad que, en Chile, los sindicatos son débiles y que, salvo contadas excepciones, su capacidad de movilización es más bien baja.
En virtud de este problema, en décadas pasadas parte de la dirigencia de la CUT fue muy renuente a emprender movilizaciones y acciones de masa que, desde su perspectiva, solo podían dar cuenta de la debilidad del movimiento sindical. Sin embargo, y como mostré en otra columna, desde la década pasada, se ha observado una transformación importante dentro del movimiento sindical chileno. Esta transformación se expresa en el hecho de que, a pesar de su condición de debilidad, tanto los sindicatos de base como las organizaciones de nivel superior han reconocido la importancia que tiene la movilización colectiva como herramienta para defender los intereses sociopolíticos de las personas trabajadoras –es decir, los intereses que van más allá de sus legítimas demandas salariales “de nivel de empresa”–.
En este contexto, el ejemplo de la movilización del 11 de abril pasado demostró que las centrales sindicales pueden cumplir un rol fundamental como dinamizadoras y articuladoras de demandas sociales que van más allá de lo puramente laboral. Pero ¿en qué consistió dicho rol articulador de la CUT? ¿Cuáles fueron sus resultados concretos? Desde que se aprobó el llamado a movilización en el Congreso Nacional de la CUT del 11 y 12 de enero, los(as) dirigentes de la central sostuvieron reuniones no solo con cientos de sindicatos de base a lo largo de todo el país, sino que también visitaron organizaciones como federaciones estudiantiles, coordinadores de pobladores y pobladoras e, incluso, gremios de pequeñas y medianas empresas, como la Convergencia Nacional de Gremios Pyme y Cooperativas de Chile.
Esos encuentros resultaron en el documento titulado “Manifiesto Social”. El manifiesto consta de 11 puntos, entre los que no solo se destacan demandas ya planteadas por el sindicalismo chileno (salario mínimo por sobre el nivel de pobreza, reformas de pensiones y tributaria o negociación colectiva por rama de actividad económica), sino que también se relevan otros temas de interés nacional, tales como políticas de seguridad pública integral y de acceso a la vivienda. Más aún, en el documento se hace un llamado explícito a fundar un nuevo modelo de desarrollo, basado en políticas industriales de largo plazo, que promuevan la modernización tecnológica, que generen empleos de calidad, que protejan al medio ambiente y que reconozcan el rol fundamental de las Mipymes y de las cooperativas como forma de agrupación de las unidades productivas de menor tamaño y con orientación exportadora.
Estas acciones de la CUT son positivas por varias razones. En primer lugar, porque en un contexto en donde los movimientos sociales parecen haberse quedado “sin proyecto”, este tipo de acciones pueden reactivar discusiones de largo plazo que son fundamentales para la reemergencia de movimientos sociales en el país.
En segundo lugar, porque podrían estar reflejando lo que en la literatura internacional ha sido descrito bajo el nombre de “sindicalismo de movimiento social”. Este sindicalismo se sostiene en la idea de que los sindicatos se revitalizan cuando hacen esfuerzos concretos para actuar coordinadamente junto a otros movimientos sociales –por ejemplo, organizaciones de pobladores, estudiantes o de Mipymes–, para de ese modo pensar el rol que ellos tienen “más allá del lugar de trabajo”.
En tercer lugar, las acciones de la CUT son positivas porque ponen en el centro del debate algo que desde el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 muchos quieren olvidar, a saber: que los problemas socioeconómicos que dieron origen al estallido social de octubre de 2019 (particularmente, la demanda por más igualdad social) no desaparecen por arte de magia luego de una elección, sino que seguirán siendo una fuente de conflictos si no se transforma el modelo político-económico que los genera. En otras palabras, atender el llamado de la CUT es fundamental para pensar seriamente en la construcción de un país más democrático, inclusivo y cohesionado.
Destacar estos intentos de la CUT por articular demandas y proyectos de cambio social no significa, en absoluto, desconocer los innumerables problemas a los que se enfrenta el movimiento sindical chileno, y que hasta el día de hoy han limitado su desarrollo como actor político nacional. Como lo he mostrado en otra parte, el modelo de relaciones laborales heredado de la dictadura militar no solo limita el derecho a huelga y a negociación colectiva, sino que también promueve la fragmentación de las organizaciones sindicales y restringe su acción al nivel de la empresa. Esto produce varios problemas estructurales para el sindicalismo nacional. Entre todos estos problemas, tres son –a mi parecer– los más importantes:
1) Niveles extremadamente altos de fragmentación. En Chile es común ver cientos de sindicatos de empresa y decenas de federaciones o confederaciones que se dividen a pesar de que representan exactamente al mismo tipo de trabajadores(as). Esto afecta especialmente la capacidad de las organizaciones de nivel superior, como la CUT, para construir estrategias comunes compartidos por todas las organizaciones de base –¿cómo la dirigencia de la CUT podría convocar a una asamblea, para tomar acuerdos nacionales, a los más de 12 mil sindicatos activos que actualmente existen en el país?–.
2) Dirigencias sindicales atadas a demandas “de nivel de empresa” y, por lo tanto, con pocas herramientas para pensar el rol de los sindicatos a nivel de rama de actividad económica o a nivel nacional. Entre otras cosas, esto se traduce en que muchos sindicatos de base no vean la necesidad de agruparse con otros sindicatos en instancias de nivel superior, como confederaciones o centrales sindicales.
3) Organizaciones sindicales de todos los niveles (desde sindicatos de base hasta centrales sindicales) que son débiles económica y organizacionalmente. Como resultado de ello, las organizaciones de nivel superior (como las confederaciones) tienen pocas capacidades e infraestructura para organizarse y crecer. Asimismo, dados los problemas de financiamiento, las capacidades técnicas de centrales como la CUT son bajas, lo cual afecta su poder para participar “de igual a igual” en debates sobre políticas públicas.
Todas estas dificultades no son de fácil solución, ya que tienen una base institucional que, por tres décadas, no ha podido ser transformada. Sin embargo, aun reconociendo estas dificultades, el movimiento sindical no debería echar pie atrás al rol dinamizador que incipientemente parece estar tomando luego de la convocatoria del 11 de abril. Para que dicho rol rinda sus frutos, es importante que la CUT siga haciendo esfuerzos concretos para convocar a otras organizaciones sociales, incluyendo a sindicatos que por diversas razones no están afiliados a ella.
La experiencia histórica nacional e internacional indica que, cuando dichos esfuerzos se realizan concienzudamente, los movimientos sindicales se revitalizan, tal como su poder para incidir en las políticas gubernamentales y para elaborar proyectos de país que interpelen a las mayorías sociales, más allá de ellas estar organizadas o no.