Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas. - 24 septiembre, 2024 – El Mostrador
Las Fuerzas Armadas no existen para solucionar los problemas que los políticos no han sido y no son capaces de resolver, los mismos políticos de todos los sectores que después se lavarán las manos, como ya ha ocurrido varias veces en la historia de Chile.
De tiempo en tiempo, algunos –casi siempre de derecha– buscan en las Fuerzas Armadas la conservación de su imagen de Chile y la protección de sus intereses, que generalmente confunden con los intereses del país.
Ese clamor por “restaurar el orden” viene desde la Patria Nueva, continúa con Portales, se subleva contra Balmaceda, se desboca en el período llamado “parlamentarismo”, se vuelve a presentar en la dictación y aplicación de la Ley de Defensa de la Democracia de González Videla y, en forma extrema, se encuentra presente antes, durante y después del golpe civil militar de 1973.
Cabe recordar que detrás del llamado al quiebre democrático y derrocamiento del Gobierno de Allende también estuvieron vastos sectores de centro y de la Democracia Cristiana.
Tampoco son totalmente inocentes de esta tentación los sectores de izquierda que, aunque con menos frecuencia, también sucumbieron a pedir la intervención de las Fuerzas Armadas durante la llamada “anarquía militar” de principios del siglo XX, así como en el silencio cómplice ante el amotinamiento del Regimiento Tacna en las postrimerías del gobierno de Frei Montalva y en los llamados de algunos personeros de la UP (no del Presidente) a la desobediencia de los soldados frente a sus oficiales, antes del 11 de septiembre de 1973.
En resumen, aunque con distinta frecuencia y contenido, ningún sector político del pasado y del presente de Chile ha dejado de llamar a los militares cuando hay dificultades.
Hoy no es la excepción, a propósito del importante y casi insostenible aumento de la inseguridad y del crimen organizado, que tiene a los chilenos atemorizados y saturados.
Se trata de un problema creciente en las últimas décadas, independientemente de los signos políticos de los gobiernos de turno.
Sin embargo, el llamado a los militares se parece, en la versión siglo XXI, a otros llamados en épocas anteriores, resultando siempre, todos ellos, en un fracaso completo, en una polarización de los chilenos y en un estigma para las FF.AA.
La respetable frase de O’Higgins que sobre la creación de la Escuela Militar reza “en esta Academia Militar está basado el porvenir del Ejército y sobre este Ejército la grandeza de Chile”, habla sobre un rol de los militares que puede prestarse a equívocos y, por eso, hay que interpretarlo con cuidado y buena fe, especialmente y a la luz de los tiempos actuales.
Ello, entre otras cosas fundamentales, porque siempre los que pierden son los militares, a quienes se utiliza como brazo armado por parte de los fanáticos del orden y de la mano dura, que, además, sospechosamente siempre desaparecen cuando llega la hora de asumir responsabilidades penales por los excesos que inevitablemente se cometen y cometerán, aunque esté regulado el uso de la fuerza.
En efecto, si llegara a haber muertos en el combate al crimen organizad, ¿cuántos políticos asumirían su corresponsabilidad, aunque los muertos fueran delincuentes, narcotraficantes o extranjeros?
Todos los instigadores, aquellos que tiraron la piedra, rápidamente esconderán la mano. Eso lo saben a ciencia cierta los militares y por eso es por lo que no quieren ni les corresponde ejercer tareas policiales.
Las Fuerzas Armadas pertenecen a todo el país y las necesitamos limpias, prestigiadas, no deliberantes, jerarquizadas, disciplinadas, subordinadas al poder civil democrático.
Es tan antigua y sabia esa medida precautoria.
Durante la República romana las legiones tenían prohibido cruzar el Rubicón y, por tanto, no podían entrar en Roma. Solo la guardia pretoriana (una especie de policía) podía portar armas y ser una fuerza armada en la ciudad. Julio César, que puso fin a la República, cruzó el Rubicón y desató la guerra civil.
Las Fuerzas Armadas no existen para solucionar los problemas que los políticos no han sido y no son capaces de resolver, los mismos políticos de todos los sectores que después se lavarán las manos, como ya ha ocurrido varias veces en la historia de Chile.
De paso, se les pretende utilizar bajo el eufemismo de “la protección de la infraestructura crítica”. ¿Qué significa eso? ¿Acaso no son las empresas las primeras llamadas a contratar seguridad para sus instalaciones? ¿Qué van a proteger? ¿Bancos? ¿Puentes? ¿Empresas de agua potable? ¿Instalaciones de telefonía móvil? ¿Acaso no es esa responsabilidad de las empresas?
¿Qué va a hacer un par de conscriptos de 20 años en una estación del metro contra una turba de comerciantes ambulantes que los agrede? (Que ciertamente los van a agredir cuando rápidamente sepan que tienen orden de no disparar). Y si disparan, ¿quién será culpable de esas muertes?
Si el reglamento de uso de la fuerza es tan exigente como entrar a la Compañía de Jesús, todo Chile sabrá que están atados de manos y, por tanto, estarán indefensos, al no tener ni los medios ni la experiencia de Carabineros. Blancos. Eso serán: blancos.
Los campeones del Estado de Emergencia saben que ese Estado de Excepción Constitucional entrega a las Fuerzas Armadas, no el cuidado de la infraestructura solamente, sino la jefatura y coordinación de todas las fuerzas del Estado presentes en la zona respectiva. Eso en casi todo el país, así como en La Araucanía.
¿Qué es esto sino llamar a las Fuerzas Armadas? De ahí a la deliberación, hay un paso.
El tema de la criminalidad y la inseguridad no es competencia de las FF.AA., ni debe serlo.
Cuando Chile se una para combatir este flagelo, cuando los municipios tengan los recursos que les ha negado el Congreso al no pronunciarse a favor de la reforma tributaria, cuando sea posible que los jóvenes tengan un trabajo mejor que ser soldados del narcotráfico, cuando se multipliquen los efectivos reales de Carabineros, cuando se intervengan las bandas que operan desde las cárceles, cuando la ciudadanía sea parte activa en esta tarea e importemos las mejores prácticas de otros países en el combate a la delincuencia, cuando tengamos de verdad una política migratoria que funcione, entre otras cosas, entonces nos habremos hecho cargo todos del problema y no habrá llamados a las FF.AA. porque, al igual que las tareas policiales, enfrentar el crimen no es ni será nunca su tarea, por el bien de Chile y de las propias Fuerzas Armadas.
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