By Ricardo Candia 10 octubre, 2024 – El Clarín Chile
Por suerte hubo mucha gente que no temió a la represión y que salió a las calles en un proceso que apuró la crisis que desembocaría en el desgaste del dictador y la agudización de la lucha.
Hace poco bastó que una alcaldesa miserable decidiera que una actividad solidaria con el exalcalde Jadue no se hiciera, para que los organizadores, simple, devota y disciplinadamente, lo aceptaran sin decir esta boca es mía.
Luego viene una declaración pública denunciando la arbitrariedad, la que casi ningún medio va a publicar, y el mundo seguirá andando.
Cabe preguntarse.
¿Qué pasó con aquellos que durante la dictadura salían a las calles, ya no solo sin permiso, sino que arriesgando mucho más que un regaño edilicio o una multa a beneficio fiscal? ¿Dónde está la gente que puso el pecho a las balas, literalmente hablando, cuando la cosa era peligrosa, pero por sobre todo necesaria y urgente?
Se lee que un puñado de profesores marchan a Valparaíso para exigir que el congreso legisle a favor de los docentes burlados, mancillados, ofendidos por decenios. Es una marcha de lujo, según se lee. Cómodos buses con baño, numerosos vehículos de apoyo, quinesiólogo, enfermera, agua mineral enfriada, frutas, descanso en hoteles y un séquito de personal de apoyo cobrando horas extra, justificadamente, habría que agregar.
¿Gasto? Millonario. ¿Resultado? Cero.
La buena noticia fue que las marisquerías de Valparaíso se llenaron de docentes con ganas de comer pescado frito y pailas marinas
Las organizaciones de trabajadores, las que quedan, se institucionalizaron en un proceso lento pero seguro que terminó con su extinción. O, por lo menos, con su anulación.
Las leyes surtieron el efecto de apagar a las organizaciones de los trabajadores, las que debieron enfrentar la infección neoliberal que tiene al país sumido en el desfonde de sus instituciones. Todas ellas.
Aquello de pedir permiso para decir de sus reclamos, eso de marchar con batucadas y cuerpos de baile y terminar con artistas famosos para entusiasmar a que la gente marche y luego se quede al show, terminó en el amaestramiento de la organización que se imagine y del movimiento social que se le ocurra.
¿Por qué siguen siendo los estudiantes de la Enseñanza Media quienes impulsan, muestran caminos y denuncian? Porque no piden permiso y asumen la consecuencia.
¿Las federaciones de estudiantes universitarios? En extinción, cooptadas por partidos de gobierno e impedidas de hacer lo que históricamente hacían.
De las grandes organizaciones gremiales, los colegios profesionales, del sector público y movimientos sectoriales, las que hace no mucho movían millones en las calles, no se sabe absolutamente nada.
La energía desplegada por las víctimas de las AFP, del patriarcado, de los sueldos y pensiones miserables, se disipó al no encontrar la forma de transformarse en la única expresión que puede cambiar las cosas, si se obra desde principios: la acción política.
Diferenciada, eso sí, de la politiquería, esa que manda ahora y en la que domina la defensa de los intereses de los poderosos, las prebendas de las que gozan sus cultores y afectada en el alma por la carcoma de la corrupción.
Una política desde abajo y hacia los lados. Con todos y todas. Que se proponga superar el estado de cosas que abruma y castiga. Que ponga sobre la mesa las necesidades reales de la gente sin mirar el qué dirán de la ultraderecha, los millonarios, los milicos y los curas.
En la que la gente mande o que no mande nadie.
Que no pida permiso para ejercer un derecho ganado sobre muertos, desaparecidos, torturados, encarcelados, expatriados, exonerados y mancillados.
Esta democracia, por muy piñufla que sea, fue ganada por el sacrificio de los que se atrevieron y arriesgaron incluso sus vidas para despojarse del tirano. A mano y sin permiso.
No se sabe si los obreros salitreros que bajaron hasta Iquique en diciembre de 1907 pidieron permiso al Intendente Carlos Eastman. A juzgar por los resultados y trascendencia, parece que no.
Ricardo Candia Cares
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