Desde esta juventud que mantiene intacta la convicción de construir una sociedad donde todos y todas vivamos en dignidad, insistiremos siempre: necesitamos trabajar e impulsar reformas estructurales, las que por décadas se han exigido en las calles por organizaciones y movimientos sociales.
Son millones los chilenos quienes día a día, camino al trabajo o a estudiar, transitan por las mismas calles que hace cinco años atrás rebosaban de personas que, cansadas de las injusticias y las desigualdades estructurales del país, exigían cambios. Hoy, a cinco años, las demandas por mejor salud, mejores pensiones y no más deudas por estudiar siguen vivas. Como juventud no olvidamos nuestro rol protagonista en el 2019 y no nos dejemos engañar: el 18 de octubre no estalló la violencia, estalló la indignación. Esa indignación que no se ha ido.
Ese mismo malestar vigente hace que sea una tarea compleja enfrentar los problemas de este Chile que, además de una revuelta popular, vivió una pandemia y dos procesos constitucionales que no avanzaron. Por un lado, la derecha ha optado por la clásica estrategia de negación y obstruccionismo. Sin asco, han intentado engañar la memoria colectiva instaurando el discurso del “estallido delictual”, subestimando a todo un país y creyendo que este discurso podrá aplacar las demandas por una vida digna.
Por otro lado, las fuerzas de izquierda y progresistas han tenido el difícil desafío de encauzar esas demandas en medidas y políticas concretas, todo esto debido a un clima de desconfianza, descrédito de las instituciones, donde la derecha ha aprovechado su posición en el Congreso Nacional para operar como un muro de contención frenando el avance de reformas y transformaciones.
A este clima de apatía hacia la política, ahora se suma el Caso Hermosilla, el que le enrostró a todo Chile que siempre que se tenga poder y contactos, es posible pedir y pagar favores políticos, usar universidades y municipios como cajas pagadoras e inmiscuirse en la justicia, todo desde un celular. Si no trabajamos con convicción y en unidad para darle a Chile las reales reformas estructurales que ha exigido por años, un caso como este solo profundizará la desconfianza y rabia.
Hace cinco años dijeron que “no lo habían visto venir”, pero las señales eran claras. El año 2011, durante el primer mandato de Piñera, vivimos las más grandes movilizaciones estudiantiles desde el retorno a la democracia. Mientras la primera autoridad respondía con represión, la organización estudiantil crecía y crecía a nivel nacional. El 2018, ya en su segundo mandato, la revolución feminista pausó al país completo, poniendo en cuestión las formas de relacionarnos en una sociedad patriarcal. Piñera fue un semillero de indignación.
La gota que rebalsó el vaso: el 1 de octubre del 2019 se anunció el aumento en 30 pesos el pasaje del Metro. Ante eso, ¿cuál fue la respuesta? La derecha se rió de la ciudadanía por su molestia frente a la subida de la tarifa, “levántense más temprano para que les salga más barato”, dijo el ministro de Transporte, Juan Andrés Fontaine. Esa movilización nacional, liderada por una juventud, fue respondida con represión, cuyas víctimas hasta hoy claman por justicia y reparación por parte del Estado. Este país no puede seguir escondiendo todo bajo la alfombra.
Desde esta juventud que mantiene intacta la convicción de construir una sociedad donde todos y todas vivamos en dignidad, insistiremos siempre: necesitamos trabajar e impulsar reformas estructurales, las que por décadas se han exigido en las calles por organizaciones y movimientos sociales. Hacer de Chile un país donde podamos vivir dignamente no puede seguir siendo una aspiración. Mejorar la vida de las personas es posible.
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