By Paul Walder 17 enero, 2025 – El Clarín Chile
Chile fue el primer país del mundo en aplicar el sistema de capitalización individual y es en la actualidad el único que aún la mantiene en exclusividad. Con el pacto en el Senado entre Chile Vamos y el gobierno para la reforma del sistema de pensiones el futuro del modelo está asegurado. Una nueva cocina en el Senado, mesas técnicas, lenguaje críptico, declaraciones ambiguas. La letra chica para un nuevo engaño y una actitud gubernamental de difícil explicación pública. Cómo pasar del discurso antineoliberal a su defensa plena en tres años. Tarea para analistas e historiadores. ¿Quién es Gabriel Boric y su gobierno? ¿A quién representa? Sin duda no al pueblo que demandaba mejores pensiones y el fin del sistema de AFP.
Cada movimiento o declaración de las elites consolida nuestra historia reciente. Es el peso de las costumbres y los privilegios, que inmoviliza y sólo permite la vuelta atrás. Porque todo lo que implique futuro está marcado por el miedo. En ello, la ceguera, la obstinación, la circularidad y la mentira.
Así pueden nombrarse algunas de las reacciones de la elite ante la catástrofe política que pulveriza las instituciones y deja atónitos a los ciudadanos. Ante la destrucción provocada por sus propios abusos y errores, las actitudes de esta clase son un cierre de filas, un acuartelamiento entre pares, un resguardo de sus privilegios y un refuerzo de la brecha que los separa de sus electores, trabajadores y el pueblo en los territorios. Ante la fractura, las soluciones son desquiciadas por lo interesadas y apuntan al quiebre, al abismo, a la separación completa de realidades. Si la reparación ya era difícil desde el inicio de las protestas hacia finales de la década pasada, con el correr de los años y de estos turbios días vemos que es imposible. Las elites, cada día más acorraladas en su impudicia, tienden, tal vez atemorizadas por vez primera en la postdictadura, a un mayor encierro. Su salida y respuesta es reforzar y cristalizar sus privilegios.
La clausura en torno a la institucionalidad neoliberal ha quedado manifestada durante todos los gobiernos, incluido el actual en funciones. El fundamentalismo mercantil durante las administraciones de la Concertación y Piñera y las apariencias de reformas durante el actual. En ambos casos, dos estrategias orientadas a un solo objetivo: la protección del núcleo del modelo, un sistema de intereses dual: fortalece a los grandes grupos económicos y a la cooptada casta política. Unos hacen las leyes y los otros reparten las ganancias.
Los intentos de llegar a un acuerdo político entre los partidos de Chile Vamos y el gobierno han expresado una obsesiva nostalgia por la democracia de los acuerdos, una fobia hacia la ciudadanía organizada y una incapacidad, que es también desprecio, creativa. Es una reacción patológica que obliga al cierre de puertas y ventanas, al encierro compulsivo y a la reiteración de los mismos actos fallidos como aparentes soluciones. La historia neoliberal chilena instalada en plena dictadura civil militar es circular.
Comportamientos como los que hoy observamos en la clase política podrían corresponder a una personalidad con graves trastornos paranoicos, y en el gobierno aquel síndrome denominado de disonancia cognitiva, pero también a una estrategia política de alto riesgo que transita por los bordes de nuestra simulada y débil democracia. Buscar hoy liderazgos es intentar hallarlos al interior de un sistema corrupto que nunca tuvo una verdadera representación. La democracia de los acuerdos que hoy celebran esas elites viajas con las jóvenes, sucumbió hace mucho tiempo a su encierro, a sus propias enfermedades, a sus males internos. Invocar es también llamar a los peores fantasmas de nuestro pasado reciente.
El poder del capital busca con obsesión la regresión conservadora. Lo viene haciendo desde su prensa, desenmascarada nuevamente y convertida en feroces órganos de difusión partidistas que buscan la imposición enceguecida de su proyecto.
El capital y sus referentes políticos regresan para consolidar la crisis terminal. Sin rutas previstas ni proyectos sociales, el presente tiene como sello, junto a las contradicciones y el desorden, el deterioro, la corrupción y la anomia, mezcla espesa que cubre todas las instituciones públicas y privadas empujando las contradicciones a límites intolerables. Aquella fusión oscura y pegajosa entre las elites privadas y públicas, entre los controladores de los espacios económicos, políticos, sociales, mediáticos y culturales, ha abierto una brecha insondable entre las ciudadanías y los cada vez más concentrados poderes. Un proceso medido por las estadísticas económicas, que si bien registran niveles de desigualdad propios de sociedades monárquicas o autocráticas, no logran aún constatar el creciente e histórico repudio de la población a sus gobernantes y controladores.
El pacto por la reforma al sistema de pensiones anunciado el lunes de esta semana ha quemado la última esperanza política.
Paul Walder
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