Por: David Duhart | Ingeniero Comercial, Magister en Control de Gestión – El Desconcierto - 04.04.2025
La iniciativa de Matthei no es neutral, prioriza el interés de unos pocos sobre el bien común. En momentos de demanda ciudadana por equidad, eliminar feriados sería un salto al pasado. Defenderlos es afirmar que ningún crecimiento económico justifica sacrificar lo esencial: el derecho a vivir, no solo a sobrevivir.
La reciente propuesta del equipo de economistas de Evelyn Matthei, que busca eliminar los feriados irrenunciables en Chile, ha reabierto el debate sobre el modelo de sociedad que queremos. Bajo el argumento de impulsar la productividad, la iniciativa ignora derechos laborales básicos y amenaza con profundizar la desigualdad en un país donde el 1% más rico concentra el 26,5% de los ingresos (CEPAL).
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Países como Alemania, Francia o los países nórdicos -referentes en bienestar- garantizan entre 10 y 15 días feriados anuales irrenunciables, además de vacaciones pagadas. Estos derechos no entorpecen el desarrollo: la OIT confirma que el descanso reduce el ausentismo, mejora la productividad y protege la salud mental.
Incluso Japón, con su cultura laboral exigente, amplió los días de descanso tras la crisis de karoshi (muerte por exceso de trabajo). Chile, con solo 16 feriados al año -por debajo del promedio latinoamericano-, está lejos de excederse. Eliminar días irrenunciables nos aleja de un progreso que equilibra economía y dignidad.
En un mercado laboral con 27,4% de informalidad (INE, 2023) y salarios precarios, la medida agravaría la explotación. Sectores como retail, agricultura o servicios, con alta temporalidad y baja sindicalización, verían cómo los empleadores presionan a trabajadores a laborar sin compensación justa.
Los más afectados serían jóvenes, mujeres y trabajadores informales. La OCDE advierte que la sobrecarga laboral reduce la productividad hasta en un 20%, desmintiendo el mito de que más horas generan más crecimiento. Mientras las grandes empresas aumentarían ganancias externalizando costos humanos, los trabajadores perderían días vitales para recuperarse o compartir con sus familias.
Los feriados son un derecho que defiende la calidad de vida. En Chile, con altos índices de estrés laboral y enfermedades mentales (OMS), eliminar días de descanso agudizaría crisis sanitarias que ya cuestan al Estado el 3% del PIB anual. Mujeres -sobrecargadas por labores de cuidado no remuneradas- y adultos mayores en empleos inestables verían su bienestar aún más vulnerado. El descanso no es un lujo: es condición mínima para una vida digna.
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Esta propuesta también borra conquistas históricas. Los feriados irrenunciables surgieron tras décadas de lucha contra la explotación industrial, eliminarlos normaliza una visión mercantilista del tiempo humano, donde todo se reduce a costos y ganancias.
En un país donde el 50% de los trabajadores gana menos de $420.000 al mes (Fundación SOL), hablar de “flexibilización” es cínico: la mayoría no tiene poder para negociar mejores condiciones. La medida beneficiaría a dueños de empresas, que aumentarían márgenes a costa de derechos básicos, en un contexto donde el 1% ya acumula riqueza obscena.
La desigualdad es el trasfondo. Mientras se insiste en que Chile debe “competir globalmente” recortando derechos, se omite que los países exitosos invierten en protección social. La OIT señala que mejores estándares laborales se correlacionan con economías más innovadoras y estables. Reducir feriados ampliaría la brecha entre una minoría privilegiada y una mayoría exhausta, sin tiempo para educarse o exigir cambios.
Chile enfrenta una elección: avanzar hacia un desarrollo inclusivo o retroceder a un modelo que mide el éxito en ganancias, no en dignidad. Los feriados irrenunciables son una línea roja. No son un “privilegio”, sino un mecanismo de justicia social que compensa salarios bajos, jornadas extensas y pensiones miserables. En lugar de eliminarlos, debiéramos ampliarlos, como en naciones que entienden que el progreso genuino se construye respetando a las personas.
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La iniciativa de Matthei no es neutral, prioriza el interés de unos pocos sobre el bien común. En momentos de demanda ciudadana por equidad, eliminar feriados sería un salto al pasado. Defenderlos es afirmar que ningún crecimiento económico justifica sacrificar lo esencial: el derecho a vivir, no solo a sobrevivir.
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