Por Simón del Valle
El Clarín Chile. 1 julio, 2025
El aplastante triunfo de Jeannette Jara no solo marca el inicio de su campaña presidencial, sino también un reordenamiento del eje político chileno. El Partido Comunista toma el liderazgo del progresismo, mientras el centro se reduce y la derecha se radicaliza. ¿Puede una izquierda popular, diversa y moderna construir gobernabilidad sin ceder sus convicciones?
El contundente triunfo de Jeannette Jara en las primarias del pacto Unidad por Chile no solo marca el inicio formal de su carrera presidencial: inaugura también una nueva etapa política en el país, con una reconfiguración profunda del eje progresista y una izquierda que, por primera vez desde 1973, lidera con fuerza propia una campaña presidencial. El 60% de los votos obtenidos por Jara no deja lugar a dudas. Su victoria no fue marginal ni geográfica: ganó en todas las regiones del país, incluso en territorios donde el conservadurismo parecía inamovible.
Lo que comienza ahora es más que una campaña: es la articulación de una nueva coalición de centroizquierda con rostro popular y liderazgo comunista, un fenómeno inédito en la historia política reciente de Chile. Y lo hace con una candidata que combina biografía, carisma, programa y capacidad de negociación, capaz de ampliar su base de apoyo más allá del Partido Comunista.
¿Fin del centro… o transformación de sus electores?
Uno de los elementos clave que deja la primaria es el declive del centro político. La derrota de Carolina Tohá, figura del PPD y heredera directa de la tradición de la Concertación, es significativa: su 27% refleja el desgaste de una corriente que por más de tres décadas administró el modelo neoliberal con rostro progresista. Pero la gran pregunta es si estamos ante la desaparición del elector de centro, o bien ante una transformación de su sensibilidad política.
Es posible que ese votante tradicional de centro —que busca estabilidad, pero no está satisfecho con el orden social y económico— encuentre en Jeannette Jara una figura confiable, cercana y firme. Su discurso de unidad, repetido varias veces la noche del domingo —» unidad, unidad»— no fue retórico: fue estratégico. Jara sabe que su candidatura puede crecer hacia sectores moderados si es capaz de proyectar un horizonte de cambio con estabilidad, sin renunciar a sus convicciones. Y su figura —hija de la educación pública, exdirigenta sindical, ministra eficiente— tiene los atributos para conectar con ese electorado.
Un PC que deja de ser «problema» para convertirse en estructura
Lo que parecía impensable hace años, hoy es una realidad: el Partido Comunista lidera la candidatura presidencial del progresismo. Y no desde la marginalidad o el testimonio, sino desde la hegemonía electoral. El dato inquieta a sectores tradicionales de la política y al empresariado, que rápidamente han intentado reactivar el discurso anticomunista. Pero ese discurso, como advierten incluso analistas más conservadores, ya no tiene el mismo eco.
Sergio Bitar, exministro y figura histórica del PPD, reconocía esta semana que “la ideología del anticomunismo tiene una resonancia distinta en las generaciones jóvenes”, y que el fenómeno Jara responde más a una “percepción compartida” de sentido común que a una adhesión ideológica dura. En otras palabras, el PC ya no es visto como amenaza por la ciudadanía, sino como parte del tejido democrático.
Además, en el interior del oficialismo, el Partido Comunista es el que tiene mayor despliegue territorial, capacidad organizativa y fuerza en las bases sociales. Esta estructura será clave para enfrentar la elección presidencial con voto obligatorio, donde la movilización será un factor decisivo. La presidenta del Frente Amplio, Constanza Martínez, lo sintetizó con claridad: el gran desafío será convocar al mundo que hoy no se siente parte de la política. En ese terreno, el PC tiene ventaja.
Una candidata que traspasa las fronteras de su partido
Jeannette Jara ha sabido mostrarse como algo más que una militante comunista. En sus primeras declaraciones tras la victoria, afirmó con claridad: “Soy la candidata de una coalición mucho más amplia, aquí tienen que estar representados todos los partidos”. Incluso abrió la puerta al diálogo con la Democracia Cristiana, una señal de apertura impensable en otras coyunturas. Y aunque no descartó, en abstracto, una eventual renuncia al PC —»uno nunca se puede cerrar a ninguna posibilidad»— fue firme al afirmar que no combatiría el anticomunismo renunciando a su historia. “Es como darles la razón”, dijo.
Jara no necesita esconder su militancia, porque su biografía la protege: ha sido una figura de gestión reconocida, una dirigente con credenciales en el mundo del trabajo, y una política que habla desde el sentido común de las mayorías. No promete milagros, sino trabajo y compromiso. No vende humo, sino un proyecto colectivo con prioridades claras: crecimiento con justicia, salud, vivienda, seguridad pública y, por supuesto, la reforma previsional con el compromiso del No Más AFP.
¿Una coalición viable?
Tras la derrota del Socialismo Democrático y del Frente Amplio en las primarias, lo que se abre es una pregunta inevitable: ¿cómo se rearticulará la coalición oficialista en torno a una candidatura liderada por el Partido Comunista? Lautaro Carmona, presidente del PC, ha sido categórico: “el Partido Comunista tiene el peso de que tiene la candidata. No tiene por qué tener otra ventaja que no sea una gran autoexigencia y responsabilidad”.
Jara, por su parte, ha mostrado una disposición dialogante. Reconoció el aporte de sus contendores en las primarias —Tohá, Winter y Mulet— y llamó a construir una campaña común. En sus palabras, “esta es una coalición de centroizquierda, no una candidatura del Partido Comunista”. Esa afirmación será clave para evitar tensiones internas y proyectar una imagen de gobernabilidad que tranquilice a sectores que, sin ser de izquierda, podrían sumarse al proyecto si perciben orden, claridad y horizonte.
Polarización y oportunidad
En el otro extremo del escenario político, la derecha vive su propio reordenamiento. Evelyn Matthei pierde terreno semana a semana en las encuestas, mientras José Antonio Kast se consolida como el principal adversario de Jara. A su derecha, Johannes Kaiser —con un discurso extremista y provocador— amenaza con capturar el malestar más radical. Este panorama anticipa una elección polarizada, con dos grandes bloques y muy poco espacio para proyectos centristas.
Pero la polarización no necesariamente es mala noticia para Jara. Si logra representar el cambio con estabilidad, la justicia social con gobernabilidad, puede convertirse en la opción más creíble frente al autoritarismo de Kast y el vacío del centro. Su desafío será doble: convocar a las mayorías silenciosas sin ceder ante la presión de moderarse en exceso, y enfrentar una campaña en la que los ataques serán duros, especialmente desde los sectores económicos y mediáticos.
Lo que está en juego no es solo una elección presidencial. Es la posibilidad de cerrar el ciclo de la transición —con sus promesas incumplidas y su modelo agotado— y abrir un nuevo ciclo político donde el pueblo, sus demandas y sus organizaciones vuelvan a estar en el centro. Jeannette Jara encarna esa posibilidad con fuerza, historia y credibilidad.
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