Apuntes políticos de Marcelo Mella – 11 de octubre 2025
Marcelo Mella Polanco – Director del departamento de Estudios Políticos de la Facultad de Humanidades – Usach –El enigma de la estabilidad Presidencial en la Región
La política en América Latina carga con el estigma de la inestabilidad crónica. Durante décadas, la imagen de presidentes que no terminan sus mandatos y congresos fragmentados ha dominado el imaginario colectivo. Sin embargo, bajo esa superficie de caos aparente, se esconde una realidad mucho más compleja y, sorprendentemente, más estable.
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Si, como sostienen las teorías clásicas, los sistemas presidenciales con múltiples partidos son una receta para el desastre, ¿cómo han logrado tantos países de la región mantener una estabilidad democrática casi ininterrumpida desde los años 80? La respuesta no está en la ausencia de conflictos, sino en la forma en que los líderes han aprendido a gestionarlos. Este artículo revela las claves inesperadas detrás de este fenómeno, basadas en un concepto fundamental: el “presidencialismo de coalición”.
Clave 1: Más partidos, menos crisis de régimen. La paradoja de la fragmentación en América Latina.
A primera vista, los datos parecen confirmar los peores temores. La fragmentación de los sistemas de partidos en América Latina no ha hecho más que aumentar, creando un escenario que, en teoría, debería ser ingobernable. Sin embargo, en una de las mayores paradojas de la política regional, este aumento de la complejidad no ha provocado un colapso democrático, sino todo lo contrario: ha forzado una adaptación que ha sostenido el sistema.
Este escenario es una tormenta perfecta en teoría: mientras el número de partidos con poder real (el NEP) se duplicaba, pasando de un promedio de 2 en 1925 a 4.2 en 2019, la base de poder inicial del presidente se desmoronaba. En el mismo período, el apoyo legislativo proveniente del propio partido del presidente ha disminuido, en promedio, del 64% al 43%. Esta cifra es clave, pues demuestra que casi ningún presidente moderno llega al poder con una mayoría propia, haciendo de la construcción de coaliciones una necesidad existencial, no una opción. Es precisamente esta brecha creciente entre la fragmentación y el poder inicial lo que forzó la invención de un nuevo modo de supervivencia política.
Clave 2: El viejo mito desmentido. El Presidencialismo no estaba condenado al fracaso
Durante mucho tiempo, el consenso académico, liderado por el influyente politólogo Juan Linz, advirtió sobre “los peligros del presidencialismo”. Sus argumentos eran sólidos: la doble legitimidad (presidente y congreso electos por separado), los mandatos fijos que impiden resolver crisis con un simple voto de confianza y la lógica de “el ganador se lo lleva todo” creaban un cóctel institucional propenso al conflicto y al quiebre democrático.
Sin embargo, esta sentencia casi fatalista fue desmontada por una nueva generación de académicos. Investigadores como Shugart, Carey y Mainwaring demostraron que el problema no era tan simple. Sostuvieron que el diseño institucional específico de cada país y las condiciones de su sistema de partidos eran mucho más importantes que la simple etiqueta de “presidencialismo”. La conclusión revisionista fue clave: el verdadero desafío no es el presidencialismo en sí, sino su “difícil combinación” con el multipartidismo. E incluso esa dificultad, como demuestra la historia reciente, ha sido gestionada.
Como señala la investigación, la naturaleza de las crisis cambió radicalmente a finales del siglo XX. A diferencia de las crisis anteriores que a menudo resultaban en golpes de estado, desde 1990 ha surgido un nuevo patrón en el que las crisis presidenciales se resuelven a través de mecanismos institucionales, como el juicio político, sin interrumpir el orden constitucional.
Pero, ¿cómo, exactamente, se gestionó esta dificultad en la práctica?
Clave 3: El “Kit de Herramientas Presidencial” para construir mayorías
La respuesta está en el arsenal poco convencional que los presidentes desarrollaron para convertir la debilidad de la fragmentación en una fortaleza. Los expertos lo denominan el “Presidential Toolkit” o “kit de herramientas presidencial”: un conjunto de estrategias y recursos que los presidentes utilizan para negociar, intercambiar favores y asegurar el apoyo legislativo necesario para gobernar.
Las herramientas clave de este kit incluyen:
- Nombramientos en el gabinete: Ofrecer ministerios a los socios de la coalición para asegurar su lealtad. Es el peaje más visible: se cede el control de áreas clave del Estado a cambio de votos garantizados en el pleno.
- Control presupuestario: Asignar fondos discrecionales para ganar apoyo. En la práctica, esto se traduce en partidas para carreteras, hospitales o proyectos locales que un legislador puede “vender” a sus electores como un logro propio, asegurando su lealtad al gobierno.
- Cargos burocráticos: Usar miles de nombramientos en la administración pública como moneda de cambio para satisfacer las demandas clientelares de los partidos de la coalición.
Mediante el uso estratégico de estas herramientas, un presidente que inicialmente es minoritario puede construir un “escudo legislativo” que no solo le permite avanzar en su agenda, sino que también lo protege de intentos de destitución.
Clave 4: El precio oculto de la estabilidad y los riesgos de gobernar en coalición
Este modelo de gobierno no es una panacea. El presidencialismo de coalición, si bien ha sido un eficaz mecanismo de supervivencia, presenta importantes desventajas que afectan la calidad de la gobernanza y la democracia. Se trata de un delicado equilibrio entre estabilidad y eficacia.
La necesidad constante de mantener unida a la coalición puede llevar a que las políticas públicas sean el resultado de un compromiso descafeinado, donde se evitan las reformas profundas y audaces para no perturbar a ningún socio. En esencia, a menudo se prioriza la estabilidad política sobre la eficiencia y la audacia de las políticas públicas.
Un modelo de supervivencia con interrogantes a futuro
El presidencialismo de coalición ha sido la estrategia adaptativa que ha permitido a las democracias latinoamericanas sobrevivir en un entorno de alta fragmentación política. Al forzar la negociación y el pacto, ha evitado las crisis institucionales terminales que plagaron el pasado de la región, logrando un nivel de estabilidad democrática sin precedentes.
Sin embargo, este modelo no está exento de problemas. Si bien ha sido una fórmula para la supervivencia, presenta desafíos significativos para la calidad del gobierno, la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción. Esto nos deja con una pregunta fundamental de cara al futuro: ¿Puede un sistema que compra estabilidad a costa de la administración del impulso reformista y la integridad institucional sobrevivir a las demandas de sociedades cada vez más intensas? O, dicho de otro modo, Es sostenible la combinación de presidencialismo con multipartidismo polarizado ¿cuándo la cura -el presidencialismo de coalición- se vuelve más peligrosa que la enfermedad original?
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