EL ESTALLIDO, LA CARTA DEL PUEBLO

Por Hugo Alcayaga Brisso

El Clarín Chile, 18 octubre, 2025

El 18 de octubre resalta en la historia patria por las grandes expectativas que abrieron las luchas del pueblo:  ese día, en 2019, comenzó el estallido social, la más potente y significativa expresión de las manifestaciones populares por condiciones de vida digna, por una democracia plena contenida en una nueva Constitución y por la igualdad que desconocen los dueños del dinero que son también los dueños de Chile.

                Fue el despertar de las grandes mayorías de gente pobre y sin destino, marginada por la sociedad, un movimiento sin precedentes admirado en el mundo entero y la respuesta de quienes carecen de recursos a los que instalaron y dieron continuidad a un régimen de injusticias cuya única finalidad es seguir manteniendo el enriquecimiento descarado de los superricos y la concentración económica de una minoría.

                Contrariamente a lo que pretenden los que no quieren ver la realidad, aquí no estuvo en peligro la democracia ni hubo intento de golpe de Estado ni nada de eso:  lo que llegó a tambalear fue el modelo neoliberal impuesto por la dictadura, pero la protesta se diluyó en la medida que el país entraba a una emergencia sanitaria por la pandemia del covid y sus consecuencias.

                La rebelión popular fue espontánea, no fue tutelada por ningún partido, tendencia ni ideología, y surgió de causas profundas y estructurales al acumularse un descontento sordo producto de la aplicación por décadas del modelo neoliberal más extremista del planeta que somete a una ciudadanía indefensa. Más allá de los partidos desprestigiados y sus candidatos, el estallido ha sido y es la gran carta del pueblo.

                En ese tiempo memorable millones de personas salieron a las calles dejando atrás la actitud adormilada y perezosa que se mantuvo inexplicablemente por largos años. Lo hizo portando las banderas por una Constitución Política democrática y ciudadana en lugar del remedo de Carta Magna legada por el militarismo golpista en el siglo pasado y por la restitución de los derechos sociales de cada chileno arrebatados en la época del terrorismo de Estado.

                La protesta por el alza del transporte público a través de evasiones masivas del pago de pasajes en el metro de Santiago, iniciada por estudiantes, prendió como reguero de pólvora. Rápidamente las manifestaciones se transformaron en una movilización nacional contra las profundas desigualdades sociales, los salarios y pensiones miserables, salud y educación convertidas en productos mercantiles, aumento de tarifas de los servicios esenciales, colusiones empresariales para subir artificialmente los precios, etc., y todo lo que conlleva un régimen de mercado injusto y abusivo.

                Hace seis años, entre la segunda quincena de octubre y gran parte de noviembre, hubo marchas multitudinarias de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con miles de pobres, desempleados, sin casa, endeudados y estafados por el sistema. Las marchas y las movilizaciones estuvieron en Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y ciudades y localidades del país, protagonizadas por muchedumbres reclamando por justicia y dignidad.

                El sistema capitalista salió al paso de los manifestantes con una feroz represión armada de carabineros y militares a causa de lo cual hubo numerosas víctimas: 30 civiles perdieron la vida, sin que hubiera bajas entre los uniformados. Los represores dispararon siempre al rostro de los manifestantes y dos de estos quedaron ciegos por toda su vida, en tanto que no menos de 420 sufrieron lesiones que significaron la pérdida de uno de sus ojos. Salvo contadas excepciones, las brutales agresiones quedaron en la impunidad. Tampoco se supo de sanciones para los oficiales que ordenaron estos cobardes ataques. Tal como en los casos de violación de los derechos humanos durante la dictadura, aquí también los sectores conservadores, la casta política pinochetista y los medios que desinforman a diario, impusieron otra expresión del negacionismo.

                Al cumplirse el sexo aniversario del estallido social, nada se ha avanzado en las demandas populares. Hay quienes desprecian al mundo octubrista, lo minimizan, lo desacreditan e insisten en confundir la pobreza con la delincuencia, por la violencia y la destrucción que emplearon algunos. Los saqueos y el vandalismo, sin embargo, fueron de una pequeña minoría, cansada de no ser aceptada, ignorada o ninguneada por la sociedad.

                Quienes incurrieron en acciones vandálicas, robos o destrozos fueron los menos, aquellos que no consiguieron atenuar la rabia en momentos en que arreciaban las protestas. Pero en el estallido participaron millones de personas cuya única finalidad fue protestar ante los poderosos por sus desmejoradas condiciones de vida, lejos de tener por delante mejores proyecciones o un futuro con expectativas. La sociedad chilena nunca les dio nada, salvo ruindades, insultos e improperios.

                Nada se puede esperar de la casta política que vive en un mundo muy diferente al de la inmensa mayoría de la población. Por sus altos ingresos, su compromiso con la administración del modelo y sus múltiples vínculos con el gran empresariado que financia de manera transversal sus campañas electorales está muy lejos de poder entender a cabalidad el malestar social.

                Lo que pasó en las calles en 2019 fue otra muestra del divorcio existente entre la política institucionalizada y el país real. A la fecha siguen acumulándose situaciones adversas y material altamente inflamable para futuros estallidos que otra vez hagan temblar a la oligarquía, los superricos y los poderosos.

                El octubrismo quedó marcado en letras doradas en las mejores páginas de la historia de Chile. De continuar invariable el modelo depredador, de mantenerse la enorme brecha de la desigualdad y de acuerdo a las circunstancias, no se descarta que pueda repetirse de un momento a otro.

Hugo Alcayaga Brisso

Valparaíso

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