LLEGAR A LA PAZ SOCIAL EN PAZ ES COSTOSO, PERO TAMBIÉN UN DESAFÍO QUE VALE LA PENA

Por: Luis Eduardo Thayer Morel. Abogado

El Mostrador, 23 octubre, 2025

Así las cosas, estamos apostatando de la solidaridad natural entre las personas por la materialidad de la codicia y el egoísmo neoliberal: Estamos consiguiendo que el valor del “tener” sea superior al del “ser”, oscureciendo las utopías humanistas y socialistas

La paz social es exigida al Estado por quienes sustentan el poder económico, a veces con el fin de sostener situaciones de privilegio y siempre como garantía para arriesgar cualquier inversión.

Ahora bien, garantizar la paz social por parte del Estado requiere, a su vez, estabilidad social y política. No es un “pliego de peticiones” fácil de satisfacer. Tampoco, sencillo de implementar. Tan así es que la iniciativa privada por sí misma no es capaz de generarla. Y ¿Cuánto cuesta eso?: Bueno, cuesta lo que cuesta mantener la seguridad pública a lo largo y ancho del país y, también, asegurar un “ingreso ético”, esto es, una remuneración que permita “el buen vivir” a todos; hasta las familias más pobres.

Convengamos que no es poco lo que se pide ni lo que cuesta.

Digamos que tampoco es solo plata, porque la paz social, requiere cimentar otros dos factores invaluables: la cohesión social y la integración nacional. Son estos los que sostienen la buena convivencia y fortalecen la democracia. En Chile, han sido afectados en gran medida por la rigidez dogmática del modelo neoliberal y por el “individualismo” al que conduce. A su vez, este último, a la pérdida del sentido de comunidad, a una “estratificación social muy segregada” y a enormes desigualdades.

Una de las más nítidas demostraciones de tales fenómenos la observamos en la repartición de la riqueza –o de la “pobreza”– cuyas brechas, en lugar de aminorarse, tienden a acrecentarse. Dura verdad que no es novedad: en Chile, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más, también. Pero los ricos son, además, cada día más poderosos, debido a la influencia fáctica y decisiva que ejercen en la consolidación de un modelo que no tiene atisbos de ser modificado en su estructura ni menos cambiado prontamente.

Entonces, aunque pensemos y digamos que las personas son más importantes que los resultados, la teoría neoliberal no permite otra receta para repartir mejor los ingresos del país que no sea el “rebalse” de su propia genética en torno a la cual ha de girar –como en un sinfín- no solo la economía, sino que toda la organización y el funcionamiento de la sociedad: “La gestión eficiente de las empresas mejora su productividad y competitividad; esta mejoría permite generar utilidades; las utilidades, ahorrar; el ahorro, invertir; la inversión, crecer; y el crecimiento nuevos empleos, aumento de las remuneraciones, mejores condiciones de vida, etc…”. (Humanizar a Chile. Editorial Cuarto Propio 1998). Es la utopía pura que hoy invade y domina el mundo sin contrapesos. Sin embargo, su aplicación en la realidad está demostrando que deshumaniza la vida de una gran mayoría de personas y frustra muchas esperanzas.

Así las cosas, estamos apostatando de la solidaridad natural entre las personas por la materialidad de la codicia y el egoísmo neoliberal: Estamos consiguiendo que el valor del “tener” sea superior al del “ser”, oscureciendo las utopías humanistas y socialistas.

Y, en la “previa” de las elecciones del 16 de noviembre –aunque no lo percibamos– el debate público deja en evidencia la contradicción de la derecha con el modelo que defiende: por una parte, exige al Estado “producir” la paz social necesaria para que la iniciativa privada invierta tranquila y, por la otra, presiona por su “achicamiento”, restringiendo su acción al orden y la seguridad con el sostén de la represión, el debilitamiento de los entes fiscalizadores e intentos de seducción al órgano contralor.

La contradicción de Kast es un ejemplo muy nítido: afirma que si es Presidente recortará 6 mil millones de dólares al Presupuesto en 18 meses y, por otro lado, fija como objetivo central de su eventual Gobierno asegurar “el orden y la seguridad”. Yerran, pues, Matthei y los economistas de distintos sectores si se limitan a emplazarlo a que diga “cuáles ítems del Presupuesto recortará porque los números no le dan”, en lugar de preguntarle: “¿Cómo alcanzará el objetivo central que promete sin plata y sin paz social?”.

Contradiciendo la contradicción de Kast, el programa de Jeannette Jara plantea en síntesis poner la política y la economía al servicio de las personas y no al revés. O sea, que el eje de su Gobierno –sin pretender cambiar el modelo– esté centrado en humanizar la vida de la gente, priorizando las tareas de seguridad en los barrios, mejorando la salud, consolidando la educación pública y dignificando el trabajo con un ingreso vital de 750 mil pesos en cuatro años, acompañado con medidas de apoyo a las pymes o directamente a sus trabajadores.

Sin duda, a diferencia de Kast y de los otros candidatos de la derecha, la propuesta de Jara se acerca mucho más a conducirnos en paz a la tan deseada paz social.

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