DEMOCRACIA EN PAUSA: EL JOVEN VOTANTE, EL RUIDO MEDIÁTICO Y EL FUTURO DE CHILE.

Por Patricio Medina Johnson y Arturo I. Castro Martínez – Le Monde Diplomatique – 26 de Noviembre 2025

Una democracia debilitada por la desinformación y la baja participación

En las últimas décadas, hemos visto consolidarse una profunda crisis de participación política. Basta recordar la abstención en las municipales de 2016, donde solo votó el 35% del padrón, o en las presidenciales de 2017, cuando más de la mitad de las personas habilitadas decidió no participar en ambas vueltas. Con el voto voluntario, aquello fue leído como una señal nítida: un sistema democrático con serios problemas de representatividad, especialmente en sectores de menores ingresos y en comunas periféricas. A esto se sumó otro fenómeno preocupante: la bajísima participación de jóvenes entre 17 y 29 años. La desconfianza hacia el Estado, las instituciones y la clase política fue —y sigue siendo— uno de los factores centrales que explica este distanciamiento generacional.

En ciclos electorales posteriores, distintos partidos intentaron atraer el voto joven incorporándolos como eslogan, invitándolos a “participar”, pero muchas veces instrumentalizándolos, convirtiéndolos en un recurso comunicacional antes que en un actor político real. En ocasiones, incluso recurrieron a mensajes simplificados o derechamente falsos.

La elección presidencial actual revela una tendencia aún más inquietante: miles de jóvenes están formándose una opinión política a partir de videos cortos, clips virales y cadenas de contenido descontextualizado. Una política basada en eslóganes, donde la velocidad importa más que la veracidad. En ese escenario, no es extraño que determinados grupos —que entienden perfectamente cómo funciona este ecosistema digital— se beneficien de estrategias que incluyen desinformación, manipulación emocional y uso dirigido del miedo.

La nueva batalla política: algoritmos, miedo y manipulación

Hoy, cuando sectores de la derecha tradicional tienen posibilidades muy reales de llegar al gobierno, la desinformación se transforma no solo en un problema comunicacional, sino en una amenaza directa a la calidad democrática y a la convivencia social.

Debemos ser críticos y honestos: una democracia sostenida sobre fake news, discursos del miedo y verdades a medias abre espacio a proyectos que pueden restringir libertades, profundizar desigualdades y tensionar aún más la cohesión social.

Lo hemos visto en esta campaña. Algunos sectores han optado por un relato confrontacional, apelando a soluciones rápidas, fórmulas de orden inmediato y promesas de mano dura que resultan seductoras en tiempos de incertidumbre. En ese marco, la derecha chilena ha propuesto un proyecto político centrado en el orden, la deportación acelerada, la limitación de ciertas libertades y un enfoque de seguridad que, aunque atractivo para algunos jóvenes, implica un retroceso evidente en derechos, diversidad y convivencia democrática. Un país que se repliega hacia el conservadurismo no es un país que avanza: es un país que se atrinchera.

El proyecto de Kast y el riesgo de un país que retrocede

La popularidad de discursos duros en contextos inciertos no es casual. Las crisis —económicas, de seguridad o institucionales— suelen abrir la puerta a soluciones simplistas que prometen certezas inmediatas. Pero la historia demuestra que esos caminos suelen traer más fracturas que estabilidad.

Gobernar mediante retrocesos profundos no trae calma: trae tensión social y la posibilidad real de nuevas protestas. Gobernar desde el miedo no une: divide. Y gobernar contra el propio tiempo histórico solo debilita al país.

Kast representa justamente ese riesgo. Un proyecto que restringe derechos y diversidades, que promete orden a costa de libertades y que plantea un país más cerrado, más rígido y menos democrático. Ese no es un camino de futuro; es un salto hacia atrás.

La tarea urgente de la izquierda: reconstruir certezas, no eslóganes

La izquierda tiene hoy una responsabilidad enorme: no basta con ocupar redes sociales como megáfono ni con repetir consignas. Necesitamos reconstruir certezas, ofrecer tranquilidad y proponer un proyecto que hable de futuro, de justicia y de paz social.

Gobernar —y esto lo hemos aprendido de manera dolorosa— no puede significar retroceder en derechos ni gobernar contra la historia. Eso solo genera fracturas, tensión social y temor.

La estabilidad se construye escuchando, dialogando y cuidando, no imponiendo ni respondiendo con la misma lógica de la confrontación.

Aún estamos a tiempo: el voto informado como último dique

Hoy no se trata únicamente de elegir entre dos candidatos. Se trata de decidir qué tipo de país queremos: uno que avance con calma, diálogo y futuro, o uno que retroceda hacia el miedo, la imposición y la reacción.

La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de tomar un camino acorde a nuestro presente y realidades: la información está disponible, las conversaciones existen y los argumentos sobran. Lo que falta es asumir nuestro rol ciudadano: hablar, explicar, persuadir, desmontar falsedades y disputar el sentido común antes de que lo haga el miedo. No podemos permitir que la mentira, los algoritmos y la manipulación emocional definan el rumbo de Chile. Tampoco podemos dejar que la matemática electoral nos paralice: las elecciones no están escritas de antemano. Hoy es momento de reconstruir certezas, fortalecer la democracia y hacer política desde la humanidad y la responsabilidad. Porque Chile ya aprendió —y de la manera más dura— lo que ocurre cuando se gobierna contra su propio tiempo histórico, y porque, aunque muchos quieran instalar lo contrario, todavía podemos cambiar el rumbo.


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