Por: Rodrigo Elizalde Soto . Psicólogo, doctor en educación y posdoctor en geografía humana.
El Clarín Chile. 27 noviembre, 2025
Actualmente muchas veces las personas banalizan la forma en que tratan al otro. Es como si no importara como me relaciono con los otros y la reciprocidad que les expreso. Lo más peligroso en una sociedad no es solo el fascismo político, entiéndase esto como un gobierno derechista y autoritario. Lo que es realmente peligroso es el fascismo social y cultural, en el cual las personas ya no ven al otro como alguien legítimo de respeto y que precisa y merece de nuestro cuidado y consideración.
Al no ver al otro como un «legítimo otro», significa no aceptarlo en su singularidad y diferencia, no reconociendo su existencia y vivencias como válidas. Entonces, los otros pasan a ser descartables, y cuando no tienen alguna utilidad específica son invisibilizados, desechados y deshumanizados.
Cuando los otros pierden su valor intrínseco, hay algo de la vertiente ética/valórica de la sociedad y del vínculo humano que es fracturado, perdido y pervertido. Ya no importa el otro en su humanidad, en lo que siente, en cómo está, si sufre o no, y si necesita algo de la sociedad y de mí. Todos ven al niño, a la mujer o al anciano sin hogar y con hambre, pero eso ya no nos afecta, volviéndose invisible su dolor.
Esto es lo preocupante, ya que el fascismo social no se expresa nítidamente, con claridad, porque es silencioso y actúa de forma oculta, para quien lo ejecuta e incluso para quien lo sufre. De esta forma la deshumanización pasa a ser algo normal y la no consideración, el no respeto y no cuidado del otro, se acepta, naturaliza y reproduce, normalizándolo. Si no me sirves y no me eres útil, te elimino con la lógica del next, y así te dejo fuera y excluido. Si tu vida y tus decisiones no cumple con las supuestas reglas te castigo, perdiendo la posibilidad de dialogar y elegir libremente lo que te afecta. Ya no tienes voz y no tienes derecho a molestar con tus problemas y dificultades. Y así la persona pierde su real valor, perdiéndose algo de la esencia humana del mundo.
Sin pretender idealizar el pasado (especialmente las sociedades precapitalistas), podemos suponer que alguna vez esto fue distinto, o que potencialmente podría cambiar. Lo cierto es que en Chile la educación y el acceso al conocimiento generó significativos avances en los vínculos que las personas establecen entre ellas. Lo mismo vale para los avances sociales y políticos, en la promoción de derechos ciudadanos. A pesar de lo anterior, algo está cambiando de forma brusca y radical. Esta transformación implica una decadencia del vínculo social, pervirtiéndose las bases que nos unían como sociedad y perdiendo el valor de la propia humanidad de cada persona, volviéndose todos cómplices de un sistema cada día más inhumano, esclavista y opresor.
En este sentido, el concepto de fascismo social describe una realidad donde sociedades democráticas conviven con formas de sociabilidad fascista, que no dependen del Estado, sino que son producidas por la propia sociedad y toleradas o incluso activadas por el poder público. Este es justamente el gran peligro para Chile de un gobierno de ultraderecha.
En el mundo actual el fascismo social se basa en la «total indiferencia por la humanidad del otro». Esto se traduce en una desconexión emocional y trivialización del sufrimiento ajeno, permitiendo que la exclusión y la opresión se vuelvan parte de lo cotidiano y lo «normal». A su vez el “Apartheid Social”, que es la segregación de los excluidos, se refleja en la creación de límites mentales y sociales que separan a los «ciudadanos» de los «subhumanos» o «no-existentes», alimentando los prejuicios y la desconfianza paranoica hacia el otro diferente. Así surge y se estimula en el imaginario social la sensación de inseguridad en los espacios públicos y comunes, y de la percepción de incredulidad frente a la vida política y a todo lo catalogado como colectivo. A esto se agrega la “Obediencia y Precontractualismo”, que es la dinámica que ocurre cuando el poder dispar permite a la parte fuerte imponer condiciones despóticas o de abuso (por ejemplo, en contratos de trabajo precarizados, carencia de servicios públicos u otros derechos sociales), que la parte débil acepta por vulnerabilidad y falta de alternativas. Esto cultiva una mentalidad de súbdito y sumisión, donde el pensamiento autónomo, creativo y utópico, es reemplazado por la obediencia y el miedo, incluso en las relaciones interpersonales.
Con lo expuesto, intento expresar el peligro existente al no tomar consciencia y acción frente a un Chile «políticamente democrático, pero socialmente fascista».
Frente a lo dicho debemos saber que el peligro del Mini Fascismo es: (a) La indiferencia radical hacia la humanidad y los derechos del otro, especialmente de los grupos vulnerables; (b) Las nociones de justicia, igualdad y solidaridad pierden valor colectivo, prevaleciendo la ley del más fuerte y el individualismo neoliberal, lo que se puede entender como la “Crisis del Contrato Social”; (c) Los grupos o personas con poder (económico y político) toman decisiones unilaterales sin que los afectados puedan defenderse apelando a sus derechos efectivos y a su dignidad humana.
Como podemos ver, los desafíos son los mismo que por años nos han impulsado en la creación de una esperanza activa en el camino de la humanización de la sociedad chilena y mundial, teniendo claro que nuestra guía es la construcción de una ética basada en prácticas cotidianas y culturales sustentadas en la valoración, el respeto y el cuidado de sí mismo, los otros y la naturaleza. Sabemos que estamos en un punto crucial de la historia, en el cual debemos superar el modelo neoliberal HE, basado en el la Hiper Explotación y control autoritario, al atrevernos a disoñar (diseñar y soñar) la utopía SHE, que es un mundo/país Sensato, Solidario, Sensible, Humano y Ecológico. Un Chile y un mundo más humano si es posible, y ese camino se construye en el día a día, en nuestras prácticas cotidianas y una acción política, cultural y educativa innovadora y creativa.
Rodrigo Elizalde Soto
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