LAS BATALLAS DE LARGO PLAZO DE LA EXTREMA DERECHA EN ESTADOS UNIDOS.
| Marcelo Mella Polanco, Académico De La Usach - 02-11-2025 https://substack.com/@marcelomellapolanco |
¿Por qué la política contemporánea se siente tan cargada de conspiraciones y tan profundamente polarizada? ¿De dónde provienen las acusaciones de “tiranía socialista”, la demonización de los oponentes como enemigos de la nación y la sensación de que las fronteras ideológicas se han vuelto campos de batalla? Estas no son preguntas nuevas, y sus respuestas no se encuentran en los titulares de ayer, sino en las profundidades de la historia política del siglo XX.
El libro Far-Right Vanguard: The Radical Roots of Modern Conservatism de John S. Huntington revela cómo las tácticas, la retórica y las alianzas que definen a gran parte de la derecha actual fueron forjadas hace décadas por un movimiento ultraconservador a menudo descartado como marginal. Este movimiento no era simplemente un grupo de “locos irracionales”, sino una fuerza que, aunque operaba desde los márgenes, redefinió por completo el centro de gravedad del conservadurismo.
Con base en el libro de Huntington, se identifican cinco batallas de largo plazo que se desprenden de esta historia. Lejos de ser reliquias del pasado, estas dinámicas explican por qué las ideas que antes se consideraban extremas hoy ocupan el centro del poder y por qué el eco de un movimiento radical de mediados de siglo resuena con tanta fuerza en el presente.
- La extrema derecha no siempre fue un “grupo marginal”
Una de las ideas más extendidas es que los movimientos extremistas operan en un universo paralelo, completamente aislados de la política convencional. Sin embargo, Far-Right Vanguard demuestra que la línea que separaba a los ultraconservadores de la corriente principal del conservadurismo era notablemente fluida y porosa. Las ideas radicales no necesitaban asaltar los muros de la respetabilidad; a menudo se les abría la puerta.
Esta transición fue posible gracias a figuras que Huntington denomina “traductores de la derecha” (right-wing translators), como el senador Barry Goldwater y el editor William F. Buckley Jr. Su función era tomar las ideas más intransigentes del movimiento ultraconservador y “reempaquetarlas para el consumo masivo”. Pero estos traductores eran más que simples conductos; actuaban como reguladores estratégicos que también vigilaban las fronteras de la respetabilidad. Buckley, por ejemplo, compartió durante años afinidades ideológicas con la ultraderecha, pero finalmente se distanció del fundador de la John Birch Society, Robert Welch, convencido de que sus teorías conspirativas “amenazaban la credibilidad del naciente movimiento conservador”. Este acto de purga selectiva revela que la corriente principal no solo canalizaba la energía de las bases radicales, sino que también gestionaba su imagen pública, decidiendo qué ideas eran aceptables y cuáles debían permanecer en la sombra para proteger la viabilidad del proyecto conservador.
Los traductores que se encontraban en esa línea borrosa, como Goldwater y Buckley, aplicaron un barniz respetable a ideas que estaban fuera de la corriente política principal. A medida que el movimiento conservador crecía, estos traductores evolucionaron hasta convertirse en guardianes ideológicos y partidistas, centinelas responsables de vigilar las fronteras del movimiento mientras seguían extrayendo energía de los grupos ultraconservadores y sus bases.
- El uso cínico del anti-estatismo
La retórica del “gobierno pequeño” es un pilar del conservadurismo moderno. Sin embargo, una de las lecciones más sorprendentes del movimiento ultraconservador es cómo esta ideología se utilizaba de forma selectiva y cínica. A pesar de su profesado antiestatismo, la ultraderecha no dudaba en usar con entusiasmo el poder del Estado federal para atacar a sus oponentes.
El ejemplo más claro fue el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC), impulsado y dirigido por el demócrata de Texas Martin Dies Jr. Este comité utilizó el poder de investigación del Congreso no solo para perseguir a comunistas, sino para desacreditar sistemáticamente el liberalismo y el New Deal. Un caso emblemático fue su ataque contra el Proyecto Federal de Teatro, un programa del New Deal que daba trabajo a artistas. El comité lo acusó de ser un nido de propaganda comunista y, a raíz de su investigación, el Congreso eliminó su financiación, a pesar de que, como señala la fuente, “ninguno de los miembros del comité había visto ninguna de las obras”. Este episodio, casi absurdo, hace tangible el uso cínico del poder estatal: se oponían al Estado cuando promovía programas de bienestar, pero lo abrazaban con fervor cuando servía como un arma para silenciar a sus enemigos.
En última instancia, el anti-estatismo de la extrema derecha contenía una paradoja: era simultáneamente una convicción ideológica profundamente arraigada sobre el papel adecuado del gobierno y una estrategia cínica para socavar el liberalismo mientras se ocultaba el autoritarismo de la derecha.
- La retórica conspirativa de hoy nació a mediados del siglo XX
Las advertencias apocalípticas sobre una inminente “tiranía socialista”, la caracterización de los adversarios como “subversivos antiamericanos” y la difusión de teorías conspirativas tienen un linaje directo que se remonta al movimiento ultraconservador de mediados de siglo. La retórica que hoy domina gran parte del discurso político no es nueva, sino la culminación de un proceso que comenzó hace más de sesenta años.
Huntington abre su libro contrastando una llamada a las armas del activista Kent Courtney en 1967 con el discurso de Donald Trump en la Convención Nacional Republicana de 2020. Courtney advertía a sus lectores que, si no actuaban, terminarían “siendo los anticomunistas mejor educados en un campo de concentración comunista”. Trump, medio siglo después, advertía que una agenda socialista buscaba “DEMOLER nuestro preciado destino”. La arquitectura retórica, el armazón emocional y el vocabulario apocalíptico son idénticos. El libro demuestra que este estilo, que en su día fue la marca de la extrema derecha, “se filtró en la corriente principal conservadora” a lo largo de las décadas hasta convertirse en su lenguaje dominante.
Las teorías de conspiración, el nativismo, la retórica supremacista blanca y el libertarianismo radical promovidos por los ultraconservadores de mediados del siglo XX se habían metastatizado lentamente a lo largo de sesenta años hasta consumir al Partido Republicano.
- Perder para ganar y cómo las derrotas electorales forjaron el movimiento
En política, una derrota aplastante suele interpretarse como el fin de un movimiento. Sin embargo, para la ultraderecha de mediados de siglo, las derrotas electorales a menudo fueron un catalizador que fortaleció su determinación y organización. Lejos de desmoralizarlos, las pérdidas en las urnas les enseñaron que la influencia política no siempre se mide en victorias inmediatas.
El caso más emblemático fue la aplastante derrota de Barry Goldwater en las elecciones presidenciales de 1964. Para los medios y el establishment político, el resultado fue un “certificado de defunción para el conservadurismo”. Pero para los activistas de base, la campaña fue un éxito rotundo. Por primera vez, habían logrado nominar a un “verdadero conservador” y movilizar a millones de votantes en torno a sus ideas. En lugar de rendirse, los activistas como Kent Courtney comenzaron a vender calcomanías que decían: “¡27,000,000 de Americanos no pueden estar equivocados!”. La campaña de Goldwater no fue un final, sino el comienzo de una insurgencia de base que sentó las bases para las victorias conservadoras de las décadas siguientes.
La historia del ultraconservadurismo estadunidense de mediados de siglo XX revela que los movimientos sin victorias electorales significativas aún pueden dejar impresiones profundas en la política. También expone que los elementos más radicales de la coalición de derecha tenían una influencia generalizada entre las bases conservadoras.
- Una coalición de contradicciones: quiénes formaban realmente la extrema derecha
El movimiento ultraconservador no era un bloque ideológico monolítico, sino una extraña coalición de facciones que, en otras circunstancias, habrían sido enemigas. Su unidad no provenía de una visión coherente del mundo, sino de un enemigo común: el comunismo internacional y un Estado liberal expansivo en casa. Esta alianza se construyó sobre tensiones ideológicas heredadas de la historia del conservadurismo estadounidense. Ya a finales del siglo XIX, existían tradiciones contradictorias que el movimiento de mediados de siglo intentó amalgamar.
Por un lado, estaban las raíces libertarias, representadas por figuras de finales del siglo XIX como el economista William Graham Sumner y el magnate del acero Andrew Carnegie. Por otro lado, existían los tradicionalistas sociales, quienes veían con recelo el poder del capital. El movimiento ultraconservador del siglo XX reunió a los herederos de estas facciones —libertarios radicales, tradicionalistas culturales, fundamentalistas religiosos y segregacionistas del sur— en una inestable pero potente alianza. Esta inestable coalición de resentimientos demostró ser una proeza de ingeniería política: lo que carecía de coherencia ideológica, lo compensaba con una formidable capacidad para canalizar agravios dispares hacia un único y poderoso torrente político.
Estos libertarios, como el economista político William Graham Sumner y el magnate del acero Andrew Carnegie, desdeñaban las tradiciones sociales y en su lugar promovían un capitalismo jerárquico y despiadado... Por otro lado, los tradicionalistas sociales desconfiaban del poder del capital y anhelaban un regreso a un pasado idealizado.
¿Qué nos dice el pasado sobre el futuro?
Estas lecciones que analiza el libro de John Huntington muestran que la trayectoria de la extrema derecha en Estados Unidos se encuentra marcada por una metodología política de largo plazo. En ella, las porosas fronteras ideológicas permitían que la energía radical fuera canalizada por figuras de la corriente principal, el Estado era cínicamente instrumentalizado por sus críticos más ruidosos, y una mitología del agravio podía transformar la derrota electoral en un catalizador para la movilización. La formación de alianzas contradictorias unidas por un enemigo común y el uso de una retórica conspirativa que ha perdurado durante décadas completan el cuadro de un motor político duradero y eficaz.
Siguiendo el análisis de Huntington entendemos que la capacidad de demarcar la realidad desde la política se genera en luchas de largo plazo y que las ideas no desaparecen por una derrota electoral, simplemente esperan su momento.
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