Por Chantal Castiglioni - Milan – Italia – PARA UTE NOTICIAS
La calle, rincones de memoria, niñez evocada entre el polvo dorado del desierto y el olor salobre de la brisa marina. La calle, rutas que se cruzan, que chocan o siguen en paralelo con historias y tradiciones. El viento lleva por la calle las voces lejanas de los ancestros salitreros, cadenas, jaulas y opresión, explotamiento y matanzas. Mujeres tiradas a la calle, hijas e hijos desnudados también de los derechos fundamentales. La calle con las barricadas, avanzadilla solidaria de las juventudes en marcha. Calle ardiente de esperanza que se cae de los bolsillos hambrientos de los barrios más pobres. Calle obrera, calle campesina. Calle destrozada, reprimida, por la que corre, ocultada, la sangre del pueblo violado y humillado desde siglos. Carretera de tierra y viajes interminables. Calle una vez atestada de gente ahora vacía, conquistada por el miedo, vencida por el golpe. Calle, fragmentos de huesos que se mezclan al ladrar de los perros embravecidos por la perversidad humana. El sol apagado a golpe de cañon y balas, el fascismo por la calle no perdona a nadie, lagrimas copiosas bañan los terrenos estériles. La calle como maestra y madre de la desobediencia y de la rebeldía, mirada abierta, vida en movimiento. La calle desbordante de oportunidades, de melodías frenéticas por el vaivén diario y de repente amudecida, desesperada, encerrada y amantada del negro luto. Calle clandestina, cantame un himno a la valentía de quién sigue luchando, levanta una plegaria envuelta por la rabia y la dignidad hasta el cielo plúmbeo. Calle clandestina, avanza roja con el puño en alto hacia un nuevo porvenir.
Mi nombre es Jorge Rogelio Marín Rossel, cabro chico, despeinado y con la intrepidez de mis 19 años me enfrento a la vida y a la muerte. Nada y nadie me pondrá en rodillas. Soy un luchador social y socialista y hasta mi último respiro lucharé por la liberación de mi Pueblo. Alguien dirá que soy un idealista. La instalación de la dictadura roba la sonrisa de la cara de muchas chilenas y muchos chilenos, la delación y el sospecho rodean la calle, allanan los domicilios. El toque de queda y el estado de sitio, un País con la vista vendada y las manos amarradas que arranca petazos de Unidad Popular. Mi Presidente inmolado en el altar del los intereses e inversiones extranjeras y de la traición. Mi vida truncada aquel 29 de septiembre de 1973, blanco móvil en una sociedad deshumanizada. Los disparos me sorprendieron en el Regimiento de Telecomunicaciones de Iquique, mi querida ciudad. Mis raices reducidas en granitos de arenas. Mi cuerpo todavía no aparece, soy ausencia enterrada o lanzada al mar.
Recuerdo la calle que muchas veces acogió mis pasos. Las compañeras y los compañeros recorriendo el mismo camino. Los juegos y las reivindicaciones de nuestra época. Años de belleza y aspiraciones que nos empujaban a actuar, a involucrarnos y comprometernos en el cambio que se estaba desarollando. El aroma de mi esposa, la ternura de mi pequeña. Los besos y las manos tendidas a agarrar libertad. El recuerdo se convierte en dolor. Calle amarga, el viento sopla sobre Iquique. Soy Jorge Marín, soy calle y soy suelo. Soy Jorge Marín estoy aquí entre el polvo y el azul del mar, soy una silueta evanecente que aún exige justicia y verdad. Estoy aquí sin descansar, esperando que mi familia un día me pueda finalmente encontrar.
CHANTAL CASTIGLIONE