By Ricardo Candia Cares 8 Abril, 2023 - El Clarin Chile
El lamentable asesinato de un carabinero se ha transformado en una operación política inmoral que busca tanto como rendir al gobierno, como de blanquear la gestión de los mandos policiales, responsables en gran medida en el estado de la institución.
Si se insiste en que la solución de la delincuencia es solo la acción policial con más medios, recursos, materiales protocolos y persona, estamos hasta la masa.
La delincuencia es un hecho cultural.
El tipo de delincuencia y el modo en que se manifiesta es el que corresponde con precisión y consecuencia al tipo de sociedad que el neoliberalismo ha instalado y perfeccionado desde hace decenios.
Y del mismo modo, la justicia, la educación la salud y lo que usted quiera.
¿Se imagina que la policía persiguiera a los delincuentes, la justicia fuera justa, la salud sanara, la seguridad social asegurara una vida digna, y los medios de comunicación dijeran la verdad?
¿Suponga que pasaría si los patrones pagaran sueldos justos, las riquezas chilenas fueran para los chilenos, los ricos pagaran impuestos y tal como dice la primera frase de la constitución chilena y las personas nacieran libres e iguales en dignidad y derechos?
¿Se ha puesto en la hipótesis de que los grandes empresarios no especularan con los pollos, el papel higiénico, el precio de las papas, los medicamentos y quienes lo hicieron fueran derecho a la cárcel?
Ese país no sería Chile.
Cada uno de esos aspectos y todo lo demás, incluida la delincuencia, obedece a factores culturales impuestos por los poderosos en su rol de vencedores de todo.
¿Cuál es la utopía de los millonarios y poderosos? Este país en que usted y yo vivimos. El paraíso soñado.
Nuestro país está hecho a imagen y semejanza de los más anidados sueños de la derecha más abyecta y criminal.
Voces de carroñeros interesados en la manipulación y el engaño hacen que la gente inadvertida y políticamente analfabeta, abandonada de líderes y de ideas, repita como cosa sagrada y cierta que el país atraviesa por una crisis de delincuencia desatada por culpa del gobierno y de la izquierda.
Si usted cree que todo lo que pasa en Chile es casual u obra de la Virgen del San Cristóbal, se equivoca. Chile es así porque no puede ser de otra manera. Hasta hora.
Este país sufre de una forma de dictadura que no parece dictadura porque no hay un guasamaco vestido con charreteras al mando de la nación. Y porque hay elecciones que dan la apariencia de ser democráticas. Incluso existe bien adentrado en el sistema una izquierda que le da el toque de legitimidad preciso.
Así, para que los poderosos hagan lo que se les dé la gana es necesario que el país ande patas pa arriba, como de hecho anda. Y para que el país ande patas pa arriba es suficiente con que los poderosos manden.
Voces de carroñeros interesados en la manipulación y el engaño hacen que la gente inadvertida y políticamente analfabeta, abandonada de líderes y de ideas, repita como cosa sagrada y cierta que el país atraviesa por una crisis de delincuencia desatada por culpa del gobierno y de la izquierda.
Y no se trata de justificar nada sino de compararse con otros, tal como gustan los economistas y demás optimistas. Por dar algunos datos, Chile cuenta con casi 5 homicidios por cien mil habitantes, en tanto que ciertos vecinos lucen números de espanto: Belice 26, Brasil 22, Dominica 21, Honduras 36, El Salvador 37, etc.
Pero suena y resuena que los policías abatidos por delincuentes son responsabilidad de Boric. Como si el pobre no tuviera suficiente con los efectos de sus virajes, re virajes y miedos.
Pero la delincuencia que tiene a la gente modesta en estado de alerta es la propia del capitalismo extremo como al que se llevó a este país. Agravada, por cierto, por la entrada de no se sabe cuántos inmigrantes ante la mirada impasible de las autoridades civiles y militares en las fronteras.
La derecha podrá ser xenófoba, pero sabe de negocios. Entre los migrantes es cierto que vienen muchos delincuentes. Pero también viene una inestimable mano de obra barata y silenciosa que sacará la fruta, levantará edificios, limpiará las plazas, entre otros muchos trabajos necesarios para fortalecer la riqueza de los ricos.
En el asesinato del cabo Daniel Palma y en los otros casos de policías malogrados, hay alguien que tiró del gatillo, pero también hay alguien que mandó a ese malogrado policía a enfrentarse con avezados delincuentes armados sin la advertencia y táctica necesaria.
Si se fija, en cada uno de los sucesos que han terminado con policías muertos, las actuaciones de esos policías, sus protocolos y tácticas, tanto como el estado físico de esos funcionarios y sus entrenamientos en cuestiones operativas, se han conocido como nulos, escasos o inútiles.
Súmele que por decenios las policías se han especializado en combatir a gente armada solo de pancartas y consignas. Durante todos esos años los funcionarios policiales han llegado puntuales, entusiastas, con protocolos, tácticas y medios para combatir a la gente que hace desfiles y porta cartelitos.
Peor aún. La irrupción de un nuevo tipo de delincuencia ha sorprendido a la policía de Carabineros en medio del fangal de la corrupción que ha carcomido nada menos que a los directores generales y a altos oficiales de la institución.
Es frecuente saber de funcionarios policiales cometiendo delitos graves. ¿Se recuerda de la Operación Huracán, el Pacogate, entre otras innumerables linduras?
En este país se instaló la idea de que el vivo que hace fortuna rápida, fácil y como sea, es un emprendedor ejemplar. El chancho está tirado para el que quiera. En Chile, hay mano.
Abordar los porqués de la delincuencia que se encarga de asestar golpes arteros como es el asesinato de carabineros rasos que acuden a las emergencias sin protocolos, medios, entrenamiento y criterios, necesariamente obliga a precisar el tipo de sociedad que se ha instalado en decenios de un capitalismo tan salvaje como los criminales que asolan los barrios y calles del país.
Esta policía y esta delincuencia es la que corresponde a esta fase del desarrollo del capitalismo extremo en la que es más importante y fácil perseguir al extremista que exige salarios justos.
Resulta una paradoja que los poderosos que mandan en el país y que exigen la pena del infierno para los delincuentes, sean a su vez y casi en su totalidad un hato de delincuentes cuyas fortunas no nacen del levantarse temprano como sí lo hacen los trabajadores que en una vida de penurias y explotación no serán sino pobres, así sea que se descresten por cuarenta y cinco años seguidos.
La ultraderecha sigue siendo y será de por vida, entusiasta y agradecida de la obra de Pinochet, un delincuente que se escondía entre charreteras y discurso patrióticos, mientras se robaba lo que podía, como quedó establecido en investigaciones hechas en el extranjero.
Eso fue lo que se hizo cultura.
Luego de más de tres decenios del retiro de los militares, y tras el desposte de las empresas del Estado que se robaron, lo que vino fue la instalación de un país en el que ser delincuente generaba un cierto estatus.
Por eso la delincuencia no se va a terminar matando delincuentes.
No hay ley que haga invulnerables a policías de a pie que son víctimas de sus mandos que les ha negado la instrucción, actualización de métodos policiales, medios materiales y protocolos.
No se sabe de delincuentes que teman de esas leyes. Por lo demás, la esencia de un delincuente es violar las leyes.
Se necesita de otras policías, de otros jefes, de otra filosofía en la comprensión y ataque al fenómeno delictual criollo que le agrega un elemento poco conocido: matar por dos chauchas o por nada.
Se necesita el concepto de otro país, de otra sociedad.
Y como resulta en todas las expresiones de la cultura, esta del homicidio casi por que sí, llegó para quedarse. El delincuente chileno no va a ser menos que el que trajo ese método homicida desde Cúcuta o sus alrededores y en breve se va a actualizar.
Mientras eso sigue pasando, un funeral de alcances nacionales tiene al gobierno
Por Ricardo Candia Cares