Nuestro mundo es uno en el que reina la ausencia del cuidado
The Care Manifesto (2020)
Durante la década del 60 y 70, Lawrence Kolberg publicó[1] una serie de textos sobre el ‘Desarrollo Moral’, en los que, siguendo la estela del gran psicólogo ginebrino Jean Piaget, exponía los tres niveles básicos de desarrollo moral (preconvencional, convencional y postconvencional) y sus seis subestadíos. Kolhblerg señaló que las estructuras morales de desarrollo eran comunes a todos los seres humanos, pero al estar basada su investigación en sujetos masculinos de clase media, pensó, cuando la aplicó a mujeres, que éstas sufrían un déficit de desarrollo moral y no parecían llegar al estadio postconvencional. Mientras los varones mostraban consistencia en las estapas últimas postconveniconales (contrato social y principios universales), las mujeres se quedaban en el subestadio tercero denominado ‘relaciones interpersonales’. Una colaboradora suya, Carol Gilligan[2], realizó sus propios estudios, centrándose en mujeres y redefinendo las etapas enunciadas por Kolhberg. Para Gilligan, las mujeres utilizan un modo de razonamiento contextual y narrativo, en lugar de formal y abstracto; su concepción moral está más preocupada por la actividad de cuidado, se basan en la responsabilidad por los demás y desarrollan una comprensión del mundo como si fuera una red de relaciones.
Gilligan pone en cuestión la justicia universalista de los grandes principios que anula y forcluye justamente las diferencias y la importancia de las relaciones de cuidado. Gilligan enfatizó que el período postconvencional, para las mujeres, no está cimentado en una idea de ‘justicia universal’, sino en el cuidado. Dicho de una manera sumamente simplificada, mientras Kolhberg justifica una ética de la justicia y de los grandes principios, Gilligan enfatiza la importancia de la ética del cuidado, de la atención al otro, de las relaciones cuidadosas. En un sentido no trivial, la ética del cuidado es un valor feminista. Como ha indicado Victoria Camps[3], la ética del cuidado está alejada tanto de la ética kantiana como de la utilitarista, es decir, de las éticas racionalistas pensadas para un individuo racional, autónomo sujeto de derechos. Por el contrario, la ética del cuidado no ignora, todo lo contrario, los requirimientos de protección, atención y ayuda que necesitamos, y asume que somos seres contingentes, frágiles y vulnerables. La ética del cuidado se compadece de la dependencia de unos/as con otros/as, como enfatizó Emmanuel Levinas[4]. Así pues, el cuidado es un ‘valor’ tan importante como la justicia y ambos son complementarios[5]. En palabras de Gilligan[6]: “Cuidar es lo que hacen los seres humanos; cuidar de uno mismo y de los demás es una capacidad humana natural. La diferencia no está entre el cuidado y la justicia, entre las mujeres y los hombres, sino entre la democracia y el patriarcado”.
Pero ¿qué ha pasado para que justamente la ética del cuidado y el cuidado mismo haya pasado desapercibida? Varias son las razones, de las que quisiera señalar aquí dos. Una tiene que ver con la idea de patriarcado que Gilligan señalaba en la cita anterior; la otra con la omnipresencia del neoliberalismo. El cuidado ha permanecido como un atributo de las mujeres; era parte de su labor, una labor menor. Cuidar a los demás (enfermos, niñas y niños y ancianos) y cuidar a los varones, era un atributo y una labor exclusiva de las mujeres. El varón era el productivo, la mujer era la cuidadora especialmente en y para el ámbito íntimo. El varón productor es ‘servido’ por la ‘mujer cuidadora’. Mientras el varon genera riqueza, la mujer cuida su hogar, su salud, a sus hijos e hijas, a las y los enfermos de la famila; en todo caso la mujer es la encargada de la reproducción. El cuidado pertenece al ámbito íntimo de las familias y de los matrimonios y en todo caso sólo se expresa externamente en aquellos oficios de cuidado que también están seleccionados para las mujeres[7]. El patriarcado ha situado el cuidado en un nivel ínfimo y de servidumbre, desvalorizándolo (es una labor no pagada) y reduciendo con ello el papel de las mujeres y la labor de cuidado misma.
La idea que subyace a esta división tiene que ver con el sentido de homo aeconomicus que hemos aceptado y que se ha incrementado desde el siglo pasado con la extensión del neoberalismo económico. Margaret Tahcher (1987) lo dejó claramente establecido a través de su famoso apotegma político: "la sociedad no existe. Hay individuos, hombres y mujeres y hay familias". Al no haber sociedad, una comunidad, el sentido público del cuidado parece innecesario; pero en el interior a las familias permanece. No cabe aquí preguntarse quién hizo la cena a Adam Smith; la respuesta es de sentido común: su mandre o una mujer a su servicio. Justamente esa era su labor, cuidar al hombre productor[8].
El neoliberalismo ha mantenido el cuidado en el ámbito individual y familiar, pero también ha sabido convertirlo, cuando era necesario, en una mercancía más, como una de sus formas de privatización de la vida. Una mercancía que en el mercado no está, no puede estar al alcance de todos. El cuidado, o mejor dicho la labor de cuidado como mercancía, ha sido otra manera no solo de sacar beneficio – de lucrar- sino también de posicionar las clases sociales: las clases altas recibían cuidados porque podían pagarlos y las clases bajas, emigrantes, mujeres podrían encontrar en el cuidado un espacio de trabajo no bien remunerado y ejercido, la mayoría de las veces, en condiciones indignantes. El trabajo de cuidado ha sido siempre devaluado porque, como labor ‘improductiva’ ha estado asociado a una labor femenina, es decir, de mujeres; no merecía pues, ni más reconocimientos profesionales, ni mejores condiciones laborales o salariales.
Todo lo expresado hasta ahora tiene sentido en cuanto pensamos que, para sanar a nuestras sociedades del egoísmo, la rapiña, la injusticia y el individualismo neoliberal, como es el caso de Chile, no podemos simplemente quedarnos en los ‘grandes principios’ progresistas de izquierda. Tenemos que cambiar la orientación y elaborar (y enunciar) un nuevo discurso y unas nuevas prácticas orientadas por el cuidado, porque el neoliberalismo no posee, ni tiene una práctica efectiva, ni un ‘vocabulario’ para el cuidado. ¿Pero qué significa cambiar los grandes principios y lemas kantianos de la política? Desde luego no significa abandonarlos, sino reorientarnos en nuestra vida política, discursiva y práctica. Recordemos que los políticos socialdemócratas se han engalanado siempre con esos principios: justicia social, cambio social, etc., tanto en Chile como en otros países europeos[9]. Pero sus prácticas han solido apartarse de las esperanzas de la gente por el cambio y transformación de un modelo económico opresor y generador de desigualdades y por la transformación digna de la vida cotidiana. Si algo hemos aprendido es que no se llega a la justicia social nombrándola o convirtiéndola en un lema de campaña[10]. El reto fuerte se encuentra, o debería encontrase en llegar a la sociedad, a la ciudadanía desde y con el cuidado. Se trataría de, volviendo a la comparación del principio, apoyarse en Gilligam en lugar de hacerlo en Kolhberg, porque la ética del cuidado es alternativa a la ética racionalista que ignora los requisitos de protección, atenión y ayuda que como seres contigentes y vulnerables que somos, necesitamos en muchos momentos de nuestra vida. Prafraseando a Carol Gilligan: el cuidado es un valor tan importante como la justicia. Justicia y cuidado son valores complementarios. La ética del cuidado y la atención al cuidado quiere romper, en todo caso, la categorización binaria: masculio (yo, razón, mente) y femenido (emociones, cuerpo y reciprocidad) en nuestro relacionar con el mundo y con los otros/as. Y esa rutura de lo binario es cada vez más urgente.
Por eso creo que es enormemente importante lo que está ocurriendo y haciendo el nuevo gobierno de Chile como los nuevos gobiernos regionales y municipales. A mi jucio, en lugar de centrarse en los grandes lemas, se ha nenfocado en lo pequeño, en lo cotidiano, en el cuidado. Hasta ahora han ido desplegando una atención al cuidado insólita en este país e insólita en la política al uso. Han cuidado la memoria histórica (la reverencia antes el busto de Allende por Boric); han cuidado la naturaleza; han cuidado los símbolos; han cuidado los pueblos originarios; han cuidado de los niños y niñas con cariño y ternura, sin que fuera un gesto electoral más. Han desplegado un enorme cuidado con el pueblo, como cuando la Macarena Ripamonti denomina ciudad de cuidados a Viña del Mar. Cuidan al pueblo, también reconociéndolo en sus discursos y en la elección por parte de Boric de la vivienda en el barrio de Yungay. Han cuidado a los que siempre han sido marginados y excluidos. Han cuidado la raíz latinoamericana de este país y además han comenzado desde el primer momento a cuidar de lo público, de lo común, al anuncia de vuelta al espacio público del Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Y algo hermoso y esencial en nuestro mundo acosado históricamente por la violencia de género: han cuidado la presencia de las mujeres en el gobierno[11]. Los obstáculos y las dificultades que han de afrontar son enormes, pero ejerciendo el cuidado están dando los pasos para el bienestar y el florecimiento de la vida de este país y, por ello, de la ralización de la justicia social y la dignidad. Pero en este camino el gobierno y los gobiernos regionales y muncipales no pueden estar solos; como ciudadanos y ciudadanas, tenemos, a su vez, que cuidarnos más allá de nuestras familias, cuidarnos entre nosotros, cuidar nuestro entorno, cuidar de quien nos necesita, cuidar de este país para que como sociedad sanemos y volvamos a ser una sociedad en la que las instituciones no humillen a la ciudadanía, ni la excluya o margine y en donde todos, todas y entre todos y todas nos cuidemos[12].
NOTAS
[1] Por ejemplo: Kohlberg, L. (1963). The development of children's orientations toward a moral order: I. Sequence in the development of moral thought. Vita Humana, 6 (1–2): 11–33., Y Kohlberg, L., ‘Stage and Sequence: The Cognitive-Developmental Approach to Socialization’. En D. Goslin (1969) (ed.), Handbook of Socialization Theory and Research. Chicago: Rand McNally.
[2] Gilligan, C. (1977) In a different voice: Women's conceptions of self and morality, Harvard Educational Review, 47(4): 481-517, y (1982) In a different voice: Essays on psychological theory and women's development. Cambridge: Harvard University Press.
[4] Levinas, E. (2001). Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. Valencia: Pre-Textos. La fragilidad y dependencia humana, que es en el fondo el elemento clave de nuestra evolución -neotenia-, ha sido reconocida en bastantes estudios de paleoantropología. Véase Gracia, A. et al. (2009) Craniosynostosis in the Middle Pleistocene human Cranium 14 from the Sima de los Huesos, Atapuerca, Spain PNAS April 21, 106 (16) 6573-6578; https://doi.org/10.1073/pnas.0900965106
[5] Camps, V. (2021). Tiempo de cuidados. Otra forma de estar en el mundo. Barcelona. Arpa.
[6] Gilligan, C. La ética del cuidado. Cuadernos de la Fundació Víctor Grifols i Lucas. Barcelona.
[7] Batthyány, K. (2021). Políticas del cuidado. B.A.: CLACSO
[8] Marçal, K. (2017). ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Barcelona: Debate.
[9] Recordemos en qué ha acabado el ‘socialista’ Felipe González en España: miembro del consejo de Gas Natural Fenosa, y en Chile el papel de consolidación y extensión del neoliberalismo de la presidencia de Ricardo Lagos.
[10] Los ‘lemas’ grandilocuentes de la derecha conservadora y neoliberal son los de ‘libertad’, leyes mercado, prosperidad económica, seguridad y control y otras por el estilo.
[11] Una imagen ejemplificante se encuentra en la foto en la que muestra la reunión del gobierno de Alfredo Fernández (mayoritariamente masculino) y Gabriel Borich (mayoritariamente compuesto por mujeres). https://www.ambito.com/politica/alberto-fernandez/y-gabriel-boric-reunion-mano-mano-afianzar-el-vinculo-argentina-y-chile-n5408166
[12] Margalit, A. (1997) La sociedad decente. Barcelona: Paidós.