Luis Cifuentes S., 2005 – Ex dirigente de la Universidad Técnica del Estado
El fallecimiento de Gladys Marín causó hechos políticos que han llevado a muchos al asombro: más de medio millón de personas visitaron el edificio del antiguo Congreso Nacional donde su cuerpo fue velado; un millón acudieron a su funeral, paralizando el centro de Santiago por varias horas; Ricardo Lagos decretó duelo nacional por dos días y luego no sólo hizo guardia de honor junto al féretro, sino también entonó “La Internacional” junto a los militantes allí presentes; todos los partidos políticos acordaron un homenaje a Gladys en el Parlamento; durante varios días escuchamos a los más diversos personajes, entre ellos partidarios de la dictadura, alabar a Gladys por su consecuencia y coherencia.
Me cuento entre los asistentes a la enorme manifestación pública que fue su funeral, acaso la más grande vista en Santiago desde 1990. La emoción, las lágrimas, pero al mismo tiempo, los entusiasmos de los marchantes me impresionaron profundamente.
¿A qué se debe que esta mujer haya tenido, en la muerte, tan masiva convocatoria ciudadana? ¿Cómo conciliar este hecho con el magro 3% de los votos que obtuvo su candidatura presidencial de 1999? ¿Cómo se entiende este masivo respaldo ante la enconada oposición que ella encontró entre algunos de sus propios camaradas desde el fin de la dictadura hasta poco antes del anuncio de su grave enfermedad?
Hay que partir señalando que cuando se menciona su consecuencia como virtud, no se hace referencia a su lealtad para con la ideología marxista-leninista, respecto de la cual Gladys no hizo mayor ruido. Nunca se perfiló como teórica ni ideóloga. Ella fue, más bien, una militante, activista y organizadora de total dedicación, clara y enérgica elocuencia y notoria valentía. La coherencia por la que se la alaba es, a mi parecer, la existente entre sus palabras y sus actos, entre sus declaraciones y su conducta diaria. En esto, Gladys fue y será excepcional entre la dirigencia política chilena.
A su atractiva imagen de líder contribuyó también su modo directísimo de tratar con todos, su sencillez y accesibilidad y su mirada entre cálida, desafiante y penetrante. Por haber sido dirigente con perfil público desde los años 60 (fue elegida diputada en 1965 a los 23 años de edad y reelecta en 1969 y 1973), Gladys conocía a toda la clase política, tuteaba a todo el mundo y todo el país la conocía. En programas televisivos salió siempre airosa, aun ante los entrevistadores más temidos por los políticos. Hasta los más agresivos e irreverentes la trataban con respeto.
Para encontrar las causas del fenómeno Gladys debemos buscar en su historia. En su juventud se destacó por su esfuerzo en transformar a las Juventudes Comunistas, de las que fue su Secretaria General, de una organización semi clandestina en una de masas, acentuando el carácter juvenil y alegre que, en su opinión, debía tener “la Jota”. Sus esfuerzos contribuyeron a dar vida a procesos tan multitudinarios y llenos de energía como la Reforma Universitaria y la Nueva Canción Chilena. Ella apoyó, presentando un proyecto de ley en la Cámara de Diputados, al Movimiento Universidad Para Todos (MUPT), que en aquellos años fue tildado de iluso y demagógico. Hoy, los países adelantados están haciendo realidad ese sueño. Canadá, por ejemplo, ya tiene a un 88% del grupo de edad de 18 a 24 años en la educación terciaria.
Además, Gladys fue una convencida allendista. Apoyó sin reservas al gobierno de Salvador Allende de principio a fin. En esto, superó a una considerable fracción del Partido Socialista, que desde posiciones “de izquierda” continuamente objetaba u obstaculizaba al gobierno de la Unidad Popular.
Inmediatamente después del golpe de Estado del 73, Gladys fue nombrada entre los cien chilenos más buscados por la dictadura y pasó a la clandestinidad. Para salvar su vida, el PC le ordenó refugiarse en la embajada holandesa, de la que salió al exilio en julio de 1974. Gladys resistió esta medida, pero la opinión de su esposo Jorge Muñoz, dirigente del PC (detenido desaparecido desde 1976), ayudó a convencerla. Su exilio en Moscú fue duro. Pidió con insistencia volver clandestinamente a Chile y, en 1978, la dirección de su partido aceptó. Desde ese año Gladys vivió en la clandestinidad, sin que sus hijos supieran siquiera que se encontraba en Chile.
No intentaré aquí hacer un recuento de su participación en la clandestinidad. Pienso que tal tarea corresponde más bien a sus biógrafos, que sin duda los habrá. En particular, el análisis de la controvertida política militar del PC en esos años es una tarea que supera largamente los alcances de este artículo. Lo que cuenta en el imaginario colectivo de quienes salimos a la calle con motivo de su fallecimiento y de muchos otros que lo sintieron como una pérdida personal, es que Gladys arriesgó su vida y su integridad física día a día, oponiéndose a una dictadura terrorista, dirigiendo a su partido durante más de diez años. Su captura por la DINA o la CNI le habría valido, qué duda cabe, la muerte por despedazamiento, como ocurrió a tantos otros.
En 1990, al fin de la dictadura, Gladys reapareció en público en un acto masivo en el estadio Santa Laura. Allí se inició una nueva etapa, cargada de conflictos y sinsabores. Gladys siguió siendo la líder indiscutida de su partido, a pesar de que sólo fue elegida Secretaria General en 1994 (la primera mujer en ese cargo en la historia del partido) y Presidenta en 2002. El sistema electoral binominal marginaba efectivamente al PC de representatividad ante los cuerpos legislativos del Estado, como a todos los partidos y movimientos que quedaron excluidos de la Concertación y la derecha. Por otra parte, luego del golpe, al PC se le habían confiscado todos sus bienes, incluidos numerosos edificios. El camino hasta conseguir compensación estatal por esas expropiaciones dictatoriales fue extenuante y aún no finaliza. Debido a sórdidas maniobras, el partido perdió el local del comité central en calle Matucana, que con tanto sacrificio se había habilitado.
Adicionalmente, la condición de militante – e incluso de ex militante del PC – fue y sigue siendo en Chile causal de marginación de muchos empleos y de discriminaciones tanto en el sector privado como en el estatal. Desde 1990 han transcurrido 15 años de exclusión y precariedad para los camaradas de Gladys y para muchos otros izquierdistas.
Pero, de manera tanto o más grave, fueron también años de derrumbes. El fracaso del “socialismo real”, el colapso y desaparición de la Unión Soviética (hasta entonces, impensable para la gran mayoría) marcaron también al período post 1990. Estos años hicieron su mella en Gladys como en otros. Más de un cáncer fulminante siguió al desplome de antiguos íconos y muy acariciadas ilusiones.
Las polémicas internas en el PC, que cobraron bríos en 1989, llevaron a la auto marginación de muchos viejos y destacados militantes. El PC se vio jibarizado, amén de perder una buena parte de su influencia en la intelectualidad y, dolorosamente, hasta en sectores obreros que se alejaron de un partido que los había cautivado en los esperanzados años 60 o en los intensos años de lucha clandestina. Entre estos ex -militantes era frecuente escuchar críticas a Gladys, cuyo rol dirigente era innegable, como lo era el sello que sus convicciones personales daban a la línea del partido.
Entre los méritos de Gladys debe reconocerse su enérgica defensa de los derechos de las minorías sexuales, que puso fin a una larga y lamentable tradición partidaria y el hecho de haber sido una de las dos primeras mujeres que, el mismo año, se presentaron como candidatas presidenciales en la historia de Chile.
Ante el aumento de la disidencia interna, Gladys llamó a respetar la disciplina del partido, a contrapelo de la tendencia actual a reemplazar las antiguas orgánicas piramidales, inmutables y de mando vertical por redes mutantes donde la toma de decisiones se distribuye horizontalmente. El proceso de auto marginación de militantes ha continuado durante todos los difíciles años de la interminable transición a la democracia, empero, muchos de ellos salieron a la calle a despedir a Gladys en su última manifestación pública. De otro lado, siguen llegando jóvenes a engrosar las menguadas filas del PC, como quedó de manifiesto en las calles de Santiago el 8 de marzo.
Contrariamente a las profecías de ciertos analistas, el partido de Gladys no está pronto a desaparecer. Sin embargo, su supervivencia en el largo plazo tampoco está garantizada. Si ha de sobrevivir, corresponderá a estas nuevas hornadas militantes reinventar al PC en un mundo, y en un Chile, dramáticamente distintos a los de 1912, 1920 ó 1973.
Quedará en mi memoria la cautivadora imagen de la joven Gladys en la camisa amaranto que con tanta propiedad y orgullo llevaba; también una lágrima apenas perceptible en sus ojos cuando, en un atiborrado taxi en Ciudad de México en 1975, le pregunté por Jorge. “No he sabido nada”, contestó.
Afirmar que Gladys cometió errores me parece superfluo. No existe mortal que no los cometa. Por ello, no haré aquí el catálogo de mis discrepancias políticas con Gladys a través de los años. Tampoco procuraré vestirme de ropajes protagónicos relatando anécdotas y conversaciones que alguna vez sostuve con ella. Sólo afirmaré que, por sobre cualquier otra consideración, veo algo invencible en la trayectoria e imagen de Gladys Marín: la demostración de que una persona cobra trascendencia multitudinaria e histórica cuando sus sueños se afirman en la justicia y en una consecuencia inquebrantable y vitalicia. Esto debería ser motivo de esperanza para los osados que hoy se atrevan a recoger su duro y apasionado legado: la lucha inclaudicable, hasta el sacrificio de la propia vida, por un mundo más justo, igualitario y solidario.