By Ricardo Candia Cares 7 septiembre, 2022 – EL CLARIN CHILE
Durante mucho tiempo se ha intentado cambiar las cosas mediante el curioso expediente de insistir en lo mismo que no ha servido.
Digo, desde la gente que se autodenomina de izquierda, contraria al sistema, viudos o huérfanos de un pasado glorioso que combatió a la dictadura, descolgados de los otrora partidos de la otrora izquierda y que no dan pie con bola.
Tengan o no poder, estén o no en el gobierno. Este es un rasgo de una transversalidad abismante.
La marcha con batucadas y permiso de la Intendencia, el acto masivo en Alameda al que asiste lo más granado del arte nacional y en donde se lucen diputados, diputadas, alcaldesas y políticos varios, solo han servido para causar atochamientos.
Curiosamente, quienes decidieron algo original en política y que dio resultados inesperados, aunque pese a muchos, fue la gente de Boric: luego de ser dirigentes estudiantiles decidieron que el poder era la cuestión de la política y acceder a él es cosa de decisiones, de hacer la pega de no esperar que otros la hagan por uno y se lanzaron.
Original, ¿no?
¿Cómo se pasa de ser un grupo de dirigentes estudiantiles de los que ha habido centenares en un breve plazo histórico, sin partidos tradicionales detrás, con escasa experiencia política, sin mayores medios y con las patas y el buche, a ocupar las más altas responsabilidades políticas de la nación?
Esta pregunta tiene un equivalente desde el otro lado.
¿Por qué dirigentes de extensa experiencia política, curtidos en la lucha social, gremial, sindical por decenios, con vasta cultura política, que pasaron las de Quico y Caco durante la dictadura, uno que otro con armas en la mano, respetados por mucha gente, con contactos con medio mundo, que desafiaron a las autoridades mediante paros, huelgas, marchas y protestas en años de actividad gremial, social, política, no han sido capaces de una fracción de lo que hicieron los cabros?
Peor aún, algunos se dan el lujo de enrostrarles su condición de jóvenes como si ese dato fuera un pecado castigable.
Como resulta del todo razonable muchos en la izquierda, esa cosa empalagosa y casi fantasmal, tendrán opiniones encontradas respecto del presidente Boric: los que están el gobierno lo criticarán sotto voce y los de afuera harán trizas su programa, sus decisiones, su acercamiento casi suicida a los restos resucitados de la exconcertación.
Y no harán mucho más.
En la campaña por el Apruebo las cosas se hicieron como lo hace una productora de eventos cuyo esfuerzo mayor fue hacer la más grande y maravillosa concentración a la que asistió lo más granado y famoso de la cultura y que reunió a medio millón de personas.
Y que no sirvió. Desde el punto de vista de los resultados, no sirvió. No sirvieron las hermosas canciones de los más queribles camaradas ni el piano patriota y evocador del gran Tío Valentín.
¡Esa maravilla emocionante y masiva no sirvió! Ni sirvió el optimismo desatado de Cariola ni las expectativas aumentadas de Mirosovic ni el discurso calcado de la alcaldesa Hassler.
¿Se harán cargo en la proporción que les corresponde? ¿O harán mutis por el foro?
No sé si usted lo leyó, pero el Comando por el Apruebo no considera lo sucedido como una derrota.
La gente silvestre ya estaba cautiva, cazada, atrapada víctima de las mentiras y el miedo desatado por los poderosos que no necesitaron mucho para alzarse con el triunfo.
Para contrarrestar ese efecto no se hizo nada. Nadie de esas personas necesitó leer nada para saber que eso que se ofrecía era malo.
Las preguntas que apuntan a la izquierda vuelven a su punto de partida:
¿Por qué pasa lo que pasa? ¿Por qué Gabriel Boric y sus muchachos se hacen con el gobierno? ¿Por qué él y no otros? ¿Por qué se rechaza una propuesta de constitución que aseguraba derechos a la gente? ¿Por qué la izquierda sigue siendo una cosa difusa que en vez de convocar asusta? ¿Por qué una concentración con pocos precedentes en masividad no influye en los resultados plebiscitarios? ¿Qué pasa con los trabajadores, sus dirigentes de ahora y los que fueron?
Conozco un tipo que quedó en pana en su auto.
Por horas hizo un esfuerzo sobrehumano para mover su vehículo. Sudando, acezando, empujaba y empujaba y el porfiado auto, un pequeño Hyundai i10, no se movía un milímetro. Casi al borde del desmayo por el esfuerzo hecho, de pronto cayó en cuenta que lo mejor era bajarse y empujar desde abajo.
Por Ricardo Candia Cares