Octubre 19, 2020 - Por A. Ramírez
“Reconstruyendo el 18-O, el día que marcó a Chile”, seguido de una fotografía de media plana con el metro quemado, y un recuadro con un lugar en la calle en llamas …. “Cinco historias de protagonistas del estallido social”, las primeras, protagonizadas por un guardia y una carabinera … Desde artículos de opinión se destaca: “Hace exactamente un año emergió la violencia en nuestra sociedad”, “Aniversario de un día triste”, destrucción, violencia, saqueos … Más destrucción y más violencia…. Este patrón se repite en la prensa oficial, las radios y la TV.
Nada se dice de las razones que llevaron a la población a desbordar las calles en todo el país, no solo en Santiago, en un grito angustioso por hacer escuchar sus demandas, exigiendo el término de la aguda exclusión y desigualdad establecidos en Chile tras el golpe fascista de 1973, situación que solo encontró continuación en el período post dictadura.
Una característica adicional en este último período: la profunda desilusión y desencanto de gran parte de la población con los partidos políticos y sus representantes, tras constatar día a día la galopante corrupción que se apoderaba de los conductores de una “democracia” y que contribuía a la profunda diferenciación social de la ciudadanía. La población en las calles puso punto final a esta situación al dejar muy en claro que los partidos políticos, los parlamentarios, habían dejado de representarlos y demandan por una nueva y real participación ciudadana en los destinos del país.
Hace algunos días, un conocido periodista hablaba de que en Chile existía una “democracia enferma”, porque era incapaz de “extraer legítimamente impuestos de sus élites”. Más aún, denunciaba, se pretende recabar necesarios recursos a través del incremento del IVA, es decir nuevamente cargándoles la mano a los más vulnerables[1], e impidiendo que la discusión tributaria se centre en la élite que concentra el poder económico y político.
De manera acertada, sin decirlo de manera directa, el periodista pone el acento sobre uno de los problemas sustantivos que provocaron el estallido social: Chile dejó de ser una “Democracia”, para transformarse en una “Plutocracia”. Es decir, si recurrimos a las definiciones de la Real Academia Española, de una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos, que practica la libertad de derechos individuales y asegura la participación ciudadana en la toma de decisiones, Chile se ha transformado en un Estado, donde los ricos ejercen su preponderancia sobre el gobierno.
El poder de la plutocracia es omnímodo, es decir lo abraza y comprende todo: educación, cultura, imágenes, valores, política y políticos, etc. Es decir, el país piensa como los plutócratas quieren que pensemos, para ello está la radio, la televisión, la prensa, las campañas comunicacionales, los líderes de opinión, los bots de internet. Pobre de quién se atreva a pensar de manera distinta a lo que busca la plutocracia. Simplemente se le silencia, y el silencio niega su existencia.
Y esto, por su esencia misma, significa que Chile dejó de ser una democracia. Y decimos esto de manera responsable.
La pandemia en curso ha servido para resaltar el funesto carácter de este Chile plutócrata. Se incrementa la cesantía, crecen de manera desorbitante los precios de los productos básicos y los servicios esenciales. Mientras tanto, el gobierno se limita a pobres subsidios que no hacen más que sumir a la población en la desesperación. El retiro del 10% de los fondos previsionales es muestra de ello. También lo es la discusión en curso por un nuevo retiro adicional de estos mismos fondos. Pero la élite política y de gobierno sigue sin entender que esto es muestra de la apremiante necesidad económica que atraviesa la población.
Desde las alturas, esta verdadera “monarquía” plutócrata no logra entender qué es lo que ocurre en Chile. Insertos en su propia y cómoda realidad, no comprenden que para la mayoría de la población no existe esa democracia de la que ellos tanto se vanaglorian.
Dentro de una semana, tendremos un plebiscito histórico en Chile, para cambiar la Constitución que constituye la base del poder económico en Chile. Pero, seamos claros: La demanda por una nueva Constitución no era el objetivo central buscado por las movilizaciones sociales que estallaron ese 18 de octubre.
La demanda social, de millones de chilenos, era por mejores ingresos, salud, educación, pensiones dignas, fin a la corrupción, por mayor participación. Las demandas también incluían el requerimiento de una nueva Constitución, en la comprensión de que es la constitución de Pinochet, la que permite la subsistencia de un estado carente de democracia.
Con el fin de ganar tiempo, y posponer la solución de los problemas centrales, la institucionalidad (léase Gobierno, partidos políticos, parlamentarios de amplio espectro) optó por lo que consideraron el mal menor: tratar de centrar la preocupación ciudadana el torno a un plebiscito constitucional. Por esta vía se buscaba desviar la discusión desde los acuciantes temas económicos y demanda por más participación ciudadana, hacia aspectos políticos de más fácil control vía los instrumentos de la institucionalidad. Igualmente, así se buscaba dar tiempo a la reagrupación de las fuerzas defensoras del sistema económico vigente, así como desarticular, o al menos diluir, la presión social.
Sin embargo, no hay que confundirse, si bien esta fue la opción escogida por la institucionalidad, ello fue resultado de la gigantesca presión social.
Hoy la ciudadanía se enfrenta a un duro escenario. En lo inmediato, se trata de imponer una aplastante mayoría para la opción Apruebo y Convención Constitucional. Mientras mayor sea el porcentaje que esta opción alcance, mejores serán las condiciones de negociación a partir del 26 de octubre. En el corto y mediano plazo, se trata de buscar la unidad de las fuerzas sociales en torno a un programa común, para enfrentar la Convención Constitucional y enfrentar los amarres impuestos a los Constituyentes en la Ley 21.200. Es urgente la comunidad de opinión en las fuerzas sociales respecto de cuáles son los contenidos que se buscarán en la nueva Carta Magna, para asegurar las bases democráticas del país. Igualmente, urgente es el acuerdo para la elección de los constituyentes. Si esto no ocurre, podríamos enfrentarnos a una frustración ciudadana de impensables consecuencias.
1] Ver: https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/columna-de-daniel-matamala-la-democracia-enferma/BUHQYA5Y5NHMHMMNOGQERD6BVU/
GENTILEZA DEL DOBLE CLIK