IRIS ACEITON - Ex estudiante de la U.T.E. – 29-10-2020
Esta es la segunda vez que voto por una nueva Constitución en mi país.
Lo hice en el año 1980, en la plenitud de la dictadura más feroz y artera que haya azotado a Chile. Sin registros electorales, libros de firmas. Las y los vocales eran elegidos por los alcaldes designados por Pinochet, en cada comuna a lo largo de todo mi Chile herido. Vivía en la populosa comuna de Maipú, junto a mi hermana Polla, fuimos a cumplir con nuestro deber cívico. Las calles tapizadas de tanquetas y carros militares provistos de uniformados armados y a punto de disparar. Nos tocó cerca de la piscina municipal, rodeada de sitios eriazos sembrados de pastizales secos. Las largas columnas de sufragistas serpenteaban como zigzag encontrándose entre sí, donde se entre mezclaban los militares apuntándonos con sus armas. Los rayos del sol abrazador caían libres sobre nuestros espinazos potenciados por la muchedumbre que se agolpaba, tuvimos que esperar casi cuatro horas para que llegara nuestro turno de votar, en una enclenque e improvisada cabina que no resguardaba para nada la privacidad de tal acto cívico; trazamos la vertical con toda el alma y el corazón latiendo aceleradamente por el miedo que significaba ser sorprendidos votando por la opción NO. Al doblar la papeleta me di cuenta que ésta era absolutamente transparente. Todavía recuerdo el gesto de odio y desdén que me regaló la vocal que me recibió el voto, a pesar de los dobleces, ésta había leído mi elección.
A la opción SI le fueron sumados todos los votos blancos. Imponiéndose con un 67,04%. La Constitución de 1980 escrita por una docena de esbirros de Pinochet, hecha a la medida de los usurpadores del poder, de los dueños de Chile es la que, aunque con varios remiendos, nos rige hasta nuestros días…
Fueron los cabros del Instituto Nacional los que encendieron la mecha al saltar los torniquetes del Metro y evadir el pago como lo hace Piñera, Penta y todos los poderosos dueños de Chile. A ellos se sumaron todas las secundarias y (os), de todo el país; que con sus uniformes de colegios y sus mochilas cargadas de impotencia, valentía y sueños rotos; desafiaron al poder establecido y aceptado mojigatamente por nosotros las viejas y (os) que alguna vez nos llamamos revolucionarios. Las feministas, universitarias (os), empleadas (os), obreras (os), pobladoras (os); se sumaron al “baile de los que sobran”, ¡Y… la bomba estalló! Como un reguero de pólvora ardiente recorrió todos los rincones de este alargado y flacuchento país ubicado al fin del mundo.
El gobierno y sus secuaces, las y los políticos transversalmente y con las polleras y pantalones en la mano se cagaron de miedo… A excepción del PC y parte del FA, toda la oposición junto al oficialismo, firmaron el “Acuerdo de paz social y nueva constitución”. Las mujeres tuvieron que pelear la paridad de género, todavía los “honorables” no se ponen de acuerdo para establecer la cuota que les pertenece a los pueblos originarios.
Es un domingo 25 de octubre, siento una especial ansiedad, solo comparable con el 4 de septiembre de 1970. Ha transcurrido medio siglo y la analogía me surge espontánea, colmada de sueños hecho añicos, recuerdo a mis muertas (os), mis desaparecidas (os).
En el salón de espera de mi edificio me encuentro con la Paulina Pastene, alumna de la carrera Diseño de Imagen y Sonido de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. Es chilena, partió a la Argentina en busca de una educación gratis y de calidad… Está realizando un documental sobre el plebiscito chileno. Me acompañará a votar, aquí en San Miguel, junto a su hermana María José, nos vamos caminando hacia el Instituto Superior de Comercio. El parque El Llano Subercasseaux está más concurrido que de costumbre, son las 11 hrs.
El colegio está ubicado frente a la 12 Comisaría de los pacos culiaos. Las filas son interminables y se extienden hacia las calles perpendiculares a la Gran Avenida, observamos la alta presencia de muchachas y jóvenes; la gente está alegre y bulliciosa. Nos afincamos en la cola de la tercera edad, al llegar a la puerta del colegio una pareja de milicos nos detienen, mis acompañantes no pueden entrar. Les replico con firmeza que son mis hijas, que me desestabilizo y me desmayo, que deben entrar conmigo porque de lo contrario les provocaré mayores problemas. La rolliza milica me mira con asco y nos permite la entrada a las tres. Las chiquillas se mueren de la risa por mi inocente mentira, lo que les permite grabarme mientras hago la cola y votando. Luego de votar, en las afueras del colegio, rodeada de gente me pego un discurso, hablando a todo pulmón frente a los pacos y milicos, la gente que pasa me asiente con la mano, levantando el pulgar, ni me acuerdo lo que dije. Nos vamos caminando lentamente hacia el parque, reímos y comentamos felices, las siento mis amigas, mis hijas. En un escaño del parque nos sacamos las mascarillas y nos vemos los rostros en su integridad, les digo lo hermosas que son, nos fumamos un cigarrillo, prometemos escribirnos, visitarnos; la Pauli no se quiere ir de Chile, nos sentimos agradecidas de habernos conocido. Me dejan en la esquina de mi edificio, me voy caminando lentamente con ganas de llorar y de reír, con el alma empapada de nuevas esperanzas…
Sentí la misma sensación que ese 4 de septiembre de 1970; incredulidad. Temía celebrar antes de tiempo, los cómputos se sucedían invariablemente favorables a la opción APRUEBO. No pudieron sembrar el miedo con su campaña del terror, asociando los incendios, los saqueos a pequeños comerciantes, la destrucción y la muerte al APRUEBO. En plena pandemia con datos manipulados por el gobierno, el pueblo dijo BASTA. ¿GANAMOS? Con el 78,27% del Apruebo y la Convención Constitucional con el 79,04%. El casi 80% de las y los chilenos despreciamos esta Constitución ilegítima que nos rige. El casi 80% de los chilenos no cree en los políticos que nos desgobiernan, que se han burlado de las justas reivindicaciones que el pueblo clama.
Los canales de TV, radios, periódicos; entrevistan a los mismos políticos que celebran o justifican con argumentos groseros y sin pudor, el triunfo o la derrota. Las muchachas y jóvenes que encendieron la mecha del gran estallido social que nos permitió llegar a este plebiscito, han sido indecentemente olvidados, salvo dos o tres excepciones. Jamás habrían llamado a un plebiscito para redactar una nueva Constitución sin la presencia de ellos, aquellos que el pueblo rechaza y deslegitima.
Tengo miedo, al igual que el grande Alfredo Castro, tengo miedo que la alegría no nos llegue nuevamente; tengo miedo que otra vez, ahora nos metan el pico en el otro ojo y, que al igual que a Fabiola Campillay y a Gustavo Gatica, nos dejen irremediablemente ciegos…