EL PARTIDO DE RECABARREN

por Álvaro Ramis -  29 diciembre, 2021 – EL MOSTRADOR

El anticomunismo posee una larga y fuerte tradición en Chile, alimentado por mitos y mentiras que anidan en el inconsciente colectivo del país, luego de décadas de feroz propaganda unilateral. El gobierno de Apruebo Dignidad deberá lidiar con estos fantasmas y desmontar una subjetividad que criminalizó a la militancia del Partido Comunista desde el momento mismo de su fundación. En muchas ocasiones me ha tocado trabajar y construir junto a militantes del PC, y por eso creo que es importante empezar a romper los estereotipos que solo reflejan ignorancia y prejuicio.

Pocas veces se analiza la capacidad del PC chileno de sobrevivir y reconstruirse una y otra vez, a pesar de las innumerables persecuciones y adversidades que ha vivido en su historia. Recordemos que los partidos comunistas en el mundo se pueden dividir, de forma simple, en tres grupos: los partidos que participaron del antiguo campo soviético y que, con la excepción de Cuba, prácticamente desaparecieron luego de 1990. Un segundo conjunto son los partidos comunistas de Asia, que han tenido un desarrollo en dos líneas: los que gobiernan, de forma diversa, pero bajo un sistema de partido único como en China, Laos, Vietnam, Corea del Norte; y otros que se han integrado con éxito al sistema pluripartidista como en la India, Nepal y Japón. Un tercer conjunto son los partidos comunistas occidentales. Estos partidos, presentes en Europa y América Latina, en muy pocas ocasiones han logrado participar de los gobiernos nacionales y cuando lo han hecho siempre han concurrido en coalición con partidos socialistas u otras corrientes de izquierda. Sin embargo, los partidos comunistas occidentales han acumulado una larga historia de gobiernos a nivel municipal y regional, con éxitos muy notables en Italia, Francia, España, Brasil, Austria, etc.

El Partido Comunista de Chile se debe analizar en este tercer grupo de partidos. Se trata de una tradición política que invariablemente ha participado de los procesos democráticos e institucionales de manera impecable, aportando a los cambios, especialmente desde 1945 a la fecha. Sin embargo, esta situación no ha llegado al presente en todos los países. Partidos tan importantes como el PC italiano y el holandés se reconvirtieron en organizaciones totalmente nuevas, y otros, como el PC de Francia, se han visto muy disminuidos. En otros casos se han subsumido en alianzas exitosas, como el PC español en Unidas Podemos, o participan de coaliciones con los socialistas, como en Portugal.

En América Latina, el PC chileno siempre fue una organización singular. Los intelectuales europeos a inicios del siglo XX siempre esperaron que los comunistas crecieran en Argentina o en Brasil, dada su mayor industrialización relativa. Pero fenómenos populistas como el peronismo o el varguismo impidieron ese proceso. Chile no fue el país donde los teóricos de la II y la III internacional pusieron sus ojos. Pero fue acá donde germinó un Partido Comunista auténticamente local, enraizado en la tradición y cultura asociativa de nuestro país.

Este fenómeno no se explica sin estudiar la figura excepcional de Luis Emilio Recabarren. El PC de Chile es ante todo fruto de su personalidad y el complejo sistema cultural que germinó en su entorno, y el tipo de gente que le acompañó en ello. Recordemos que Recabarren fundó el Partido Obrero Socialista (POS) en 1912, retomando corrientes del antiguo partido democrático, pero generando algo totalmente nuevo, en el duro y castigado mundo de las salitreras del norte. La cultura minera, organizada bajo un sistema muy parecido al inquilinaje de la zona central, permitió aplicar a Chile las mejores prácticas de la tradición obrera socialista europea. Esta idea consistía en formar un mundo asociativo “paralelo”, autónomo, construido por los obreros y para los obreros: periódicos, clubes deportivos, asociaciones culturales y artísticas, escuelas, cajas de montepío y de asistencia sanitaria, las primeras mutuales de seguridad, colonias de veraneo, y más adelante radios, revistas, asociaciones de fomento productivo, artesanal, etc. Un complejo entramado social que acompañaba desde la cuna a la tumba, basado en la autogestión de las organizaciones sindicales y mutualistas.

Cuando Recabarren decide adherir a los criterios de la III Internacional en 1922, y redenomina al POS como Partido Comunista, de alguna forma renuncia a mantener esta estrategia como un eje central de su nuevo partido. Pero es evidente que la impronta original del POS nunca ha abandonado al PC de Chile. Y creo que este factor, este gen social del primer Recabarren, ha sido un elemento diferenciador en su desarrollo y un elemento que le enraizó en nuestra sociedad y que le ha permitido regenerarse luego de las más duras persecuciones y crisis que ha debido enfrentar.

Para entender al PC chileno es necesario leer los cuentos de José Miguel Varas, que retratan su cotidianidad interna: el heroísmo anónimo de Juan Chacón Corona o Sola Sierra, las miopías políticas de sus dirigentes, especialmente en política internacional, pero también sus grandezas sobrecogedoras, como las de la dirección clandestina de 1976, diezmada en la calle Conferencia. Las contradicciones entre un progresismo valórico declarado en público y un conservadurismo practicado en lo interno. La disciplina y la lealtad a Allende, y la dureza en el trato a su propia militancia. El PC de Chile es parte esencial de la historia misma de Chile, y en su trayectoria se refleja lo bueno y lo malo de nuestro pueblo. Es parte esencial de nuestra historia y Chile no sería el mismo sin él.

El gobierno de Apruebo Dignidad, con el PC en el centro de su proyecto, no hace más que normalizar lo que siempre hemos visto en nuestras organizaciones sociales, culturales, territoriales, donde la militancia del PC ha estado siempre presente y nadie se alarma ni asusta por ello. El partido de Recabarren no es infalible, ni menos intachable. Pero es una fuerza transformadora que seguramente dará lo mejor de sí, en un momento clave de nuestra historia.

GENTILEZA DEL MOSTRADOR

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