por Rafael Narbona en X – 27 de octubre 2023 – gentileza de UTE-73
El Estado de Israel acusa de antisemitismo a todos los que critican su política de discriminación y violencia contra el pueblo palestino. Es un argumento falaz y obsceno, pues muchos judíos han protestado por los crímenes de guerra del gobierno de Netanyahu. Centenares de judíos protagonizaron recientemente una manifestación pacífica en el Capitolio, pidiendo el alto el fuego de Israel en su ataque contra la Franja de Gaza. Interpretar su gesto como antisemitismo es atentar contra la verdad.
Israel es un vástago del sionismo, un movimiento alentado por Occidente para expiar su responsabilidad en la Shoah y para adquirir una posición de fuerza en Oriente Medio. Su creación implicó la expulsión de 750.000 palestinos de sus tierras. No se hizo de forma incruenta, sino mediante la fuerza. 500 pueblos fueron destruidos y se perpetraron varias masacres para intimidar a los que se resistían a marcharse. Desde 1948, Israel mantiene una estrategia de apartheid y limpieza étnica contra los palestinos.
Israel prosperó como Estado gracias a una resolución de Naciones Unidas, pero ahora ha roto relaciones con la organización por las declaraciones de su secretario general, Antonio Guterres, señalando que la matanza de civiles israelíes perpetrada por Hamás no brotaba de la nada, sino de seis décadas de gravísimas violaciones de los derechos del pueblo palestino. Netanyahu respondió a estas críticas con la ruptura de relaciones y un exabrupto desafiante: “Es la hora de darle una lección a Naciones Unidas”.
Israel cada vez se parece más a la Sudáfrica del apartheid. Salvo excepciones, su sociedad cada vez está más alineada con posiciones racistas y belicistas. Muchos israelíes no esconden la alegría que les producen las muertes de los habitantes de Gaza bajo las bombas y celebran que se haya interrumpido el suministro de agua, electricidad, comida y medicamentos. Su anhelo más sincero es que la Franja quede reducida a polvo y libre de palestinos para ser ocupada por colonos.
El nuevo orden mundial que se anunció tras la caída del Muro de Berlín solo se ha revelado como una nueva fase de violencia y opresión. EEUU se ha embarcado en guerras o intervenciones militares (Irak, Afganistán, Panamá, Sudán, Yugoslavia, Somalia, Haití, Libia), violando las leyes internacionales y cometiendo horribles masacres. En Irak, provocó un millón de muertes, pero adoptó las medidas necesarias para que los periodistas no pudieran informar de sus crímenes. Julian Assange lo hizo y su valentía le ha costado la libertad.
Desde 1989, la OTAN no ha dejado de expandirse hacia el Este, infringiendo las promesas que le hizo a Gorbachov. James Baker, secretario de Estado, aseguró que la alianza no avanzaría ni una pulgada hacia las fronteras de la antigua URSS. Probablemente, la guerra de Ucrania se habría evitado si la OTAN hubiera respetado esa promesa y si Victoria Nuland, portavoz del Departamento de Estado con el gobierno de Obama, no hubiera acudido al Euromaidán para avivar la inestabilidad desatada por las protestas. El objetivo de Nuland no era apoyar la democratización de Ucrania, sino atraer el país a la esfera de influencia de EEUU.
Como ha dicho Fran Sevilla, corresponsal de RTVE, Gaza no es una prisión al aire libre, sino un campo de concentración y ahora, un campo de exterminio.
El mensaje que se envía al mundo es muy claro. La vida de un niño israelí, europeo o estadounidense es infinitamente más valiosa que la de un niño árabe. Las diferencias de trato hacia los que violan los derechos humanos son escandalosas. Putin ha sido reclamado por la Corte Penal Internacional, pero Netanyahu goza del apoyo de la UE, Reino Unido y EEUU. Esa asimetría destruye la legitimidad de las leyes internacionales.
EEUU ya ha intercambio fuego con grupos proiraníes en Siria. Podría ser el comienzo de un conflicto de consecuencias imprevisibles. Todo lo que está sucediendo recuerda poderosamente al inicio de la Primera Guerra Mundial. De nuevo asistimos a un duelo entre imperios y los perdedores serán los de siempre: los civiles inocentes. Si el conflicto de extiende, se destruirán infinidad de vidas y propiedades. Europa y EEUU podrían sufrir una oleada de atentados suicidas. El terrorismo es el arma de los pobres. Personalmente, no aprecio ninguna diferencia, al menos desde el punto de vista moral, entre bombardear hospitales, mezquitas y escuelas o inmolarse en un espacio público. En ambos casos, se asesina a personas inocentes.
El mundo asiste impotente a esta escalada de violencia. Los ciudadanos pueden hacer muy poco, salvo alzar su voz para protestar y expresar su indignación. El nuevo desorden mundial solo es el reflejo de una crisis global de los valores democráticos. Vivimos una nueva época de barbarie, donde las naciones más poderosas continúan aplicando políticas neocoloniales para apropiarse de la tierra y los recursos de los más débiles. Salvo los mercaderes de la guerra y los grandes lobbies, nadie ganará, pues las armas de destrucción masiva nada pueden contra los atentados suicidas o una gran crisis económica.