COLUMNA DE ÓSCAR CONTARDO: HACER LO CORRECTO

Oscar Contardo  -  24 de Noviembre – La Tercera

Tras la muerte de la diputada Mercedes Bulnes el pasado viernes circuló por las redes sociales una foto, con los colores desteñidos por el paso del tiempo, de ella junto a su marido, el abogado Roberto Celedón. En la imagen, que no estaba fechada, la pareja luce aún joven, él la abraza con el talante sosegado de quien lleva una buena vida con la compañía apropiada. La placidez del retrato contrasta con la información de las reseñas biográficas de ambos, quienes después del Golpe de Estado fueron detenidos, sometidos a tormentos, encarcelados y exiliados durante la dictadura. Una vez que retornaron a Chile ejercieron la profesión en el ámbito de los derechos humanos, es decir, asumiendo causas en las que el Estado había desplegado su poder en contra de personas naturales, ignorando sus derechos y desoyendo sus reclamos. En nuestro país durante la dictadura el ejercicio de la abogacía en esa área parecía una pasión inútil, nada rentable y, a la vez, riesgosa. Los tribunales frenaban el avance de esas causas que siguieron siendo incómodas aun después del fin de la dictadura; esa fama no había cambiado mucho hacia los 90, cuando el matrimonio instaló un estudio jurídico en Talca para personas que no podían costear representación ante la justicia.

No conocí a Mercedes Bulnes. Sólo sabía algo de su historia y me enteraba de su gestión y de su talante acogedor por las notas de su cuenta parlamentaria en Instagram. Ella representaba a mi región de origen y su marido, a quien tampoco conozco personalmente, trabajó en casos de prisioneros políticos a quienes se les perdió el rastro para siempre en Colonia Dignidad, ubicada en el límite sur de Maule. La foto de ambos y lo poco que sé de ellos y de su familia me hicieron recordar un pequeño ensayo de Natalia Ginzburg, la escritora italiana, llamado Invierno en los Abruzos. Es un texto de apariencia simple, que relata la época en que Ginzburg junto a su marido, Leone Ginzburg, y sus hijos fueron relegados por el gobierno de Mussolini a vivir en un pueblito de la región de Abruzo, al este de Roma. El matrimonio era activamente antifascista. Llegaron a un pueblo pequeño entre colinas, habitado por campesinos, albañiles y mujeres que “pierden los dientes a los 30 años por la mala alimentación”, los días se sucedían con una monotonía que la narradora describe con la delicadeza de un relojero: “En el techo de la habitación había un águila pintada: yo miraba el águila y pensaba que aquello era el exilio”. Detalla las rutinas, los chismes y creencias del pueblo, recuerda la nostalgia por los amigos y por las conversaciones animadas de la ciudad. El destierro duró tres inviernos. De vuelta a Roma, Leone Ginzburg fue detenido. Murió en prisión. Luego de eso, Natalia Ginzburg escribió sobre aquel destierro de su familia que había llegado vivir con los sueños rotos, entre extraños, una vida que les resultaba ajena, pero que tras la muerte de su marido recordaba como la mejor época de su vida “y solo ahora que ha pasado para siempre, sólo ahora lo sé”.

En mayo, cuando Mercedes Bulnes fue diagnosticada de cáncer, informó que iniciaría su tratamiento “con valentía y determinación, acompañada de mi familia, en especial de mi marido”, y que continuaría con su trabajo como parlamentaria mientras pudiera. Así lo hizo. En junio pidió ser reemplazada en la Comisión de Ética, de la cual formaba parte, para poder asistir a su tratamiento de quimioterapia, pero 23 diputados de oposición votaron en contra del reemplazo. El diputado republicano Luis Fernando Sánchez, uno de quienes se opusieron a la moción, explicó este viernes que lo hicieron porque ella ya “contaba con la solidaridad de todos”, es decir, eso era suficiente. Mercedes Bulnes tampoco pudo parear su voto con el de algún diputado de oposición durante la última acusación constitucional en contra de Carolina Tohá, la ministra del Interior. El pareo, es decir, empatar un voto ausente inhibiéndose, es una tradición en el Congreso cuando algún parlamentario del grupo adversario está imposibilitado de asistir por razones de fuerza mayor, como un viaje o enfermedad. Cuando Mercedes Bulnes llegó al Congreso, a pesar de estar visiblemente debilitada, para votar en contra de la acusación a Tohá, dijo que “el sentido del deber siempre será una de las propiedades más importantes para mí”.

Los tiempos que corren no son los mejores. Al menos en política lo que cunde es la exaltación de la ira como combustible para lograr objetivos que rara vez están relacionados con el bien común. El debate se ha rebajado al nivel de la riña callejera, la frivolidad ha terminado carcomiendo los discursos que se presentaban como ofrendas de nobleza, el lenguaje se ha teñido de una vulgaridad violenta y la importancia de la verdad de los hechos perdió importancia frente a la urgencia por lograr capturar la frustración de la ciudadanía. Cada vez con mayor frecuencia las noticias de política acaban convirtiéndose en notas de audiencias en tribunales, hasta donde van a dar las autoridades que han defraudado la confianza depositada en ellas. Frente al vertedero habitual al que nos han acostumbrado las dirigencias políticas, la figura de Mercedes Bulnes acudiendo a votar, porque su sentido del deber así se lo exigía, marca una diferencia que vale la pena recordar, una frontera a veces tenue, pero siempre definitiva, entre hacer lo correcto y hacer lo que más conviene. Parafraseando a Ginzburg, los sueños no se hacen nunca realidad, pero una vez que se rompen, comprendemos que la mayor alegría no consistía en que se cumplieran, sino en mantener viva la esperanza que puede volver a encenderse con el recuerdo de aquel invierno gris en el destierro o contemplando una foto de otra época, cuando todo parecía estar en contra y seguir el mandato de la propia conciencia aseguraba solo dificultades y, sin embargo, sonreíamos.

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