COLUMNA DE PAULA ESCOBAR: EL DESCARO

Paula Escobar -  23-11-2024 – La Tercera

Ella camina a duras penas, tambaleándose, por la calle. Está oscuro, pero se ven las luces de los autos que la podrían atropellar. Un hombre corre raudo, la toma y la mueve. La vulnerabilidad y confusión de ella contrastan con el control y dominio de él. Eso muestra uno de los videos conocidos esta semana. Aunque la defensa de Monsalve trató de plantear lo contrario, que eran dos los confundidos ese día y que había una relación “incipiente”.

“¿Por qué pasó todo esto? Su señoría, es tan simple como un tema humano, demasiado humano. Le gustó la chica, le gustaba, ese es el pecado, y había razones para que le gustara… Él siempre creyó, en todo momento, y genuinamente, que ella tenía interés en él, lo demostró, nunca le dijo nada en contra”, dijo la abogada María Inés Horvitz. Por cierto, el Estado de Derecho exige respetar la presunción de inocencia, y los delitos deben ser acreditados en el proceso y el juicio. Pero esta defensa revela la nula comprensión de la abogada -para qué decir de su defendido- de los estándares básicos, legales y éticos respecto de qué es acoso y abuso sexual, qué es violencia de género. Es como si, para ellos, los movimientos Ni una menos, o Me Too, o el mayo feminista chileno, simplemente no hubieran existido.

La abogada Horvitz, en su defensa, normaliza y considera legítimo lo que esos movimientos han logrado con tanto esfuerzo desnormalizar: por ejemplo, que un jefe poderoso invite a salir a una joven subalterna que le gusta. Que la invite a tomar mucho alcohol, que le mande mensajes por Signal, que la bese.

No ve en eso ningún acoso, ningún abuso, ninguna asimetría de poder. Tampoco ve nada malo cuando el jefe -después del beso- instruye que le suban el sueldo a su subalterna, y que ahora debe estar “siempre” con Monsalve, en su día a día, en sus viajes sobre todo. Debe tomar desayuno, almuerzo y comida con él… Nada de eso es acoso para Monsalve y su defensa (y para quienes lo supieron). Señores, señora abogada: eso no es “una relación en formación”, sino que acoso sexual puro y duro: un hombre aprovechándose de su situación de poder para obtener acceso sexual sobre una subalterna. “Era una mujer atractiva que le dio señales en varias oportunidades, nunca lo rechazó, nunca le dijo que no a nada, y eso también puede demostrar otro problema de la víctima”, dijo Horvitz. Un “clásico” en la defensa de abusadores: la inversión de roles. Ahora el problema ¡es de ella!

Luego viene el día 22. La defensa de Monsalve dice que por qué no le creen a él: “Tampoco” recuerda nada. Todo eso mientras la víctima ya está inmortalizada en más de cien cámaras, con conciencia alterada, siendo tironeada hacia Monsalve. Una mujer que pide ayuda, que vomita, que trata de huir de un hombre que, cuando llegan al hotel, sube y baja corriendo al lobby, cual maratonista, a buscar la tarjeta para entrar a la pieza. Y un hombre que al día siguiente, al despertar con sábanas manchadas de sangre y vómito, se sube arriba de ella para intentar otra relación sexual.

Los argumentos de la defensa de Monsalve son escandalosos, retrotraen a un mundo en que los jefes disponían de las subalternas, cuerpos a disposición de su poder, de su deseo, sin siquiera mirar lo que ellas querían y temían, y cuál era su espacio para decirles que no.

¿No recuerdan, Monsalve y sus abogados, el caso de La Manada? La parálisis de esa víctima no era consentimiento, como un equivocado juez resolvió, pero que luego del repudio de la sociedad enmendó. ¿No recuerdan, Monsalve y sus abogados, que Harvey Weinstein -el más icónico de los depredadores sexuales del mundo del cine- siempre sostuvo que eran “relaciones sexuales consentidas entre adultos”? ¿No han leído la Ley Karin?

Parece que no.

Pero la solidez del trabajo de la Fiscalía, además del buen criterio del juez Cayul al ponderar estas conductas, son un comienzo de restitución y reparación hacia la víctima. Y hacia todas las mujeres, de todas las edades, que ven con espanto las imágenes de una mujer sola y perdida en la noche, mientras un hombre hace con ella lo que quiere, mientras lo peor está por venir.

Es una desgracia mayor que este caso sea protagonizado por un alto funcionario de gobierno, máxime de un gobierno feminista. Y que Monsalve, uno de quienes firmaron la Ley Karin, sea hoy su máximo transgresor. Y es un enorme daño que el Presidente Boric y quienes lo aconsejaron esas 36 horas (su jefe de gabinete y su jefe de asesores) no hayan decidido apartarlo en ese mismo momento. Bastaba seguir los protocolos de esa misma ley, los avances civilizatorios sobre violencia de género de los últimos años y el compromiso de su mandato en materia de género. Más allá de las mentiras que Monsalve le haya podido decir al Presidente, es un descriterio mayúsculo, un error político y ético el haber mantenido en su cargo a un funcionario que reconoce salir con su subalterna, llevarla a tomar alcohol, que despierta al otro día desnudo con ella en la cama y que es acusado por ella de violación en la Fiscalía.

El Presidente Boric lo debería reconocer y asumir de una vez por todas.

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