A quien no conozco y dice conocerme, me envía la siguiente definición de democracia. “Gobierno de la oligarquía, haciendo creer que el pueblo gobierna”. Quedo en ascuas, mirando por la ventana del escritorio; enredado, mientras busco en el diccionario de la RAE, lo que los expertos entienden sobre el tema. Aquí la incluyo: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un estado”. Agradezco la colaboración de esta persona anónima, que en parte me da luces, sobre lo que yo entendía por democracia. Otra definición, más bien casera, dice: Gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo.
Este martes 25, en la votación para elegir al presidente del Senado, se constató cuan certera es la definición de democracia, de ese amigo anónimo. Otro baile de máscaras en los suntuosos salones del poder. La ausencia del pueblo era notoria y los tentáculos de la oligarquía se dejaron ver. Manuel José Ossandón logró imponerse sobre Felipe Kast. Había que atajar a quien huele a fascismo, aunque su contendor huele a naftalina. A modo de justificar su derrota, Felipe Kast dijo: “Claramente creo que hoy día celebra la izquierda”. Quien celebra don Felipe es la oligarquía, desde siempre enquistada en el poder. Lea usted la historia de Chile y podrá advertir, cómo la oligarquía desde la fundación de nuestro país, se vale de mañas, subterfugios y engañifas, para controlar el poder. Hubo instantes, aunque fugaces, donde perdió el control, sin embargo, supo recuperarlo a sangre y fuego. Dispone de las herramientas y sabe cómo utilizarlas. Los golpes de estado se encuentran en la Biblia de su conducta de vida. Como existe una esclavitud del pensamiento y del trabajo, la oligarquía controla el poder. La libertad de expresión se reduce a espacios acotados, que apenas influyen en la opinión del país.
Sí, esa misma democracia que en barcos holandeses e ingleses, traía a América esclavos y sus familias; y si en el trayecto alguien se enfermaba de escorbuto, lo arrojaban a la mar. Todo legal, en el comercio de una época donde los imperios se disfrazaban de protectores. Había que surtir a los países de América de una esclavitud sumisa, en las faenas de la agricultura y en menor escala, en la incipiente industria. Tener esclavos daba prestigio, en una sociedad donde lo consideraban objetos. Se necesitaron varios siglos, para que esta opinión cambiara en algún sentido.
Y la democracia, dónde se sitúa. Siempre al servicio del poder. Máscara de afable sonrisa, que oculta las ansias de riqueza, en la desenfrenada injusticia social, dirigida por una minoría privilegiada. Los puestos en la mesa del gran banquete son limitados y obedecen a una necesidad social. Traguillas por tradición y doctrina, no dejan caer al suelo, ni una migaja de pan. Nada de engaños si se habla de engullir. Esta democracia que conocemos por democracia, vendría a ser un tapón en la gran represa que contiene las furias de las capas postergadas de la sociedad. De milagro, no revienta. Así, Manuel José Ossandón, actual presidente del senado, cumple el viejo dogma de hacer creer que representa al pueblo. Quizá se trate de la infinidad de pueblos fantasmas que hay en el norte de Chile. Donde penan las ánimas y el viento nocturno, hace aullar las planchas de zinc. Bien lo sabe él y los demás, cómo los mitos ayudan a fortalecer la ignorancia. Entonces, la oligarquía no suelta la teta. Gracias a ella se dio origen a la Vía Láctea.
Walter Garib
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